Muchos son y han sido siempre los que escribiendo poco y mal se han arrogado la condición de escritores. Si ser escritor es escribir, pues sí, cualquiera es escritor, pero me temo que la cosa consiste en mucho más que en haber acudido a uno de esos proliferantes talleres de escritura creativa, a los que acuden muchos, jóvenes y provectos, que en su momento pasaban de las clases de Lengua recibidas en la enseñanza reglada, que es donde hay que aprender y aprehender las claves de la expresión escrita, contrabasa sobre la que, postreramente, se podrá edificar una obra, caso de existir vocación y talento creativo. Pero los derroteros no van por ahí, y la sociedad de pose en la que habitamos no ayuda a la forja, no ya de escritores, sino de literatos, esto es, escritores de raza, como fue, verbigracia, Francisco Umbral.
El literato madrileño (o apócrifamente vallisoletano) también tenía mucho de pose, no en vano era todo un dandi, pero atesoraba muchísimo más de grandiosa literatura, la cual justificaba la mentada pose, que en su caso no era afectación sino provocación (por vocación literaria y pendenciera, todo sea dicho).
Pienso que la buena literatura ha de tener fondo enjundioso y forma elaborada, y el trabajo de perfeccionamiento de ambos componentes acaba por otorgar la voz literaria a quien se ha dedicado concienzudamente a pulir eso que se conoce como estilo. El buen escritor requiere de talento (pues la escritura tiene su arte) y de esfuerzo (ya que el lenguaje se moldea con artesanal pericia y la sintaxis se construye con minuciosa capacidad ordenadora). Ambas capacidades las aunaba Francisco Umbral, quien con apenas estudios logró convertirse en uno de los grandes intelectuales de nuestro país además de uno de los más insignes escritores de todos los tiempos. Y tal cosa la logró gracias a un temprano hábito lector, parece ser que inculcado por su madre, y a un denodado trabajo en aras de conseguir una prosa legítima.
La literatura de Umbral se caracteriza por su plasticidad, sin que tamaño ornamento impidiera que el escritor viese nítidamente la realidad tras de la hojarasca de retórica magnificencia por él mismo suscitada. De este modo nuestro literato obraba un sistema lúcido-lírico. En las columnas de Francisco Umbral quedaba condensado, y de qué manera, la gran impostura de nuestro cotidiano vivir, las componendas político-financieras, la cara oculta de las más ubicuas vanidades… Era temerario y estético a la par, lo que le valió no pocas enemistades. No diremos que Umbral no fuese en ocasiones inclemente o inoportuno, pero a diferencia de la mayoría de sus antagonistas fue un escritor inspirado y transpirado, toda vez que su Obra supera el centenar de títulos, mas dicha transpiración era contrarrestada por el baño de audacísimas metáforas que se daba diariamente y por el aroma a perfume caro que desprende su simpar prosa. Dicha fragancia almizclaba con volutas de fascinación incluso a los registros más ínfimos del habla a los que, con gran maestría, entreveraba en sus escritos de toda índole. Elevaba como nadie lo jerguístico hacia estadios de sublimidad impensados.
A los que dicen que no era buen novelista, cabe refutarles que no lo era en el sentido más convencional, pues su temperamento refundador instauró muy otras posibilidades con retales de muy distintos y díscolos referentes, los cuales metabolizó de manera sincrética para gloria del lector con buen paladar.
Se rinde culto a muchos escritores y a pocos tan magnos como Umbral. Este, solo con la autoría de “Mortal y rosa” podría haber obtenido el pasaporte para la historia literaria, pero él fue un escritor perpetuo, un verdadero escritor, ese que, a mi parecer, es el que escribe afinadamente a salto de mata y que encuentra una excusa para hacerlo a toda hora; como diría el propio Umbral: ese que no vive porque su vida se ha convertido en un mero deambular en pos de hallar materiales trasvasables al escrito.
Miopísimo, Umbral tuvo una nítida visión crítico-literaria. Gran escéptico, tras ser acometido vil y vitalmente por las envestidas de lo trágico y lo traumático, pareció servirse de la literatura como purgante para evacuar desazón a espuertas en forma de una singular pirotecnia literaria con recado aprehensible, pues la beldad manejada por nuestro literato no encriptaba las verdades que acostumbraba a ventilar.
Y también ventilaba sus pequeñas miserias: su mal disimulada (y justificada por otro lado) vanidad literaria, sus rencores, sus salidas de pata de banco… que son las de cualquiera, al cabo, lo que ocurre es que él las compartió en gran medida a lo largo de tan inabarcable universo libresco, periodístico y vital.
En cualquier caso, si nos quedamos meramente con la obra, tenemos a uno de los grandes de todos los tiempos, un escritor interesante incluso en lo mucho que tuvo de controvertido.
En la prosa de Umbral cupo todo: ensayo, poesía, filosofía, periodismo, literatura de viajes, crítica literaria, literatura biográfica… por ello se ha de poner en valor tamaño patrimonio y no dejar en el olvido a uno de nuestros grandes de las letras. Modestamente, desde este artículo hacemos lo propio.
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