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“Soy extravagante, singular, original y excéntrico y creo que esas cualidades le cuadran muy bien a un escritor”

Entrevista a Fernando Sánchez Dragó
Herme Cerezo
lunes, 14 de noviembre de 2011, 08:04 h (CET)
Hace pocos días, Fernando Sánchez Dragó pasó por Valencia para presentar su último libro, ‘Esos días azules’, publicado por Planeta, el primero de los volúmenes que forman sus memorias.


Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936). Estudió Filosofía y Letras en la Complutense. Como ensayista, entre otras, ha publicado ‘Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de España’ (Premio Nacional de Literatura en 1979), ‘La España mágica’, ‘Finisterre (sobre viajes, travesías, naufragios y navegaciones)’, ‘Del priscilianismo al liberalismo. Doble salto sin red’, ‘Volapié’, ‘Toros y tauromagia’, ‘La Dragontea’ (‘Diario de un guerrero’, ‘En el alambre de Shiva’, ‘El camino hacia Ítaca’), ‘Discurso numantino’ (‘Segunda y última salida de los ingeniosos hidalgos Gárgoris y Habidis’), ‘Diccionario de la España mágica’. Y como novelista es autor de ‘Eldorado’, ‘Las fuentes del Nilo’. ‘El camino del corazón’, ‘La prueba del laberinto’ (Premio Planeta 1992), ‘Muertes paralelas’ y ‘Soseki. Inmortal y tigre’. Actualmente dirige y presenta ‘Las Noches blancas’ y es columnista, reportero y firma habitual del periódico ‘El Mundo’..

Fue en la cafetería del Hotel Astoria, en medio de una tarde agradable, luminosa y gris, donde pude conversar con el escritor madrileño sobre su obra y algún que otro asunto colateral. Como siempre, sus respuestas, abundantes y detalladas, no dejan indiferente a nadie.

Fernando, ¿por qué has escrito un libro de memorias?

Eso me lo pregunta mucha gente. Y me sorprende. Creo que todos los escritores quieren escribir sus memorias, lo que ocurre es que muchos se mueren antes de poder hacerlo. Y ese riesgo lo he corrido yo, porque a mis setenta y cinco años o me daba prisa o no iba a tener tiempo. Desde que a los tres años decidí ser escritor, empecé a construir mi vida con arreglo a los héroes literarios que marcaron mi infancia y adolescencia para poder algún día escribir libros análogos a los que leí entonces. Además mis memorias son cinco volúmenes y espero publicar los cuatro que seguirán a ‘Esos días azules’, que termina a mis diecisiete años justo cuando llego a la universidad. En el fondo [risas] esto no es más que una treta, porque cuando existe una vocación, tienes un destino que has de cumplir y espero que esos libros que faltan me ayuden a prolongar mi vida.

En 'Esos días azules' te defines como un niño raro, ¿al entrar en la universidad dejaste de ser raro?

Al entrar en la universidad dejé de ser “nano”, que es como me llamaban cuando era pequeño, pero no dejé de ser niño raro. Fui adolescente raro, maduro raro y viejo raro. Y ese adjetivo no me lo inventé yo, me lo repetían constantemente mis vecinos, mis padres, en el colegio… Cuando ingresé en el Partido Comunista era el comunista raro también. Y ahora todo lo que digo sigue sonando a raro. Los demás piensan que el raro soy yo y yo pienso que son ellos y como todos parecen estar de acuerdo, pues muy bien, sí señor, soy extravagante, singular, original y excéntrico y, además, creo que esas cualidades le cuadran muy bien a mi profesión. Para un empleado de banca, por ejemplo, resultaría fatal pero para un escritor es perfecto.

Pero, en general, todos nos sentimos ejemplares especiales, raros, únicos, ¿no?

¿Estás seguro? Creo que muchísima gente quiere ser normal y lo que le inquieta es no ser como los demás. Por eso imitan a los que salen en la tele. Los niños se ponen determinadas camisetas, son seguidores de un equipo de fútbol, en resumen, hay como un deseo de unirse a un grupo y no puedo entender cómo una persona puede identificarse con unos colores, con una bandera o con un torero. Y es que les asusta ser singulares.

A los tres años sabías con certeza absoluta que serías escritor, ¿cómo podías tenerlo tan claro a esa edad?

