Pero Alejandra le sonreía a la vida antes de que la vida le sonriera a ella para darle posteriormente una patada. Alejandra sabía que había que atajar a la vida misma, torcer rumbos, cambiar ideas. Vencer…
No quería morir de joven ni sufrir demasiado y así se lo había pedido a Dios… y así, sabía que se lo concedería.
Alejandra también tenía momentos místicos, si bien, siempre creyó que había, quien en ese tema, podía llegar más lejos que ella.
Siempre pensó que los demás eran mejores personas.
Una vez, en el lugar de trabajo, se dio cuenta de que no podía ser tan mala, al verle, casualmente, cachitos y rabito de diablitos a algunos de sus compañeros, no a todos. También le pareció que sus ojos emitían una tenue lucecita roja.
Supo entonces, que algunos de ellos eran diablos en activo, y al principio sintió miedo de ese mundo que desconocía.
No sabía si sentir lástima o indignación. Así, que sintió las dos cosas.
Les compuso una poesía dura y cruel en la que se verían reflejados como almas en pena, basura humana en descomposición, sin preguntarles nada y sin querer saber más cosas de ellos:
Diablitos, diablitos,
que mueven sus rabitos,
el mal quieren hacer,
pero no van a poder, lo que pidan
no se les dará ya.
Diablitos, diablitos,
de lucecitas rojas en los ojitos,
que vivo porque Dios es grande,
yo que me creí en ellos,
ahora sé, nunca en nadie creeré.
Diablitos, diablitos,
que les he visto cachitos,
en que andarán esos diablecillos.
Si a mi vuelven a hacer mal,
lo lamentarán.
Que Dios les fastidiará,
aún más. Diablitos,
los hay rubitos y morenitos.
Como engañan los diablecitos.
Los hay que te miran y parecen buenos,
los hay que se mueven
como diablicellos.
Los hay que los educaron
para ser diablitos, ¡ay¡ pobrecitos.
Ninguno remordimientos tiene,
¡ay¡ que resignaditos.
Piensan que nada pierden,
¡ay¡ que buenecitos,
que así mejor hacen todito,
y mueven sus rabitos.
Los hay que amenazan,
se ponen derechos, se cuidan muchito,
están delgaditos,
se quieren un montón,
¡ay¡ que angelitos.
Alejandra supo que tenía que superar el miedo al saber que estaba entre ellos.
La confianza de tantos años se rompió y le impidió ser como realmente se había dado a conocer.
Fuera una persona colaboradora, que contaba todo lo que sentía o lo que quería, que confiaba con los ojos cerrados hasta en el peor de sus compañeros.
Ahora sabía un secreto y no sabía que hacer. ¿Por qué serían diablitos?...
No sabía como reaccionar. No tenía tiempo para pensar. La habían estado engañando demasiados años y ella ya tomara una conducta diferente a la que debía haber adoptado dadas las terribles circunstancias. Ellos se acostumbraron a verla así. Distinta. A fin de cuentas, la estaban engañando y su comportamiento con ellos fue como el de una atontada.
El hecho de que casi toda la gente del lugar en que trabajaba le pareciera, en un principio, buena gente, hizo que se relajara y fuese libre de más para expresarse con total libertad, sin que por ello, no se hubiese dejado someter, gracias a Dios, a las pequeñas ataduras necesarias para mantener la vida. Pues, en el mundo hay de todo.
Los diablitos parecían amables con ella, pero le buscaban demasiados defectos en el trabajo. Empezó a temer por su vida.
De hecho, nunca llegara a ser considerada una excelentísima profesional, si bien, no se podía decir que fuera mala.
Eso que le habían ocultado tendría que pesarles algún día.
Si ella les dio toda su confianza para no recibir más que sus mismos deseos de verla muerta, algo tenía que pasar allí. ¿No creen ustedes?. No eran buenos sino malos. Dios existe.
Ahora sabía lo que podían estar planeando en su contra. Ella no había tenido comportamiento de diablo e incluso había siempre buscado lo mejor en todo. Pero no casaba bien con ellos en ideas y acciones.
Pasaron muchos años antes de darse cuenta de donde estaba metida.
Con el tiempo se fue adaptando, pero tuvo que retroceder a tiempos en los que vivir entre diablos no le era para nada ajeno. Esos tiempos estaban en su pasado. Lo sabía. Como que existen otros mundos y otros planetas… hablo de “otras vidas, con otros cuerpos”.
