Han vuelto. La pareja de guardias civiles más conocida de la literatura policial está de regreso. Y lo hace en un escenario muy poco habitual para el trabajo de la «picolicie»: la pandemia de 2020. Un paisaje distinto, inusual, vacío, de bares cerrados, de controles policiales y una carretera con escaso tráfico, propicia para la circulación de zombis como en algún momento se apunta en la novela. El caso al que se enfrentan ahora Bevilacqua y Chamorro es el esclarecimiento simultáneo de las muertes de dos mujeres, acaecidas en extrañas circunstancias, en lugares distintos y en plena COVID, con todo lo que eso conlleva. Con estos mimbres argumentales, Lorenzo Silva ha escrito ‘Las fuerzas contrarias’ (Destino), donde asistiremos a la investigación que conducirá a la resolución de ambos crímenes y a un nuevo episodio, reflexivo y maduro, cómplice, de la relación humana y profesional que se ha construido a lo largo del tiempo entre el subteniente y la brigada. Poco antes del mediodía, en València brillaba el sol y soplaba una brisa sutil cuando tecleé el número del teléfono del escritor madrileño. Tras los prolegómenos, quizá más largos que otras veces ─hacía tiempo que no hablábamos─, comenzamos nuestra conversación con el piloto rojo de la grabadora, pilas nuevas puestas, bien encendido. Y atento.

Lorenzo Silva - (Foto: copyright - Carlos Ruiz B.k.)
Lorenzo, el otro día, Ascensión Rivas escribió en El Cultural en relación con ‘Las fuerzas contrarias’ que «lo mejor, con todo, es que se lee con inusitada rapidez». Después de 14 novelas protagonizadas por Bevi y Vir, ¿cómo se consigue esa fluidez narrativa? [Risas]. La verdad es que cuando me planteo una novela de estos dos veo que el reto cada vez es más difícil. Por un lado, he de atender las expectativas creadas, que son legítimas, y, por otro, he de cambiar algo para sorprender, arriesgándome a que algún lector no encuentre en el libro lo que espera. Una narración depende del interés para mantener la curiosidad del lector y, entonces, con unos personajes de tan largo recorrido has de intentar establecer un equilibrio, casi diabólico, entre la familiaridad y lo inesperado. Ese es el desafío de cada nueva novela suya.
Pero tú siempre encuentras ese equilibrio, ese punto donde captas la atención del lector y no lo sueltas hasta el final. Quizá en este caso me haya ayudado la singularidad del contexto, que es un poco complicado, porque mucha gente no quiere recordar la pandemia. Por ese motivo, algunas de las cosas que ocurrieron las enfocamos desde los distintos puntos de vista que existen entre nosotros. Hay determinados aspectos de la realidad en los que nuestra mirada siempre es muy alineada, partidista, lo que supone una serie de dificultades. Pero al mismo tiempo, eso me ofrecía también una baza, porque la pandemia nos devolvió nuestro ser más profundo, algo que normalmente tenemos descuidado. Sin duda que era una oportunidad para que los protagonistas bajasen a ese ser suyo más profundo, tanto individual como colectivamente. Como se cuenta en el libro, aunque ellos vivan solos, son convivientes, están todo el tiempo juntos y conforman una pareja profesional que, durante la pandemia, se convirtió también en una pareja de convivencia, lo que les permitió ahondar en su propia relación.
Tiempo atrás, un escritor me dijo en una entrevista que en dos o tres años nadie escribiría sobre la pandemia. Y, mira por donde, llega Lorenzo Silva y en 2025 se descuelga con una novela ubicada en el tiempo de la COVID. [Risas]. La verdad es que intentar profetizar sobre lo que harán los demás siempre resulta algo complicado. Yo trato de no hacerlo. Eso al margen, procuro prever solo lo que voy a hacer yo [nuevas risas], así que no iría por ahí. En esas cosas hay que tener en cuenta los antecedentes. Mientras vivía la pandemia, me vinieron a la mente dos autores clásicos, Tucídides y Procopio. Cada uno de ellos vivió una pandemia. Tucídides la de la peste de Atenas en el siglo V antes de Cristo y Procopio la de Bizancio del siglo VI después de Cristo. Y ambos levantaron acta de aquello, un acta que perdura y que me resultó iluminadora para aquellos días en los que yo estaba viviendo algo semejante. No aspiro a compararme con ninguno de los dos pero, a mi modesta escala, la vida me ha proporcionado una oportunidad parecida y quería aprovecharla. He visto cosas similares a las que ellos presenciaron y también distintas, propias de nuestra época. Y he querido atestiguarlo, con las pocas y malas artes de los que aquí estamos.