Pues no lo sé, pero te diré una cosa: cuando me puse delante del ordenador y escribí la primera frase de este libro, ¡plaf!, se me dibujaron los recuerdos con total nitidez. ¿Por qué me ocurrió eso? Pues no lo sé. Se nace así. Son los misterios de la vocación. No me quiero comparar a Mozart, que a los cinco años componía sinfonías, pero a esa misma edad, yo ya escribía periódicos, novelas y obras de teatro. Quizá todos los seres humanos vienen con esa virtud a cuestas pero no se dan cuenta, porque no se conocen a sí mismos suficientemente o porque la vida les desvía de ese camino. Ahora, cuando empiezo a evocar mi pasado, a mis setenta y cinco años, he podido comprobar que todo lo he hecho con la vocación de ser escritor.


Cada capítulo incluye una cita inicial, ¿las tenías ya pensadas antes de ponerte a escribir ‘Esos días azules’?

Estas citas no las tenía pensadas antes de sentarme a escribir. Pero mientras lo escribía, yo continuaba leyendo libros en los que, por una de esos extraños fenómenos que son las sincronías, aparecían frases que cuadraban perfectamente con lo que yo quería decir. Evidentemente, hay también máximas que he repetido muchas veces a lo largo de mi vida como, por ejemplo, esa que dice: “el arte empieza en aquel punto en que vivir no basta para expresar la propia vida”, pero que no están colocadas en el encabezamiento de los capítulos.

En tu familia había una parte de izquierdas y otra de derechas, ¿de esa mezcla, de esa fusión sales tú?

Sí, el yin y el yang, la bipolaridad. Tengo la suerte de haber nacido en un país donde, a mis tres o cuatro años, se podía circular libremente por las calles porque no había coches. En mis paseos, incluso llegaba a zonas bastante alejadas buscando libros que no tenía. Seis manzanas separaban las casas de la familia de mi padre y la de mi madre. Yo iba constantemente a visitarlas, era como pasar de una España a la otra, pero sin la obligación de cruzar trincheras. Entonces vi que en ambos lugares vivían excelentes personas y quedé vacunado contra el guerracivilismo, el cainismo, la envidia y el rencor y me liberé por completo de esa trampa que son las ideologías, porque yo no tengo ideología, sino ideas.

En ‘Esos días azules’ hablas de libros y dices que te los regalaban por Navidad y por tu santo, no por tu cumpleaños como hacemos ahora.

Es cierto era en mi santo. Ahora se regalan en los cumpleaños porque es una moda norteamericana [Sánchez Dragó canturrea Happy birthday to you], igual que Halloween, que es una cursilada ¿no?

¿Has incluido mucha ficción en estas memorias?

Nada. Lo que es evidente es que, en la medida de que hablamos de literatura, he buscado contar las cosas con perspectiva literaria. Todo lo que narro es la verdad, pero no toda la verdad, porque tengo una vida pública, otra privada y una secreta, que es el mimbre de donde he sacado lo que he escrito. Pero no lo cuento todo para no revelar mi misterio. Si pierdo el misterio, lo he perdido todo. Cada persona ha de tener, al menos, un cajón, un rincón secreto.

Como has explicado al principio, a través de tus lecturas y tu vocación de escritor, creaste el personaje Sánchez Dragó, ¿con estas memorias intentas romper con ese personaje?

Sí, justamente para eso he escrito este libro. En un texto como este, en el que también retrato una época y donde hay ironía y humor, has de desmitificarte continuamente. Aunque nadie se lo cree, en mi vida hay un antes y un después de ‘Gargoris y Habidis’. Su publicación supuso para mí una catástrofe, porque perdí el anonimato, que es lo que a mí me gusta. Cuando crucé ese Rubicón, tuve que esparcir tinta, usando la táctica del calamar, y entonces surgió el personaje, las etiquetas, los antifaces y las máscaras para recuperar mi anonimato y esconderme. Tengo fama de tener muchos enemigos y eso es falso, porque no los tengo. Y los que hay son enemigos del personaje. En la distancia corta nadie puede ser enemigo mío. ¿Por qué iban a serlo? Soy una buena persona, simpática y agradable, que jamás le ha gastado una putada a nadie. También soy tímido, aunque tampoco se lo cree nadie. A ver si, con este libro, me conocen a mí y se olvidan del personaje, porque en sus páginas está la persona que soy.

¿Entonces contigo no va esa frase de que la grandeza de alguien se mide por la grandeza de sus enemigos?

Bueno, eso también es verdad. En Oriente dicen que échate un enemigo al día por lo menos, si no lo haces así te conviertes en un político, que todo lo que habla es agradable para conseguir un voto. Pero un escritor no busca votos, sino lectores. Y la única forma que tiene de conseguirlos es escribiendo.