Descubrió que ya no le gustaba vivir entre los diablos y que sencillamente quería vivir, dentro de lo posible, una vida sencilla, tranquila y en concordancia con Dios.
Pensaba que esa era la única forma de alcanzar la verdad suprema y que la vida era un ir caminando hasta llegar a la felicidad total que era: “el reconocimiento de todos nosotros, por parte de Dios, como sus hijos y que nos llevara al cielo”.
Evidentemente las circunstancias en ese momento le exigían otra conducta que ya no quería llevar, si bien, podía hacerlo.
Esa posibilidad estaba allí, y sabía, podía ser la peor. Desde luego, esos momentos estaban interrumpiendo lo que siempre calculó que sería su vida.
Ahora trataba de no estar demasiado en discordancia con los diablecillos. Pues sería peor para ella, para su misma vida. Por eso buscó rodearse de los buenos compañeros…
Esos diablecillos sienten ganas de matar a la gente que llevó una vida recta, porque ellos no la han llevado, y quieren, en definitiva, llevar cuantas más almas a su fin, a perderse entre las oscuras sombras. Todo un hecho de crueldad propia de los diablos.
Alejandra sabía de sus manías: no soportaban a nadie que no hablase con la dureza de ellos. No soportaban a nadie que creyese en Jesús, Dios, la virgen. No soportaban a nadie que no odiase lo que ellos odian. No soportaban a nadie que no supiese dar la respuesta adecuada en el momento adecuado. No soportaban a nadie que cuidase con mimo a sus hijos. No soportaban a nadie que hiciese favores y era realmente peor hacerlos. Eran de pocas palabras. Les gustaba toquetearse, para ellos no soportar eso era malo.
No querían que nada malo les pasase. Se cuidaban mucho. Creían que se merecían lo mejor. Les gustaba trabajar poco y pocas horas.
Les gustaba tener muchos días libres en el trabajo.
Les gustaba salir mucho y disfrutar mucho. Eso Alejandra no lo veía mal.
Creían que lo mejor que podían hacer con sus hijos era dejarles hacer lo que querían. ¿Ser libres?. Pero “la libertad”, es otra cosa.
Mentían, mentían y mentían sin parar igualito que el diabo maldito por Dios, que es un bendito varón. Era como los retratos del Bosco, que retrataba la lujuria infernal y el vicio en figurillas diabólicas retorciéndose en sus malditos vicios.
A Alejandra ellos le parecían eso. Figuras del Bosco.
Una vez uno le dijo a otro “maricón”.
El otro se rió un poco. Quizás hubiesen pasado noches juntos, mismo siendo compañeros del trabajo y del mismo sexo.
Alejandra sabía que no tenían una sola esposa. O sí, una en casa y otras que les visitaban regularmente, cuando les apetecía.
No eran fieles, pues.
A Alejandra eso no le importaba, mientras no la increparan a ella, mientras no le salpicase.
Desechó aún más la idea de casarse, pues si su marido llegaba a engañarla, ella si que sería capaz de dejarle a la primera infidelidad y no hablarle nunca más.
¿Qué podía pasar si Alejandra se casaba con un diablo?, sin saberlo…
Era duro pensarlo, pues si habías sido criado de una manera y el otro de otra, sería casi imposible el entendimiento mutuo. Realmente imposible.
El malo, siempre tiraría para su lado y matar, está a la orden del día.
A veces les veía caminar, y parecía que iban a asesinar a alguien. Tal cual, sin duda cada uno de ellos ya lo había hecho en alguna ocasión.
Tenían el corazón duro.
Algunos ya no lo tenían.
Les gustaba asustar a los indefensos. Martirizarle antes de hacerles el daño definitivo.
Hacían creer a los más débiles en cosas que no existen.
Siempre que podían culpaban de sus males a un tercero. Ellos nunca tenían la culpa de nada.
No tenían conciencia de culpabilidad.
Si algo tenía claro Alejandra es que ese era su perfil. El de los diablitos.
Pero a pesar de todo, ella se sentía protegida por Dios.
Sabía que en el país en que vivía se producían atentados. Sus tíos ya se lo habían contado desde pequeña. Lo sabía ella y toda su familia.