¿Durante la pandemia se delinquió mucho y nos enteramos poco? Depende de qué. Por ejemplo, tirones hubo pocos. La delincuencia que depende del trasiego, que es bastante, no se produjo. Sin embargo, hubo delincuencia en el ámbito doméstico. Durante los primeros meses, la pandemia fue un confinamiento y la casa es un lugar peligroso. Muchos homicidios, violencias sexuales y agresiones se producen en el ámbito familiar. No podemos olvidar que ahora se da una delincuencia que se mueve a través de unos cables y que entra en todas nuestras casas. Por ejemplo, en la habitación cerrada de un niño hoy pueden ocurrir muchas cosas. En consecuencia, creo que no sólo no disminuyó la delincuencia, sino que aumentó probablemente y, en algunos casos, quedó impune porque la atención estaba dirigida hacia otros sitios. Mira, sólo en Madrid se llegó a enterrar a quinientas personas diarias. Ahí se pudo enmascarar alguna muerte sin indagar sus causas hasta el fondo. Precisamente de esto me vino la idea para la novela. La mente humana no descansa y la que tiene malos pensamientos, tampoco.
Creo que en la pandemia se centró mucho el foco en las grandes ciudades. La mayoría de las noticias procedían de núcleos urbanos. En la novela hay un párrafo que dice «la carretera está ideal para rodar una película de zombis». ¿Cómo fue la vida rural en ese tiempo? Bueno, la novela se desarrolla en un ámbito rural hasta cierto punto, porque Illescas tiene treinta mil habitantes y, en el fondo, parece una ciudad. Pero es verdad que, con su torre mudéjar, sigue siendo un pueblo en muchos sentidos. Localicé allí la novela porque yo pasé el confinamiento en ese lugar y, cuando nos soltaron, en vez de salir a pasear por un parque abarrotado de gente, lo hice con mi hija pequeña por un campo de trigo y pude ver un cielo azul absolutamente deslumbrante como no lo había visto nunca. Era un escenario distinto, que me pareció interesante, y lo que cuenta la novela está basado no en mi experiencia, porque yo era un trabajador prescindible, pero sí en el conocimiento que tenía de trabajadores esenciales y de guardias civiles que se movían por el entorno. En los controles también les pedían la documentación y en ocasiones se ponían puntillosos y tenían que justificar a dónde iban para comprobar que no les engañaban. Illescas se encuentra en el límite con la provincia de Madrid y en la A-42 se estableció un control para asegurar los cierres perimetrales provinciales. Pero al cabo de unos días hubo que levantarlo. Provocaba accidentes entre los coches que guardaban su turno para pasar y generaba un mal mayor.
Virginia Chamorro cuenta que bajar la basura se había convertido casi en un placer, porque le permitía «olisquear la calle desierta por la noche». La COVID cambió nuestra escala de valores, pero no sé si hemos aprendido algo de todo aquello. Depende de cada cual. No tengo herramientas para desarrollar un análisis riguroso sobre esto, pero si me pides mi opinión te diré que, a escala colectiva, no hemos aprendido prácticamente nada. Yo veo que ahora el hormiguero se mueve igual que se movía antes, sin haber aprendido demasiado. Sin embargo, si pones la lupa en las hormigas, yo sí que encuentro hormigas que, individualmente, han tomado nota de ciertas aspectos. En mi vida actual hay cosas que ya no son igual que antes de la pandemia, cosas relevantes que me alegro de haber cambiado.
En ‘Las fuerzas contrarias’ encontramos reflexiones de los dos guardias civiles, son pensamientos de personas maduras sobre el amor y el arte de vivir, con una visión equidistante de la vida. Sin embargo, no tienen claro si la relación que les une es sólo profesional o no. ¿Hasta cuándo nos vas a tener en ascuas sobre su vínculo? ¿De verdad es tan importante poner etiquetas a las cosas? Cuando me preguntan sobre esto respondo que vayamos a lo evidente. Y lo evidente es que se trata de dos personas que trabajan juntas mucho tiempo, lo que ha creado una camaradería entre ellos. Se conocen muy profundamente, mejor de lo que se conoce la mayoría de los matrimonios, y en ese roce continuo de horas y días, lejos de caerse mal o de hartarse el uno del otro, se han cogido cariño y se quieren. Entonces, no sé si es importante saber si el amor va acompañado, con mayor o menor frecuencia, de un intercambio de fluidos o no. Creo que aquí lo importante es el amor y el amor adopta formas muy distintas.
