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El destierro de la violencia

Hace menos de un siglo, las personas estaban familiarizadas con la violencia y la consideraban un comportamiento humano más
Guillermo Valiente Rosell
jueves, 25 de mayo de 2017, 00:02 h (CET)
La violencia continúa siendo un comportamiento relativamente extendido en nuestra sociedad, sin embargo, puede afirmarse que ha desaparecido en la vida diaria de la mayoría de la gente. Hace menos de un siglo, las personas estaban familiarizadas con ella y la consideraban un elemento más del comportamiento humano. Las guerras y la obligatoriedad del servicio militar hacían que la gente viera la violencia como una parte más de la convivencia humana, mientras que hoy en día la vemos precisamente como el fracaso de esa convivencia. Y con el término “violencia” me estoy refiriendo exclusivamente a la violencia física, no a la verbal ni a esa que se denomina “sistémica”, producto de las injusticias del sistema político y económico.

No es necesario enumerar los aspectos positivos de la pérdida de familiaridad con respecto a la violencia, pero sí que deberíamos ser conscientes de que también ha traído consigo cosas negativas. Una de ellas es que, al renunciar a la violencia, hemos renunciado también a muchos de los ideales por los que antes se empleaba. Como afirma Slavoj Žižek, “nosotros, habitantes de los países del primer mundo, encontramos cada vez más difícil imaginar una causa pública o universal por la que estaríamos dispuestos a dar la propia vida”.

Nuestro desprecio por la violencia nos lleva hoy incluso a rechazar el derecho del Estado a ejercerla en base a su autoridad, y siempre, por supuesto, respetando las leyes. Confundimos autoridad con autoritarismo y olvidamos que la posibilidad de que las fuerzas de seguridad estatales utilicen la violencia es una garantía del cumplimiento de la ley y es positivo para el conjunto de la sociedad. Si la policía no pudiera emplear la violencia, una violencia legítima y justificada, no podría ejercer su labor en muchas ocasiones.

Como siempre quedará alguien dispuesto a usar la violencia, y lo hará contra una sociedad que la ha desterrado completamente de sus vidas, sólo el Estado podrá proteger a esa sociedad del violento, utilizando más violencia. No quiero decir con esto que el único medio de combatir la violencia sea con más violencia, pero hay ocasiones que hacen necesario emplearla. Negarlo sería mentir.

Tras haber renunciado al uso de la violencia, debemos hacer un ejercicio de abstracción para comprender ciertas cosas ocurridas en la historia del siglo XX, cuya problemática y radicalismo político vino determinado, en buena medida, por la familiaridad de aquella sociedad con la violencia. La Europa de entreguerras estaba formada por ciudadanos que habían vivido una guerra mundial. Jóvenes que habían combatido en los frentes se dejaron seducir por ideologías que no despreciaban el uso de la violencia, como el fascismo o el comunismo. Sin embargo, era lógico que estas ideologías no lo hicieran, puesto que nadie veía la violencia como algo lejano como la vemos actualmente. Nuestro error es juzgar el ayer con los ojos del hoy.

La violencia ha dejado de ser habitual en nuestra sociedad. Por ello, los casos de violencia nos llaman especialmente la atención y nos ponen en alerta, pues sentimos amenazada nuestra tranquilidad. En este sentido somos más débiles, pero quizá ahora podamos dar la razón a Valéry cuando dijo que “en paz, la hostilidad de los hombres entre sí se muestra a través de creaciones”.

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