Hay quienes minimizan el acoso escolar con argumentos como que existe desde el inicio de los tiempos, de que siempre ha habido “gorditos”, bajitos y miopes con gafas a quienes un grupito ha molestado en el salón de clase. Sin embargo, esta visión de la “naturaleza humana” parece ignorar casos de depresión, de violencia, de lesiones, de secuelas emocionales e incluso de suicidios que se producen en muchos países y que conocemos por los medios de comunicación.
El problema puede sobredimensionarse o distorsionarse si las televisiones se limitan a mostrar sin contexto humillaciones grabadas con teléfonos y multiplicadas por la difusión masiva de redes sociales. Pero esto no descalifica el sufrimiento en silencio de niños y menores, seres vulnerables, y de padres que muchas veces se enteran del problema cuando ya hay secuelas graves.
William Golding retrató la crueldad de un grupo de niños dejados a su libre albedrío en una isla desierta sin adultos en El señor de las moscas. Para minimizar el problema del acoso, se ha recurrido a esta obra maestra de la literatura para “demostrar” que la crueldad está en la naturaleza de los seres humanos desde que nacen. Sin embargo, esos niños que sobreviven sin adultos al accidente de avión no llegan “en blanco” a la isla: cuentan ya con un bagaje cultural, con unos principios educativos y ya han incorporado comentarios con una cosmovisión adulta en la forma de organizarse, con determinadas relaciones de dominación y de cooperación. También han recibido miles de golpes publicitarios que envuelven algunos de los valores que condicionan las relaciones sociales.
Con ese bagaje y con una naturaleza sin freno, los niños se organizan hasta convertirse en una temible sociedad de cazadores basada en la dominación y de la represión contra los más débiles que no se someten al grupo, con un terrible desenlace para Piggy, “el gordito con gafas”.
Se comprende que los padres afectados por el acoso de sus hijos ocurrido en el entorno escolar señalen como principales responsables a los profesores y al personal del colegio. Sin embargo, el acoso escolar comienza en el hogar del acosador, que imita las palabras y las actitudes de su entorno, o de la televisión cuando nadie en su casa limita su exposición.
A veces puede resultar determinante el hogar del niño que sufre el acoso cuando a éste le falta autoestima y cuando no hay una buena comunicación que sirva para detectar síntomas de abuso. A la educadora María Montessori se le atribuye la recomendación de no hablarles a los menores sobre su físico, ni para criticarlo ni para ensalzarlo, por las secuelas que tiene en la imagen que tiene el menor de su propio yo, que acaba por confundirse con su físico y, desde ahí se distorsiona su imagen del mundo.
Las diferencias y los “defectos físicos” forman parte de la naturaleza humana, como el sentido del humor, las bromas y las burlas. La vida podría hacerse insufrible si tuviéramos que adivinar los complejos que tiene cada ser humano a la hora de hacer cualquier comentario. Sin embargo, los adultos cuentan con unos recursos y unas herramientas que no tienen muchos niños.
El humor se convierte en esperpento cuando se han detectado las debilidades y esos complejos, y se empiezan a utilizar para humillar a la misma persona durante un tiempo prolongado. Luego vienen las intimidaciones, las amenazas y los golpes, magnificados por la humillación que supone permanecer pasivo e indefenso, cada vez más retraído. La sensación de derrota se multiplica con la viralidad de las humillaciones por el uso de redes sociales entre menores y adolescentes.
Ahí entra la responsabilidad de los profesores y de quienes trabajan en el entorno escolar. Los rasguños, las marcas, las risas, las miradas, el aislamiento de determinados alumnos, el rendimiento académico pueden servir como indicadores de casos de acoso. Los profesores pasan tiempo suficiente para detectarlo y cuentan con la autoridad, con los recursos y con la protestad para llevar el caso a los padres y para mediar en el caso. La presencia de psicólogos y mediadores especializados puede contribuir a esa solución, a la mejora en el ambiente escolar y a que los padres, de uno y otro lado, cobren mayor conciencia sobre la raíz del problema.
|