F. E. Beneke fue un filósofo realista, que tuvo la mala suerte de nacer y vivir toda su vida en plena época de auge, diríase que de dictadura, de Idealismo Absoluto en la Alemania de Hegel.
El suicidio de un filósofo
En 1822, a sus 24 años, publicó su obra Física de las costumbres. Debido a esta publicación, fue excluido de la lista oficial de docentes y, acusado de epicureísmo, ateísmo y materialismo, hubo de abandonar su puesto en la Universidad de Berlín, a la que no pudo regresar hasta la muerte de Hegel.
En cualquier caso, nunca se le concedió una plaza de docente y vivió el resto de su vida como profesor extraordinario (22 años de extraordinario), trabajando por una miseria y marcado por el rechazo de sus iguales.
Sin embargo, a pesar de su título, Beneke no defendía en su libro a Epicuro, ni doctrinas materialistas o ateas de ningún tipo. Simplemente, Hegel lo dijo así y nadie lo cuestionó o, siquiera, lo comprobó. En realidad, hablaba de que todo conocimiento, en general, ha de comenzar con la experiencia y de que “la experiencia” es un concepto psicológico. De ahí que la Psicología haya de ser la ciencia fundamental y todas las demás disciplinas de la Filosofía sean “Psicología aplicada”.
A partir de esta premisa, Beneke afirmaba la capacidad del hombre para conocer la realidad exterior, independiente de la conciencia. Y, en contra de las concepciones de la moral como universal, defendía la necesidad de cada hombre “de actuar conforme a los principios de su ser individual”. No hay, pues, leyes morales subjetivas universales; pero sí que existe un orden objetivo en la escala de valores.
En esto consistía, pues, la doctrina tan rechazada y violentamente repudiada en toda la Alemania de primera mitad del siglo XIX. Un rechazo producido, en realidad, por su oposición a la corriente oficial establecida y por el título de un libro que, casi con seguridad, ninguno de sus detractores leyó.
[ Beneke desapareció en 1854. Dos años después, su cuerpo fue encontrado en el canal de Charlottenburg. Murió ahogado. Al parecer, se suicidó debido a los problemas psicológicos que le acarreó el hecho de vivir rechazado en su tierra natal durante toda su vida. ]
La famosa sentencia de la zorra
Casi dos siglos después, y por estos Lares españoles, menos preocupados por las corrientes filosóficas dominantes, y más por lo políticamente correcto, he aquí que, el 17 de junio de 2011, el juez Juan Del Olmo hizo de ponente de una sentencia en la Audiencia Provincial de Murcia. Y, he aquí, que más detrás meses después, la sentencia llegó, quién sabe por qué medio, a alguien de la Agencia Efe, que la leyó en diagonal y emitió uno de los cables más falsos de los últimos tiempos.
La cuestión fue que todos los periódicos, sin excepción, se hicieron eco de titulares del tipo “El juez Del Olmo considera que llamar ‘zorra’ a la esposa no es un insulto”. La noticia, falsa de toda falsedad, se extendió como la pólvora, apoyándose en la gran cantidad de gente que solo lee los titulares (en el mejor de los casos), pero los extiende como si fueran información de primera mano.
Periodistas, “opinadores”, comentaristas, feministas de oficio y políticos en general, se apresuraron a fijar su posición, rechazando la sentencia y considerándola inaceptable. Desde Leire Pajín a Dolores de Cospedal, no faltó nadie, aunque nadie había leído la sentencia o ni tan siquiera la noticia.
Comienzan, y no acaban, lo insultos contra la familia del juez
Por lo demás, a algunos políticos, sobre todo mujeres, a muchos columnistas poco documentados, a muchos blogueros indocumentados y, en general, a todos los aspirantes a Pérez Reverte sin el talento de Pérez Reverte, a todos ellos, se les ocurrió la muy original y genial idea de aplicar el calificativo de “zorra”, a la madre, esposa e hijas del juez.
Quizá pensaban estar tejiendo una fina ironía; en cualquier caso, estaban olvidando que el juez del Olmo es un persona y que no merecería lo que se ha dicho de él, ni aun en el caso de que hubiera hecho lo que se le imputa. Al menos, no lo merecían su esposa, su madre o sus hijas, si es que las tiene.
La verdad no importa, solo el ataque personal
Personalmente, me ha sorprendido el desparpajo y los pocos escrúpulos de tantos, para insultar de esta manera al juez del Olmo y a su familia, sin comprobar mínimamente las razones por las que se le critica. Y no solo me sorprende en blogueros, twitteros y otras “gentes de mal vivir”; me deja aún más estupefacto que comunicadores reconocidos y formadores de opinión en general, profesionales de la información (se supone), se hayan unido al coro de los insultos y, en muchas ocasiones, lo hayan alentado.
Y ya no salgo de mi asombro cuando, una vez aclarado todo el embrollo, siguen apareciendo artículos y columnas criticando e insultando al juez e, incluso, pidiendo actuaciones judiciales contra él. Ciertamente, cuesta renunciar a un titular cuando se atrapa; y los periódicos, que tanto aire dieron a la falsedad, han dado muy poco vuelo a la verdad.
