| ||||||||||||||||||||||
|
|
Lidiar con una persona pasivo-agresiva puede ser como caminar por un campo minado cubierto de flores. No gritan, no insultan abiertamente, pero cada palabra que dicen lleva veneno disfrazado de cortesía. A primera vista parecen inofensivos, incluso agradables, pero su forma de actuar deja una sensación de incomodidad que va calando poco a poco, como aquella gota de la que hablaba el sabio Salomón. “Decía el Sabio Salomón que una gota constante, ablanda un duro peñón”.
Pensamos que las enfermedades deben aparecer cuando somos mayores, creemos que nuestro sistema empezará a fallar o a tener ciertas inestabilidades cuando vamos sumando años en la últimas etapas. No concebimos tener mala salud o empezar a perderla cuando somos jóvenes, porque nos han inculcado que cada fase tiene su cometido y sus vivencias.
A veces parece que somos nuestros peores enemigos. Queremos avanzar, mejorar, lograr nuestras metas… pero justo cuando las cosas empiezan a encaminarse, algo dentro de nosotros hace que nos detengamos. Posponemos, nos autosaboteamos, nos convencemos de que “todavía no es el momento” o de que “seguro va a salir mal”.
|