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De idiotas, imbéciles y legos: política, economía y religión

Etimología de nuestra necedad
Felipe Muñoz
martes, 4 de octubre de 2011, 06:49 h (CET)
Permítasenos, por hoy, descolgarnos con algunas consideraciones filológicas dispersas, que, aunque son muy conocidas por los especialistas y por el público culto, algún matiz ganan si las colocamos todas juntas.

Muchos de los insultos presentes en la legua castellana aluden a la exclusión, intencionada o no por parte del “insultado”, de una colectividad que se considera valiosa. Es por ello, que los insultos de cada sociedad y de cada época no muestran a qué se concede valor en esa sociedad y en esa época.

Idiotas antiguos
El vocablo “idiota” procede del griego idiotés, término con el que los helenos designaban a aquel que, aun poseyendo los derechos de ciudadanía, se limitaba a sus asuntos privados y no se cuidaba de la política.

En el entorno de la polis clásica, se tenía por obvio el deber de cada ciudadano de ocuparse de los asuntos públicos; por lo que no hacerlo, y preocuparse sólo de los asuntos propios, se consideraba como una mezcla de defecto moral y de incapacidad técnica o profesional para las labores de gobierno.

Etimológicamente, la palabra evolucionó por la línea de la incapacidad profesional. De tal modo que, en la época helenística posterior, el idiota era el extranjero que no sabía griego (o, más adelante, en Roma, latín) y que, por tanto, no tenía nada que aportar a los asuntos públicos.

En cualquier caso, la mayor pena que se podía imponer en la Grecia clásica consistía en el ostracismo, es decir, en el exilio de la propia ciudad, acompañado de la inhabilitación para ejercer los derechos políticos. Sócrates prefirió la muerte, antes que sufrir esta pena.

Idiotas actuales
Bien diferente resulta la época actual, sobre todo a partir de las revoluciones liberales, en la que, en las sociedades desarrolladas, se ha extendido la “máxima moral” de que cada uno ha de ocuparse de sus propios asuntos.

Por esto mismo, por encerrarse en su Jardín y descuidar la política, lo estoicos llamaban “idiotas” a los epicúreos. Y, también por eso mismo, a los ojos de los griegos, nuestra máxima moral sólo puede significar que queremos convertirnos en “idiotas”. Aun más, cuando otra de las sentencias muy extendidas en nuestra sociedad es aquella de “yo soy apolítico” o “yo no me meto en política”. Es decir, etimológicamente, “yo soy idiota”.

Imbéciles antiguos
La palabra “imbécil” procede del latín imbecillis, y viene a significar, etimológicamente, “en el bastón”. Con este término se designaba, en la época de la República Romana, a aquellas personas incapaces de sostenerse económicamente a sí mismas. Durante la época del Imperio, evolucionó hacia el significado de “frágil, débil, vulnerable”, pero también “pusilánime”. Finalmente, en la Edad Media, cristalizó en su acepción de “debilidad de espíritu”.

Otra connotación del término “imbécil” nos lleva al sentido de “no válido para la guerra”. Es decir, en la antigua Roma, el imbécil era aquel que no podía aportar nada, ni económica, ni militarmente. Y ello, tanto por causas fisiológicas (enfermedad, vejez, invalidez) como por causas morales (pusilanimidad, cobardía, pereza…).

Imbéciles modernos
La evolución semántica del vocablo, que limitó su significación a la de “debilidad mental”, tuvo algo que ver con la época del Imperio, en la que los emperadores trataban de ganarse al pueblo de Roma con el reparto de grano y la organización de espectáculos gratuitos. Era la época del “Pan y Circo” y progresivamente se dejó de considerar deshonroso ser sostenido por el Estado.

De la misma forma, el deseo tan generalizado actualmente de ser mantenido o subvencionado por el Estado, como si no tuviésemos otra opción, este deseo, decíamos constituiría, a ojos de los romanos de la república, un síntoma de imbecilidad.

Legos antiguos
Finalmente, la palabra “lego” procede del latín laicus, que también ha derivado en la palabra castellana “laico”. Su significado hace referencia al pueblo, en oposición a los clérigos, en el sentido de que aquél no está instruido en lo propio de la religión.

Ya en la Edad Media, a la distinción entre clérigos y laicos, se superpuso otra, dentro de los propios monasterios, entre clérigos instruidos y clérigos no instruidos. Estos últimos se denominaron “legos”. El clero cultivado provenía, en su mayor parte, de la nobleza; eran los sacerdotes doctos en teología y los titulares de la propiedad de los monasterios. En cambio, los legos, procedentes de las clases bajas de la población, estaban destinados a las labores manuales. Y por “falta de tiempo” para cultivarse, terminaron por formar una gran masa de clérigos ignorantes.

Legos modernos
Así, “lego” se acercó a la constelación semántica de “idiota” (en este caso, el que no se cuida de la instrucción religiosa) o de “necio” (aquel que, aunque reciba instrucción, no es capaz de adquirir el conocimiento religioso). Recordemos que el necio, el insensato, era el que afirmaba que Dios no existía, en el argumento ontológico de San Anselmo.

Por ello, y de nuevo etimológicamente, la indiferencia religiosa actual, en las sociedades económicamente desarrolladas y la progresiva exclusión de la religión en las escuelas, sería considerada por el hombre medieval como necedad e insensatez, como un deseo de permanecer lego, aun cuando tenemos la posibilidad de no serlo.

No podrán negar que esto de las etimologías, tiene un cierto interés.

[Este artículo, con algunas modificaciones, fue publicado inicialmente en www.suite101.net, en el enlace siguiente]

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