Pero verles en el trabajo le tomó realmente por sorpresa.
¿Serían ellos los de los atentados?
¿Por qué se lo habían ocultado?
Ella comenzó a sospechar… pero ellos no intuían nada.
Hasta por su carácter de bárbara, le motivaba estar un poco en ese mundo de villanos, si bien, no se puede estar del todo con Dios y con el diablo.
Se encomendó a Dios y sabía que si le hacían daño lo iban a pagar muy caro.
Desde pequeña, sin ser excesivamente creyente, sintió que Dios la cuidaba y la protegía.
Por eso se esmeró en ser cada día mejor.
Si bien nunca sintió que se había ganado el cielo totalmente.
En una conversación con su hermana se lo dijo:
-Yo he intentado portarme lo mejor que podía, con mis limitaciones, si bien, no sé si muriéndome ahora, alcanzaría el cielo. Pienso que si lo alcanzas o no, lo sabes al final de tu vida, cuando eres viejecito. Ahí lo ves bien, y te das cuenta de si tu muerte será bonita o no lo será.
-Tú nunca te portaste bien Alejandra.
A mí, nunca me ayudaste en nada. En hacer ningún recado, nada.
Además, siempre te tenía que tener colgada de mí en los recreos del colegio. No podía tener amigos.
-Tú también tuviste fallos, o no te acuerdas cuando te liaste con tu novio ecuatoriano que era tan seco, atormentado, lento, dormilón y falso.
-Envidiosa.
-No, envidiosa no, es que era una mala persona.
A mamá y a mi nos hizo mucho daño.
¿Por qué hiciste eso?
¿Por qué no nos hiciste caso a mamá y a mí?
Luego, él te dejó, se casó con una andaluza y ya tiene dos hijos.
Después de tantos años y tanto amor como decías que había, que hasta te fugabas con él horas y horas, nada.
-Era mi novio. Envidiosa, envidiosa.
-Boba.
-Boba tú.
-Retrasada mental.
-Eso tú.
-No te considero para nada mi hermana.
-Yo a ti tampoco. Peor no pudiste ser.
-Imbécil.
-Tú, tú lo eres.
La hermana de Alejandra tuviera durante nueve años un novio ecuatoriano que era músico y vendedor de electrodomésticos y del que al parecer, por sus actuaciones y su fuerte personalidad, se enamoró locamente.
Como nunca Alejandra se pudo haber imaginado que se enamoraría su hermana o cualquier otro ser.
Ellos, se besaban delante de ella, andaban toqueteándose. Ella se vestía de corto, con ropas insinuantes, muy ligerita de trapos.
Comían del mismo plato e incluso del mismo cubierto, hablaban largas horas por teléfono y cuando se veían también.
Salían a escondidas.
Él fue el primer amor para ella, o si no, sí el primero que le enseñó lo que era el amor, así como ella quería conocerlo.
Parecía una gatita en celo. Unos celos que le duraron muchos años y que le costó muchas horas de amargura a Alejandra y a su madre.
A Alejandra eso le quedó dentro, muy adentro. Incluso le fue mal en el trabajo en un comienzo por culpa de esa historia. De esa maldita historia.
Alejandra pasó noches sin dormir pensando en donde estaría su hermanita.
¿Irían a un Motel en las calles de Rías Duercavía?. ¿Irían al cine?. ¿Irían a Machutoll a tomar el sol?. ¿Irían a cenar tortitas con nata montada?. ¿Dónde la llevaría? …
Una vez llegó a casa con una chaqueta vestida del revés.
Su madre le preguntó en donde estuviera. Ella se puso muy roja y no pudo contestar. Sin duda, lo habría estado pasando bomba, o no. Alejandra no sabía ni comprendía como se podía pasar bien el rato con un hombre como ese, bajito, calvo del todo, al que le faltaban dos dientes, presuntuoso, presumido, interesado, lleno de asperezas. Sin duda ese hombre era otro diablito.
Un diablito que hizo feliz a su hermana mientras les duró el encantamiento.
Él sabía mucho de Política, de Filosofía, de Arte, de Historia. Era un sabelotodo. Cualquier cosa que su hermana le preguntase, él le sabía dar la respuesta acertada.
A pesar de la supuesta felicidad de su hermana, Alejandra sabía que ese hombre no iba a hacerla feliz. Era imposible.
