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Dialogar con taurinos y matar pasajeros

“El toro es el único animal que en plena lucha no desarrolla las hormonas del miedo, sino que desarrolla en su lugar la hormona del placer” (Tuit de No más Antitaurinos)
Julio Ortega Fraile
jueves, 6 de abril de 2017, 00:13 h (CET)

Unnamed

Es muy peligroso, además de necio, dudar de la importancia de un diálogo sereno y basado en la razón como primer y mejor método para la resolución de conflictos, pero también es algo habitual que en algunas circunstancias no se establezca bajo esas premisas y por lo tanto sea estéril.

Cuando una de las partes por algún motivo afirma estar en posesión de la verdad aunque pruebas irrefutables apunten lo contrario, e incluso sabiendo que no lo está niega su error (y por lo tanto calla su hipocresía) porque su soberbia, su posición de poder, sus intereses particulares o lo que sea le llevan a ello, esa actitud destroza la posibilidad de la discusión constructiva, y en ocasiones esto puede tener consecuencias trágicas.

Algo así ocurre tanto en situaciones imprevistas con muy poco tiempo para actuar como en escenarios sin esa inminencia, sin ese estrés extremo, que permiten que las evidencias puedan ser analizadas con más calma.

Un ejemplo del primer caso sería una cabina de vuelo, como la de aquel 737 de Garuda en 2007 en el que durante la aproximación final a un aeropuerto de Indonesia, efectuada por el comandante, el indicador de velocidad mostraba que iban demasiado rápido para la toma y una alerta sonora llegó a advertir de esa condición hasta quince veces. Esa es la evidencia: instrumentos y alarmas que avisaron de exceso de velocidad a un piloto que las ignoró y decidió seguir con el aterrizaje y al segundo, que consciente del peligro se lo hizo ver y le sugirió que efectuaran un motor y al aire. La respuesta negligente y del todo absurda del comandante a las observaciones acertadas de su compañero fue: "¿Lista de aterrizaje completada?" El avión hizo contacto con el suelo con 2/3 de la pista ya comidos, rebotó dos veces, volvió a caer y se salió por el final partiéndose e incendiándose. Murieron más de veinte personas por un:

—¿A dónde vas?

—Tomates traigo

(Aceptación y silencio)

Lo hicieron: morir golpeadas, asfixiadas o carbonizadas porque uno se negó a reconocer la realidad ante sus ojos y oídos demostrada de forma inequívoca y el otro, viéndola, escuchándola y asumiéndola como válida consintió en vez de actuar de forma inmediata.

Los resultados de estudios científicos, todos en la misma dirección, son como los nudos que marcan un instrumento en el cockpit: la verdad, por más que alguien de forma torticera quiera desvirtuarla. También puede ser causado por la ignorancia, es cierto, pero esa posibilidad queda descartada en un piloto con muchas horas en ese tipo de aeronave o en quien metido en el debate de la tauromaquia y viviendo en el S. XXI, habla sobre las reacciones químicas y físicas que se producen en el organismo de un toro torturado.

Este último caso nos lleva al segundo entorno: el del diálogo reventado (aunque aparente estar en él y por él) por una de las partes, a pesar de que las circunstancias permitan que las pruebas se vean con calma y la conclusión ante ellas sólo pueda ser una porque no son subjetivas sino científicas. Todavía hay gente que por sus creencias prefiere dejar morir a un hijo antes que transfundirle sangre, ¿debe la ley permitir eso?

Negar el sufrimiento físico y psíquico en un toro durante la lidia tras tantos estudios rigurosos existentes es negar que el avión va demasiado alto y rápido como para no tener un accidente en el aterrizaje contemplando los parámetros de vuelo y escuchando los avisos sonoros. Decir además que el toro siente placer en ese momento es como reírse de las víctimas que quedarán entre los restos del aparato. No comparo muertos sino actitudes.

¿Diálogo con taurinos como el autor de este tuit? No, no es una alternativa porque cuando en el debate alguno utiliza la mentira de forma consciente sólo desea vencer a cualquier precio. Eso incapacita a ambas partes para seguir con ese proceso: al farsante porque continuará usando el engaňo a sabiendas de que será derrotado si reconoce la verdad. Y al otro porque la razón se vuelve impotente contra la maldad como único instrumento para combatirla.

Ante esto sólo queda meter motor y tirar de los cuernos para salvar vidas. Hay personas con las que el diálogo es inútil y hay situaciones que no admiten perder más tiempo en intentarlo porque la demora se mide en cadáveres evitables.

No pocos taurinos seguirán manteniendo que el toro disfruta con sus heridas aunque sepan muy bien que su sistema nervioso central es tan efectivo como el que posee él, y que el dolor y el miedo del animal son atroces como lo serían los suyos si lo linchasen a navajazos en el fondo de un callejón.

Esa parte de los ciudadanos que no es ni aficionada a la tauromaquia ni tampoco activista en el animalismo debería observar cuáles son los argumentos y la sinceridad de cada uno, pues ellos son pasajeros de una sociedad en la que cualquier decisión al respecto les afectará, aunque parezca que no es así. La violencia no vive en compartimentos estancos, se expande de unos a otros aprovechando cualquier resquicio porque es insaciable e inconformista. Que encima sea legal es abrirle puertas y trasladarla montada en la educación y en la permisividad. La violencia con animales, además de ser perversa por sí misma, está conectada con la violencia con humanos, y el Comité de los Derechos del Niño de la ONU ya ha explicado que la tauromaquia es una forma de violencia infantil. ¿Tragaremos con su transfusión a las mentes de los niños mientras criticamos a los padres que impiden la de sangre?

Los activistas siempre estamos dispuestos al intercambio de opiniones pero no nos pidan que nos atengamos a él como recurso único ni que lo mantengamos con quien se sabe infructuoso. La estupidez insistirá siempre pero nosotros no, porque tenemos cosas mucho más importantes y urgentes que hacer que perder horas y energía en dialogar con embusteros recalcitrantes al estilo de @NoMasAntis y su hormona de la trápala.

Y para quienes salgan diciendo que al igual que los taurinos los abolicionistas también queremos imponer nuestro criterio la respuesta es sí, pero en nuestro caso la imposición se llama no violencia y eso la convierte en positiva e imprescindible.

¿No es también al fin una exigencia la de no poder conducir bajo los efectos del alcohol? Lo es y por ello nadie pone en duda su beneficio, y si no que se lo pregunten a los familiares del conductor muerto en el accidente de tráfico del matador Ortega Cano.

Imponer es a veces lo mejor que se puede hacer y empeňarse en el diálogo es, en algunos casos, el esfuerzo estúpido que algunos ansían para seguir saliéndose con la suya. Y la suya mata.

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