Uno de los pocos análisis de Heidegger, en su obra Ser y Tiempo, conocidos popularmente, reside en su diagnóstico de lo que sea una existencia auténtica y lo que sea una existencia inauténtica o impropia.
La existencia inauténtica
La existencia inauténtica consiste en la disolución del yo en el “se”, de modo que se pasa de la primera persona al impersonal. Es decir, ya no tenemos por sujeto al yo (yo pienso, yo deseo, yo hago), sino al “se” (se piensa, se desea, se hace).
Según Heidegger, el “ser-con” es un componente fundamental de la existencia humana. Esto es, el hombre, desde que existe, existe con los otros hombres, ya vive en común en la cotidianeidad.
La vida cotidiana
En esta cotidianeidad, el yo tiende a caer bajo el dominio de los otros. “No es él mismo, los otros le han arrebatado su ser. El arbitrio de los otros dispone de las cotidianas posibilidades del ser”.
En fin, en la existencia cotidiana, el yo se impersonaliza, adaptándose a los usos, costumbres y modos de la sociedad en la que nace. “Disfrutamos y gozamos como se goza; leemos, vemos y juzgamos de la literatura y el arte como se ve y se juzga; incluso nos apartamos del montón como ‘se’ aparta uno de él y encontramos irritante lo que hay que encontrar irritante”.
El “se” ejerce una “verdadera dictadura”, disolviendo lo peculiar del hombre en la sociedad y construyendo un “forma de ser de la cotidianeidad”. Nuestro ser propio, como individuos, queda anegado en la experiencia común y tiende a una “nivelación universal”, es decir, a la supresión de todo lo que se aparte del término medio.
El gregarismo
Heidegger habla, en este punto, de una “existencia abierta”, algo así como una sola existencia difundida entre todos los individuos. Exactamente eso sería el gregarismo, que priva al individuo de su sentimiento de responsabilidad individual y lo diluye en la responsabilidad colectiva. Y, por lo demás, priva también al individuo del deseo de comprenderse y de vivir una existencia auténtica. Todo ello, a cambio de paz y seguridad.
En conclusión, “el ‘se’ descarga el ser de cada uno en su cotidianeidad”. Y la cotidianeidad es un forma de ser en la que se pierde el “ser propio” de cada uno, el ser auténtico del individuo. Así caemos, pues, en un modo de vida inauténtico, en el que el yo se convierte en “uno cualquiera”.
Negaciones de la autenticidad
Este modo de existencia inauténtica se caracteriza por las siguientes notas:
1. La palabrería. Se trata de la degeneración del lenguaje común en el que se desenvuelve el individuo. El lenguaje pierde su finalidad de comunicación y comprensión y atiende “simplemente a lo hablado como tal”. No se hala de qué son las cosas, sino de lo que “se dice”. Se pasa de lo real y lo profundo a la apariencia y la superficialidad.
La habladuría llega, incluso, a destruir la comprensión “por el camino de transmitir y reproducir lo que se habla”. Se alimenta, casi siempre, de “lo leído en alguna parte”, en el que el lector no es capaz de distinguir lo obtenido de lo repetido de la lectura. Así, de la mayoría de las cosas, sólo sabemos “lo que se dice” y no nos preocupamos de los que son las cosas, sino sólo de hablar.
2. La curiosidad. En este caso, no se trata de la curiosidad por el saber, de la que ya hablara Aristóteles. Ésta era una cualidad noble, nacida de la admiración. Nos encontramos, por el contrario, con la “concupiscencia del saber” de la que hablara San Agustín, es decir, con la “avidez de novedades”.
“No por comprender lo visto, sino solo por ver. Únicamente se busca lo nuevo para saltar de ello nuevamente a algo”. Así, por esa curiosidad malsana, el hombre se abandona al mundo y cae en la inestabilidad y en la dispersión, en la agitación permanente. Por otro lado, esta curiosidad por saber y por vivir lo nuevo produce la impresión de una “aparente vida auténtica”, porque está basada en la pura actividad.
3. La ambigüedad o el equívoco. Se trataría aquí, según Heidegger, de una proyección de las habladurías y de la curiosidad hacia el futuro. Es decir, estamos ante la búsqueda ansiosa de “lo que pueda suceder”. Esto se traduce, ya en su tiempo, en el sensacionalismo de los medios de comunicación al “descubrir” novedades y en el “ansia de publicidad”.
Todo ello se expresa en el rastreo constante de los acontecimientos, para someterlos a continuas sospechas, con el objetivo de comentarlos “en continua charla”. Pero los hechos pierden pronto su interés y hay que buscar más novedades.
4. La decadencia. Constituye el resultado final de los tres elementos anteriores. El individuo es absorbido en el mundo y en los otros, se pierde en el anonimato y en la publicidad cotidianos, “gobernado por la palabrería y por al avidez de novedades”.
El decaimiento
El decaimiento es, por tanto, una manera de existir. No se trata de una caída desde un estado anterior más alto o más puro, sino de un proceso constante de desarraigo, una huída de sí mismo y de sus posibilidades propias.
Como resultado de al existencia inauténtica, el hombre se encuentra como “arrojado en el mundo, se encuentra abandonado en el mundo y se pregunta quién lo ha puesto en él”. Se encuentra, también, con una serie de posibilidades propias que tiene que realizar, a pesar de su impotencia.
Perdidos en el mundo
Por ello, el hombre se plantea que él no ha elegido existir y contempla la existencia como una carga. El hombre, concluye Heidegger, “es un ser arrojado al mundo, en el cual se ha perdido”.
Cosas de filósofos…
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