O quizás, su hermana la estuviera engañando durante todos estos años y era una diablecilla.
Alejandra ya no sabía que pensar.
Lo cierto es que descubrió que finalmente los diablitos no podrían hacerle nada. Lo pagarían muy caro si lo hacían.
Dios, pensaba Alejandra, podía llegar a ser muy justo.
Siempre lo era.
Cuando era pequeña un adivino leyó la carta astral y la mano a Alejandra y le dijo que países como Venezuela o España, así como tantos otros, se hundirían bajo las aguas a partir del año 2000.
Que en ese año, decían que sería el fin del mundo.
Lo cierto, es que a partir de ese año hubo muchas inundaciones en muchos países y, a Alejandra, le habían dado que pensar esas predicciones.
No escapará ningún diablo, le dijo el adivino.
Méjico también puede correr peligro.
Alejandra pensó entonces que esos diablecillos, si llovía, se convertirían en peces de colores, eso en el mejor de los casos.
Quizás era eso lo que querían. ¿Quién sabe?. Llega un momento en que ya nada se sabe.
Una vez oyó decir a uno de ellos que nadie se podía morir ni desaparecer para siempre porque somos almas y tenemos vida eterna, y Alejandra pensó: “que equivocado está ese hombrecillo”, que por cierto, daba una verdadera apariencia de estar atormentado.
Aunque seamos almas, pensó, quien nos creó también sabe como destruirnos, y lo haría sin duda, si hiciese falta, con los que no tengamos remedio.
Es como un mecánico que arma con paciencia varios coches, tuerca a tuerca, pieza a pieza… al final, también sabe como desarmarlos. Como un dentista que saca muchas muelas, al cabo del tiempo, le pierde el miedo y las saca y las pone sin dificultad. Como un actor que mejora con los años de trabajo pero que también puede hacer el papel de un hombre nefasto. Como un astronauta que pierde el miedo al espacio. Como un relojero que repone, crea o destruye relojes, como lo hace su hermano. Como un abogado que se aprende muchas leyes y de repente crea una nueva que elimine alguna de las ya creadas.
Así era.
Así sería si era necesario. Dios estaba allí para algo.
Alejandra se sentía protegida porque después de todo, con lo que había hecho de malo, no había perjudicado a nadie. Ella tenía conocimiento pleno de esa realidad. Era así, y nada más.
Lo único malo que sintió que hiciera, es que por dar de comer una vez a un gatito de la calle, a éste le atropello un coche al irse corriendo asustado.
Se sentía responsable de esa muerte, por otro lado, no intencionada. Ella sentía cariño por los gatitos.
Alejandra lloró mucho por ese animalito que nada malo había hecho y había muerto. Luego del atropello, ella apartó su cadáver y le pidió perdón.
Alejandra siempre ponía de comer a los animales abandonados de la calle pues le daban lástima. En su coche siempre tenía croquetas de perro y de gato e incluso comida de pájaro, pan y galletas.
Fueron muchos los animales a los que Alejandra dio de comer en la calle. A algunos de ellos les colocó en buenas casas, con dueños que sabía que serían de confianza. Siempre colaboró con la Protección de Animales de Caracas que dirigía la sra. Matilde. Le llevó más de cien animales entre perros, gatos, pájaros, y hasta en una ocasión, un burro. Alguien tenía que preocuparse por ellos.
Eran pocas las personas que sentían un mínimo de pena por la situación de estos desprotegidos. Por eso ella siempre que podía les cuidaba.
Salvo Conde, su gatito y su perro también habían sido recogidos de la calle y eran estupendos compañeros, aunque no tuvieran raza. Alejandra sabía de su nobleza, y hablando de ello a la gente, les colocaba. Ayudó a infinidad de animales que lo estaban pasando realmente mal.
Una vez vio a un perro con la columna vertebral partida en dos, otra a gatos atropellados con el cerebro medio deshecho pero aún vivos y saltando, en otras ocasiones, viera palomas con las patas amarradas, vacas atropelladas en medio de las carreteras... A todos ayudó, sin reparos, sin medir el tiempo ni el bolsillo.
Sabía, por otra parte, que no era la única persona que se preocupase así, de esta forma, había incluso, quien se preocupaba más que ella. Eso estaba bien. Dios existe.
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