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Cuentos presupuestarios de hadas, a izquierda y derecha

Vamos a disipar las ficciones presupuestarias de la derecha y la izquierda
Robert J. Samuelson
martes, 8 de noviembre de 2011, 07:33 h (CET)
WASHINGTON -- .El supercomité -- la docena de representantes del Congreso a cargo de idear un plan que cierre déficits colosales -- no podrá triunfar sin el apoyo de la opinión pública a sus propuestas. Y la opinión pública no acompañará si la instancia suscribe cuentos de hadas.

La ficción de los conservadores dice: Nosotros sabemos reducir el déficit y bajar los impuestos eliminando "el gasto público manirroto".

La ficción de los progresistas reza: Nosotros sabemos poner freno al déficit y elevar el gasto social gravando a "las rentas altas" y reduciendo el Pentágono.

Observará un paralelismo. Ambas partes insinúan que reducir el déficit implica escasa molestia real. Nadie, después de todo, es partidario del "gasto público pródigo". De igual forma, gravar a "las rentas altas" no amenaza a la mayoría de la gente que no es rica. Izquierdistas y conservadores por igual saben conjugar todo lo bueno: disciplina fiscal (los dos), bajadas tributarias (los conservadores) y elevado gasto social (los progresistas). Ojalá fuera así.

No lo es.
Antes de explicar el motivo, una advertencia. Los expertos presupuestarios conservadores y los de izquierdas en general no suscriben estos mitos. Nadie que se estudie los presupuestos podría suscribirlos. Aun así, políticos y propagandistas de partido los popularizan.

Empecemos por los conservadores. ¿Dónde reside todo el derroche exactamente?

Cierto, muchos programas del estado merecen pasar por la tijera. Llevo años despachándome contra algunos: los subsidios agrícolas (los alimentos se cultivarían sin ellos); la red ferroviaria Amtrak (transporte público prescindible); radiodifusión pública y subvenciones a la cultura (flecos inasequibles); partidas presupuestarias extraordinarias destinados a la promoción de las minorías (en general no enriquecen a las minorías pobres).

Los derechos sociales -- seguridad social y programa Medicare de la tercera edad principalmente -- deben ser equilibrados. También he hecho de eso una cruzada. Necesitamos edades de jubilación más elevadas que plasmen la esperanza de vida más alta. Los jubilados más acomodados deberían recibir pensiones de la seguridad social menos cuantiosas y pagar una parte mayor del gasto médico en el programa Medicare.

Pero los ahorros factibles no están a la altura de la retórica conservadora. Todos los programas "administrativos independientes de la defensa" sospechosos alcanzan las decenas de miles de millones, no los cientos de miles de millones. Las subvenciones a la cultura alcanzan en total los 1.000 millones de dólares al ejercicio; las partidas presupuestarias a las minorías fueron de 4.000 millones en el ejercicio 2010. Mientras tanto, el gasto público federal total fue de 3,5 billones. ¿En serio quieren eliminar los parques nacionales los conservadores? ¿El FBI? ¿Las autopistas? ¿Las inspecciones de seguridad alimentaria?

El ahorro en la seguridad social y el programa Medicare de los ancianos podría ser mayor. En el ejercicio 2010, estos programas costaron 1,2 billones de dólares. Pero hay una advertencia. El ahorro en las pensiones individuales se compensa con un mayor número de pensionistas: la generación de los 60 que se está jubilando ahora. Para el año 2025, las filas de pensionistas del Medicare y la seguridad social serán un 50 por ciento superiores a las de 2010.

Después, la ficción de la izquierda. En contra del dogma izquierdista, los ricos ya pagan montones de impuestos. De hecho, ellos financian el estado. En el año 2007, el 1% de rentas estadounidenses más altas pagó el 28 por ciento de todos los tributos federales; el 10 por ciento de rentas más elevadas (incluyendo las del 1%) pagaba el 55 por ciento.

En el caso de la mayoría de los millonarios, los tipos impositivos federales -- el porcentaje de los ingresos que se grava -- superaron el 30 por ciento. Algunos ricos pagan tipos inferiores. Elevar estos tributos está justificado, pero no va a cuadrar los presupuestos. Los planes del secretario de la mayoría en el Senado Harry Reid de implantar un impuesto añadido de 5,6 enteros porcentuales a las rentas por encima del millón de dólares recaudarán alrededor de 453.000 millones a 10 años. El déficit a la década se calcula realistamente en los 8,5 billones.

En cuanto al Pentágono, el ejército se recortó de forma acusada tras la Guerra Fría. Los efectivos regulares son entre la mitad y los dos tercios de los de 1990. El gasto público en defensa como porcentaje de la riqueza nacional va camino de alcanzar su mínimo desde 1940.

Lo que los izquierdistas no dicen abiertamente es esto: a menos que las prestaciones de la seguridad social y el Medicare -- el grueso de los presupuestos -- se rebajen, nos enfrentaremos a tres decisiones malas. Déficits considerables imposibles de asumir. Subidas tributarias masivas a la clase media, de hasta el 50 por ciento a 10 y 15 años. O recortes draconianos en los programas administrativos que los izquierdistas acusan a los conservadores de querer desmantelar a base de recortes.

Desde el año 1971, el gasto federal ha sido de media el 21 por ciento de la riqueza nacional (producto interior bruto). Hasta con recortes agresivos, el gasto público puede no volver a caer tanto. El motivo: el incremento súbito del número de jubilados. Mientras tanto, los impuestos alcanzaron de media el 18% del PIB durante esos ejercicios, dejando la media anual del déficit en el 3%. La comanda de izquierdistas y conservadores es repugnante en la misma medida: han de identificar los recortes del gasto público más justificados -- montones -- y las subidas tributarias menos nocivas, que todavía serán considerables.

Han de reconciliarse con la realidad. Durante años, han despachado clichés interesados. Los conservadores deben de reconocer que el estado intervencionista es una parte permanente del tejido social y que gran parte de lo que hace es popular. Hay que financiarlo. Los izquierdistas deben de aceptar que el estado intervencionista puede alcanzar un tamaño tal que sus aplastantes tributos debiliten a la clase media y al crecimiento económico. El estado promueve el conflicto y degrada la justicia social en ese caso.

El supercomité no puede solucionar los problemas presupuestarios de América con un único plan drástico. No puede poner remedio al desbocado gasto sanitario ni optimizar el complejo régimen tributario sobre rentas. Estas importantes tareas van a quedar en manos de los próximos presidente y Congreso. Pero se puede elevar el conocimiento popular proponiendo un plan justificado a través de una visión de responsabilidades colectivas del estado y obligaciones recíprocas de la opinión pública.

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