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Los parados de Rosell

La sociedad ha caído en el abismo del hastío y en la pérdida paulatina de su fuerza de voluntad
Abel Ros
sábado, 17 de diciembre de 2011, 09:32 h (CET)

Los golpes paulatinos del desempleo han cambiado los gestos civiles del ayer por las navidades tristes de hoy. Con cinco millones de parados en las tablas de la EPA es momento de dilucidar dónde está el embudo que impide equilibrar los deseos de trabajar con las decisiones de contratar.

La España de las grúas y los préstamos baratos fueron parte causante del cuello de botella del presente. El pensamiento a corto plazo de los cuellos azules de la burbuja impidió ver la luz en el sueño profundo de su ficción. Hoy la muerte del ladrillo es llorada por el duelo nostálgico de los arrepentidos. La cultura reciente del tanto tienes tanto vales desprestigió los valores de la educación laboral como la mejor inversión de todo país para construir los cimientos de sus estructuras económicas. Hoy somos el producto de nuestras decisiones. El cambio en los esquemas mentales necesitará años para eliminar nuestros surcos del pasado y emprender la salida desde la puerta de los valores.

El pensamiento lateral será la fórmula para que los cinco millones de parados encuentren otro lugar en las arduas paredes de la competitividad. La base de la pirámide de Maslow, o dicho de otro modo, la necesidad civil por sobrevivir no debería ser la oportunidad de los mercados para minimizar sus costes de producción. En respuesta a las declaraciones de Rosell, es indigno y objeto de dimisión, sugerir los “minijobs” como favor a los cuellos azules de la desesperación.

Su argumentación basada en la cultura empresarial de “más vale poco que nada”, es desmentida por la ciencia psicológica. Ya lo dijo el discípulo de Platón, en el punto medio está la virtud. Pasar de mileurista a cobrar 400 euros, o dicho en otros términos, desmantelar el Salario Mínimo Interprofesional y toda la estructural sectorial de los convenios, es atentar contra los derechos de todo trabajador que ante una situación de necesidad no le queda más remedio que “tragar”.

Este abuso de la situación, vendido por la patronal como la panacea para salir de la crisis, pone en evidencia la cultura esclavista de los tiempos atrás donde el obrero “comía de la mano de su patrón” con la única condición del oír, ver y callar. Desde la crítica de la izquierda debemos salir a la calle como hicieron nuestros abuelos y solicitar a gritos de pancarta un basta ya a estas continuas provocaciones basadas en la insensatez. Es hora de decirle al señor Rosell que otra manera de aumentar la producción y contentar a los suyos es sugiriéndoles que bajen considerablemente sus márgenes de beneficio y dejen, por favor de jugar con los derechos de la mayoría.

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Afrontando las navidades, fiestas intemporales que van más allá, desde el punto de vista religioso y  cultural, de su actual avatar cristiano, vuelvo, mucho tiempo después, a las cuevas del Castillo, en Cantabria; allí, inmortalizadas en las paredes cavernarias, me encuentro de nuevo con aquellas manos que otros humanos inmortalizaron hace decenas de miles de años. 

Me refiero a esas apreciaciones que nos deslizan hacia la experiencia sublime en los diferentes estratos de la presencia humana. Contienen el duende necesario para abstraernos de las naderías y hacernos fijar la atención con maestría, moviendo hilos indescriptibles. Funcionan con ese algo especial capaz de congregar en el mismo estrado fascinante a la emisión de un mensaje de calidad y la fina sensibilidad del receptor.

Basado en las microexpresiones faciales, sin que digas una sola palabra, está claro que la mirada lleva diferentes firmas emocionales. Las arrugas de expresión transmiten mucho más de lo que imaginas y la mayoría de las veces, quienes conviven contigo suelen decir que te conocen.

 
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