El hecho de que dos personas como tú y yo, estemos aquí y ahora hablando sobre Bevilacqua y Chamorro, sumado a los miles de lectores que, un libro tras otro, siguen a la pareja de guardias, significa que has construido dos personajes con la suficiente encarnadura humana como para que consideremos que vale la pena interesarnos por ellos. Como autor supongo que eso debe de hacerte sentir muy orgulloso, ¿no? Nos sucede a todos y creo que tengo pocas pruebas objetivas de mis logros, pero entre las pocas que tengo la más apabullante es ésa. El hecho de que dos seres inexistentes cobren esa existencia frente a tantas personas es mi mayor logro. Para un creador de personajes de ficción es un sueño que esos personajes se inserten en la realidad de la gente y que lo hagan compitiendo decorosamente en ella. Con el paso del tiempo, te diría que lo importante de la creación literaria es que, al final del recorrido, quede la obra y que el autor desaparezca en ella. Creo que es lo mejor que te puede pasar.
Esa inserción en la realidad ha llegado hasta tal punto que en Cuenca han creado el Premio Bevilacqua, un reconocimiento oficial en toda regla. Sí, efectivamente es un reconocimiento oficial. He de decirte que propusieron que el premio llevase mi nombre, pero les recomendé que igual era mejor ponerle el nombre del personaje, porque, como te digo, al final lo que importa es la obra y a la ficción criminal yo no le he legado mi nombre, sino a Bevilacqua.
Dice Rubén Bevilacqua que ahora relee libros. Ha llegado ya a ese punto. ¿Te ocurre a ti algo parecido? Te lo pregunto porque a mí sí me pasa con la literatura y también con el cine. Muchas veces prefiero escoger un valor seguro. Releer me ha gustado siempre, aunque quizá ahora releo más. Pero me parece conveniente compatibilizar la relectura con el descubrimiento. Si viera que solo puedo releer, sentiría que estoy un poco de más en este mundo y no quiero que esa sensación se generalice. Prefiero mantener la curiosidad por descubrir, porque, además, encuentras cosas interesantes. Por otro lado, en la relectura me sucede, no sé si te ocurrirá a ti también, que cuando releo libros de la adolescencia reconecto con lo que leí entonces y descubro nuevas lecturas que en aquel momento no hice, lo que convierte esas relecturas en libros antiguos y nuevos a la vez.
En uno de sus comentarios de carretera, Chamorro y Bevilacqua se cuestionan si hay que subir o bajar la edad legal para votar, ingresar en la cárcel u ostentar un cargo público. En una reciente entrevista, la psicóloga y escritora Lola López Mondéjar me decía que a su consulta llegaba mucha gente joven vacía, incapaz de contar su propia historia, su vida. ¿Las redes y los móviles nos atontan? ¿Retrasan el proceso de maduración? Creo que eso que dices se lo debemos a una especie de abdicación del ejercicio humano de raciocinio, imaginación y cuestionamiento. Desde ayer mismo, todo el mundo está como loco con esa nueva utilidad de ChatGPT que te permite hacer animaciones, como si fueras un autor de manga. Todo eso conduce a que nuestro cerebro deje de operar, de tener desafíos, de pasar apuros y de verse en aprietos. Y justamente lo que nos hace y nos construye como individuos son los aprietos en los que nos vemos metidos. Si todo tiene solución, una solución, además, llovida del cielo, y nos sentamos tranquilamente mientras una máquina soluciona nuestros retos, al final se generan seres disminuidos y profundamente inmaduros. Digamos que todos, en la medida que utilizamos estas herramientas, estamos expuestos a eso, pero si alguien se abandona por completo a ello, al final surgen personalidades incompetentes para lidiar con la existencia que exige ir superando esos aprietos sucesivos.
Los detectives y policías de los clásicos del género pensaban mucho, bebían mucho e indagaban mucho. Ahora invierten gran cantidad de horas frente a las pantallas. Me pregunto cuánto ha cambiado el método policial. Existen las dos cosas. No se puede renunciar a nada. Precisamente por nuestros nuevos modos de vida, dejamos muchos rastros, muchas huellas que alguien especializado puede seguir sin levantarse de una mesa. Y es cierto que ha surgido un perfil nuevo de investigador, que muestra una especial destreza para este tipo de asuntos. Desde luego yo no serviría para eso porque me distraigo y mi atención se dispersa. Creo que, si me pusiera a ver cámaras de vídeo, el ochenta por ciento de lo que sucediera en ellas se me escaparía. Pero hay gente que posee esa capacidad y puede aportar muchísimo a la investigación.

