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La esclavitud tecnológica

Debemos aprender a utilizar la tecnología con sentido común, en lugar de sustituir el uno por la otra
Guillermo Valiente Rosell
martes, 4 de julio de 2017, 00:01 h (CET)
Ya se ha dicho muchas veces, pero me gustaría insistir en ello. Nos estamos convirtiendo en esclavos de la tecnología. Estamos sustituyendo objetos de uso habitual por accesorios tecnológicos que no sólo no nos ayudan, sino que lo complican todo y nos obligan a aprender a utilizarlos.

No es mi intención criticar los avances tecnológicos, que tanta ayuda nos han prestado y que tanto progreso han traído consigo, pero lo cierto es que las compañías, a través de la publicidad, nos han hecho creer que todos los nuevos artilugios son imprescindibles en nuestra vida, algo completamente falso. Hoy en día resulta complicado, por ejemplo, encontrar un teléfono móvil que quepa en el bolsillo. En su lugar, las compañías nos venden unos smartphones con un montón de funciones que probablemente nunca usemos.

El principal problema, sin embargo, no es ése. Al fin y al cabo, cada uno es libre de comprar lo que quiera. El problema es que todos esos nuevos artilugios van desplazando a los anteriores en un tiempo récord, de tal forma que lo que ahora es completamente nuevo, mañana puede que esté obsoleto. Esto nos obliga a estar constantemente pendientes de lo que va apareciendo, si no queremos quedarnos atrás y quedar excluidos del mundo de la tecnología. Es entonces cuando nos convertimos en esclavos de la tecnología. Esclavos de algo que no podemos preveer, de una incertidumbre a la que no podemos dar respuesta.

La tecnología es un tren que no se detiene, por lo que no puedes bajarte de él a riesgo de perderlo para siempre. En muchos casos es un tren que hace mucho tiempo que alcanzó la estación de destino, pero que ha continuado en marcha y ahora nos lleva por derroteros absurdos, a los que la tripulación trata de presentar como algo paradisiaco. Es hora ya de que aprendamos a utilizar la tecnología con sentido común, en lugar de sustituir el uno por la otra. Debemos darnos cuenta de cosas tan obvias como que los actuales profesores no son mejores, si es que no son peores, por utilizar el Power Point para dar la clase en lugar de la tradicional pizarra de tiza. Igual que no es más cómodo, ni más moderno, ni más productivo, que el camarero de un restaurante tome nota en una tablet en lugar de apuntar los platos en una libreta.

Tan peligroso es rechazar el uso de la tecnología como emplearla para absolutamente todo. Ambos caminos llevan a hacer de ella algo inservible. Confío en que algún día nos demos cuenta y despertemos de este sueño paranoico en el que, no nos engañemos, nos hemos sumido voluntariamente y con gusto. Si lo intentamos, seguramente nos sintamos un poco más libres.

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