La sentencia de la zorra, no es del juez del Olmo
Para quien aún no lo conozca, y en caso de que la verdad le interese más que la corrección política o que el placer de insultar a un poder público (al fin y al cabo, una persona), vamos a resumir la verdad de la famosa sentencia de la “zorra”.
En primer lugar, la famosa sentencia no es una sentencia del juez Juan del Olmo: es una sentencia de la Audiencia Provincial de Murcia, de la que el juez del Olmo fue el ponente. Es decir, la sentencia fue motivada por un grupo de tres magistrados, presididos, por cierto, por una mujer.
La sentencia no dice que zorra no sea insulto
En segundo lugar, la sentencia no dice, de ninguna forma, que llamar “zorra” a la esposa no sea un insulto. Esto es una falsedad y quien la cometiera es culpable de negligencia o, simplemente, de fraude. La sentencia dice, exactamente, esto: “Incluso procede señalar que la expresión “zorra” utilizada en el escrito de recurso, escuchada la grabación de la vista oral, no se utilizó por el acusado en términos de menosprecio o insulto, sino como descripción de un animal que debe actuar con especial precaución, a fin de detectar riesgos contra el mismo”.
Aun más. La frase a la que se alude, y que, insistimos, los magistrados escucharon en las grabaciones, dice así: “Dile a tu madre que va a tener que ir como las zorras, mirando por la calle para adelante y para atrás, porque en cualquier momento la voy a matar y la voy a meter en una caja de pino”. La frase constituye una clara amenaza de muerte; pero, el término “zorra”, aquí, no está utilizado como insulto. De hecho, la abogada de la esposa se ha mostrado de acuerdo con esto.
La expresión “zorra” se alegó para convertir las amenazas en delito
Entonces, ¿qué importancia tiene, en el contexto de una amenaza de muerte, que el término “zorra” signifique una cosa u otra? Pues toda la del mundo: en España, las amenazas no son constitutivas de delito, sino de falta, a no ser que se produzcan en el contexto de un caso de violencia de género.
El juez del Olmo, como también los otros dos jueces que dictaron sentencia, como todas las asociaciones profesionales de jueces, como el Tribunal Supremo y, también, el Tribunal Constitucional, considera admisible la interpretación jurídica de que no toda agresión de un hombre hacia una mujer puede ser tipificada como “violencia de género”.
La abogada de la víctima intentó incluir las amenazas telefónicas del marido, que, en otro caso, serían consideradas faltas, en el contexto de la “violencia de género”. Esto, y solo esto, es lo que ha desestimado el Tribunal y, en consecuencia, ha aplicado la condena normal que se impone por amenazas.
Los jueces aprueban la sentencia de la zorra
Todo esto es ya perfectamente conocido, para quien esté interesado en la verdad. Incluso, por una vez, todas las asociaciones de jueces, progresistas y conservadoras, han estado de acuerdo en aprobar la actuación de la Audiencia de Murcia. Pero hay quien no se quiere dar por enterado o quien, por no perder del todo la razón, se descuelga ahora con qué condena más ridícula para una amenaza de muerte (volviendo a entrar en el terreno de lo que nada sabe, y confundiendo una falta de amenazas leves con una falta leve de amenazas…, piénsenlo).
La sentencia de la zorra podría haber abierto un debate productivo
En cualquier caso, por mí está bien. Si, a raíz de toda esta confusión, queremos plantear el debate necesario sobre si la Ley de Protección Integral (contra la Violencia de Género) ha cumplido la función para la que fue pensada; si es o no justa, ahora que hay tantos y tanto pidiendo que se condene a un hombre a una pena mayor por ser hombre que amenaza a mujer, tratándose del mismo delito, o falta, del hombre que amenaza a hombre.
Podemos debatir esto, y quizá llegáramos a algo mínimamente productivo. Pero ya no habría titular, no habría alguien a quien lapidar y, además, habría que basarse en los hechos, es decir, horror de los horrores, habría que pensar. Este es el nivel de análisis al que llegamos en la España actual. Y esta es la explicación de por qué no podemos aspirar más que a zapateros, rubalcabas, pajines, rajoyes o quinceemes.
Los que le insultaron, tendrían que pedir disculpas al juez del Olmo
De cualquier modo, antes que nada, habría que pedir disculpas públicas al juez Juan del Olmo y a su familia. Si existiera en España un poco de dignidad ética y profesional, es esto lo primero que habría que hacer, desde el primer periodista hasta el último bloguero o twitero, que sigue, quizá todavía, insultando al juez y exhibiendo su propia ignorancia o su incompetencia profesional. A mí me enseñaron, y aun lo sigo creyendo, que no estaba bien insultar a la gente, y mucho menos en público, y mucho, mucho menos si no tenemos ni idea de lo que estamos hablando. Y que, si lo hacemos, a pesar de todo, lo que procede, lo educado, lo humano es pedir disculpas, porque el error ha sido nuestro.
Por mi parte, personalmente, he perdido la confianza en algunas firmas que leía habitualmente y, por supuesto, he engrosado mi lista del blogs a no visitar más. Y me he extendido pavorosamente en esta columna, tratando de defender algo que apenas les ha importado hasta ahora: la verdad. Y no la termino, después de horas, convencido de que hay merecido la pena. Como decía Baltasar Gracián, “quien ha sido capaz de verter tales desatinos, no será capaz, seguro, de entender la refutación”.
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