“Conocía desde hace años mi enfermedad mental, de la que me sentía avergonzada. Mi familia es muy cristiana y yo siempre encajé mi enfermedad como un desaire del Creador, ¿por qué se había equivocado conmigo? Pensé que era un error de la humanidad”. Levantó la mirada para pausar su lectura frente el atril, delante del público.
La persona leía un fragmento de Gotas sobre el charco, el relato ganador del 2º Concurso de Relatos “Ponte en mi lugar”, que organizó la Unión Madrileña de Asociaciones de Personas pro Salud Mental (UMASAM) con el objetivo de contribuir en la lucha contra estigmas y prejuicios.
Al terminar, presentó a cada uno de sus compañeros del Taller de Relatos, compuesto por personas diagnosticadas con enfermedad mental y voluntarios. Desde hace años, el Grupo de Salud Mental de la ONG Solidarios organiza encuentros y salidas de ocio para que los integrantes interactúen y compartan en un entorno normalizado en el que cueste cada vez más trabajo distinguir a los voluntarios de los “usuarios”. Contó las batallas que durante semanas libraron en el grupo por un punto, por una coma, por un adjetivo.
Este fruto se recoge tras una siembra que comenzó con un primer Taller de Narrativa surgido del grupo de sensibilización del programa de Salud Mental. Crearon un blog para publicar sus creaciones literarias y empezaron a reunirse cada dos semanas para compartir sus relatos. El grupo tenía entre sus objetivos fomentar una mayor participación de sus integrantes y romper prejuicios y estereotipos relacionados con la enfermedad mental y que prevalecen en la sociedad con algunos medios de comunicación que refuerzan la falta de conocimiento sobre un tema complejo con noticias sensacionalistas, sin contexto y mal explicadas.
Las personas utilizan de forma intercambiable la enfermedad mental y la discapacidad intelectual cuando nada tiene que ver la una con la otra. La enfermedad mental, una vez distinguida, suele asociarse de forma exclusiva a la esquizofrenia, una de sus múltiples manifestaciones junto con otras como los ataques de ansiedad, fobias o la depresión. Se habla de personas violentas, con falta de voluntad, “flojas”, antisociales y con pocas capacidades.
Mucha gente confunde la depresión con procesos de duelo y de tristeza tras experiencias dolorosas que todos los seres humanos sufren a lo largo de sus vidas: separaciones, muertes, pérdidas del empleo y fracasos múltiples.
La barrera erigida por el miedo a lo desconocido genera este batiburrillo que impera en el imaginario colectivo. Sólo se puede derribar en el encuentro con “el otro”, en espacios donde las personas puedan no sólo compartir tiempo y actividades, sino también desarrollar sus capacidades sin importar sus circunstancias.
Una de cada cuatro personas en el mundo sufrirá una enfermedad mental a lo largo de su vida, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). En España, 400.000 personas padecen esquizofrenia, una de cada cien, al igual que en el resto de Europa. Esto significa que, por cada paciente con diabetes tipo I, hay 4 con esquizofrenia, según la Confederación Salud Mental España.
Además de contribuir en la lucha contra esa incomprensión, el arte, las actividades de voluntariado, el deporte y otras iniciativas de participación refuerzan las capacidades de las personas, lo que puede convertirlas en protagonistas de su propia vida en lugar de meros observadores que reciben “ayuda” en entornos “seguros” y “protegidos.
La incomprensión se produce por desconocimiento, por el miedo, por la sobreprotección de muchos entornos familiares y de amistades, por falta de recursos, por la institucionalización de “la enfermedad mental”, cuando sólo existen personas con nombres, apellidos, familia y amigos que las padecen. Aunque muchas personas tengan dañada la precepción que tienen del mundo y de su mundo interior sin poder localizar en qué parte de su mundo físico se encuentra el dolor de su “alma”, muchas personas superan su enfermedad mental los apoyos y tratamientos adecuados, como se superan las dolencias del cuerpo.
A veces cuesta darse cuenta de que las lágrimas que anegan los ojos en este tipo de entregas de premios las produce cierta autocompasión al ver que uno no tiene la misma fortaleza que muestran a diario personas que luchan contra los prejuicios, el miedo y el estigma todos los días. Con una sonrisa, incluso.
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