Tras la publicación de este libro, ¿no te surgirán nuevos enemigos?

En este libro sólo hablo mal de una persona: José Luis de Vilallonga. Y lo hago porque se portó miserablemente con Cristina de Areílza y conmigo y también porque está muerto. Si viviera no lo habría incluido. No quiero amargarle el desayuno a nadie. Y en todo caso, nunca sería violento o irrespetuoso con él. En este sentido, tengo un problema de cara al cuarto libro, que es la historia del peor polvo de mi vida. Aunque fue una situación divertidísima, se produjo con una mujer celebérrima a la que todos los españoles conocen. Por tanto, escribir que el peor polvo mío fue con ella es difícil. Y la solución que se me ha ocurrido es que la propia interesada dé su versión e incluirla en el libro. Pero estoy seguro de que no querrá.

Todo el contenido político que ha envuelto últimamente tu persona, ¿ha afectado a tu condición de escritor?

A mí me hubiera gustado no meterme nunca en política. Sólo me interesó en la época de Franco, porque yo quería luchar contra él. Soy de campo y la política es de la polis, de la ciudad. No me importa lo que digan de mí desde ese punto de vista, aunque puede que sí que afecte a las ventas ya que posiblemente habrá personas que dejen de comprar mis libros por mis ideas. En fin, supongo que algún día las aguas volverán a su cauce.

Hablando de las ventas, las declaraciones que formulaste sobre tu anterior libro hicieron que se retirase de las librerías.

Te refieres al asunto de las lolitas, ¿no?

Sí, exacto.
Yo no hice declaraciones. Charlaba con Albert Boadella y hablábamos con la frescura que lo hacen dos personas que están tomando unos vinos en una taberna. Y conté esa anécdota, la de las lolitas, ocurrida cuarenta y cinco años atrás. ¡Tiene cojones que la cosa salga ahora a relucir y que se arme este follón! Hubo un escarceo, unos coqueteos y se acabó. Nada de nada. Es cierto que las japonesas jovencitas pululan por Tokio intentando ligarse a los cuarentones, pero no fue el caso. También es verdad que yo lo fabulé un poco, pero en un libro, que un periodista escribió sobre mí en 1983, estaba ya contado de un modo mucho más extenso. Indudablemente la pieza a cobrar no era yo, sino políticos que se suponía que estaban detrás de mí. Un mal supuesto, evidentemente. Fue una campaña orquestada por tres o cuatro grupos mediáticos que todos conocemos. Y como los progres son tontos y se lo tragan todo, pues se lo creyeron. Más tarde, en la prensa se publicaron más de cien artículos a mi favor. El libro de ‘Dios los cría’ se retiró únicamente en tres librerías de Valencia. Y fue un error porque un librero no puede obrar así porque no es un censor.

Veo que estás plenamente identificado ya con el ordenador y que lo vienes utilizando desde hace seis años. ¿Ha cambiado tu forma de escribir por este motivo?

Sí, el ordenador ha cambiado por completo mi estilo y creo que ahora escribo mejor que antes. Yo era un escritor frondoso, exuberante, mi escritura parecía un bosque romántico, lleno de ramas y el ordenador me ha convertido en un jardinero zen, me ha hecho podar esas ramas y ganar agilidad en mi escritura.

La última pregunta es una curiosidad: ¿por qué ya no colaboras en el programa de Isabel Gemio los domingos por la mañana?

Esto ocurrió antes que lo de las lolitas, aunque hubiera sucedido igual. Buruaga me llamó para colaborar en la COPE y como me pagaba más, pues acepté. A Isabel Gemio le daba igual y estaba dispuesta a compartirme con esa cadena, pero entonces el director de Antena 3 me telefoneó para decirme que, por política empresarial, no podía trabajar en los dos sitios al mismo tiempo. Como no lo entendía, llegué a hablar incluso con el gran gurú, el propio Lara, pero me dijo que no podía hacer nada porque en el imperio que él gobernaba, los directores se comportaban como auténticos reyes de taifas y eran ellos los que decidían. Y ahí acabó todo. No hubo nada más.

Pues eso, nada más. Bueno sí, una cita de André Gide, extraída de sus ‘Diarios’ por el propio Sánchez Dragó, que sintetiza muy bien el contenido y el sentido de ‘Esos días azules’, el primer volumen de las memorias del escritor madrileño. Dice así: “El artista debe contar su vida no como la ha vivido, sino vivirla tal como la contará”.



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