Lo veo en ‘Las fuerzas contrarias’ y también en muchas películas y series: en la actualidad, los guardias civiles y policías no aprietan las tuercas a los delincuentes cuando los interrogan. ¿De verdad, de verdad, ya no se escapa ninguna bofetada en los interrogatorios? Podría decir que en este momento no se escapa ninguna. Y si alguien, provisto de una placa policial, da una bofetada, es un tipo o una tipa bastante irresponsable, porque se está jugando su carrera y, lo que es peor, se está jugando la validez de su trabajo. Existe una serie de protocolos y mecanismos que funcionan muy bien y permiten detectar estas actitudes. Y es verdad que siempre puede haber un loco uniformado, que delinque aceptando sobornos, protegiendo a alguien o traficando con drogas y que te puede dar una bofetada o algo más, pero eso es porque ese individuo ya está al otro lado de la raya y está viviendo peligrosamente. La mayoría de guardiaciviles y policías que conozco, gente equilibrada, son los primeros que te dicen que recurrir a esas malas artes no sirve para nada, a efectos de lo que tú necesitas, que es conseguir pruebas legales que aportar al proceso.
El hijo de Bevilacqua es también guardia civil. ¿«La Benemérita» es un cuerpo proclive a que las sagas familiares se perpetúen? Sí, es bastante proclive a ello. En el caso de Bevilacqua ha sido algo imprevisto, porque su hijo seguía otro camino, es licenciado en derecho, y si ha acabado como guardia civil, es porque en los últimos años nos hemos encontrado con una realidad donde muchos titulados superiores acaban vistiendo el uniforme, sencillamente porque sus condiciones laborales y económicas son mejores.
«Que somos ochenta mil y que todos, si hace falta, estamos ahí». Esta frase, que recuerda a la de «a mí la legión», aparece en la novela y da sensación de un gran espíritu de solidaridad entre los miembros del cuerpo. ¿Procede del grito legionario? La verdad es que ahí hay vasos comunicantes. Ambos cuerpos visten de verde y he conocido guardiaciviles que antes habían sido legionarios. En una de mis novelas sale una guardia civil con pasado en la legión. Sin embargo, la frase que citas procede de algo que yo vi en una jornada organizada entre jueces y guardias civiles. Un oficial, dirigiéndose a los jueces, les dijo que cuando uno de ellos tuviera un problema, no tenía más que llamar a un guardia civil, porque eso significaba que los ochenta mil, si fuera preciso, estarían al servicio de las diligencias que hubiera que instruir, sin importar el lugar o lugares donde ello ocurriera.
Acabamos por hoy, Lorenzo. En el pasado mes de marzo se cumplió el décimo aniversario del fallecimiento de Francisco González Ledesma, un escritor de novela negra al que llamaban «el jefe de la banda» y al que supongo que conociste. ¿Qué recuerdo guardas de él? Muchos. Coincidí con él por primera vez en la Semana Negra de Gijón de 1998, cuando montaron una mesa en la que estaba sentado a su lado. Si no recuerdo mal, él presentaba ‘La dama de Cachemira’. Me pareció un hombre de una cordialidad y llaneza especialmente sobresalientes. Y me impactó por su bonhomía. Recorrí su obra, me acerqué a Méndez y vi la mirada compasiva que había en sus novelas sobre la pobre gente, que somos la mayoría. La mirada de Paco estaba ahí, en el barrio del Raval donde se había creado, en la pobreza. Y aunque le había ido bien profesionalmente, mantenía su lealtad y nunca perdió el contacto con esas personas que eran los suyos. También coincidí con él en un viaje a Suiza, donde compartimos unos días en una universidad de aquel país. Daba gusto oírle hablar, sobre todo por lo poco que se imponía a los demás. Vivimos momentos en los que tenemos a alguien impartiendo doctrinas desde la Casa Blanca y todo el mundo está obsesionado por imitarle. Por eso, en tiempos de gente tan asertiva, me parece bueno recordar a alguien tan prudente, y al mismo tiempo tan enriquecedor para los demás, como fue Francisco González Ledesma.
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