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¿Bye-bye Keynes?

"Los hombres prácticos, que se creen bastante inmunizados de cualquier influencia intelectual, son normalmente esclavos de algún economista difunto"
Robert J. Samuelson
martes, 20 de diciembre de 2011, 08:05 h (CET)

WASHINGTON -- El eclipse de la teoría económica Keynesiana avanza. Cuando Keynes escribió "Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero" a mediados de los años 30, los gobiernos de las economías más saneadas eran relativamente pequeños y sus deudas modestas. El gasto público deficitario y la intervención pública para animar la actividad eran respuestas plausibles a los baches económicos. Hoy, gobiernos desproporcionados se ven lastrados con frecuencia por deudas colosales. Los remedios Keynesianos a las recesiones -- gastar más y gravar menos -- dan por sentada la disposición de los mercados de deuda a financiar el déficit resultante a tipos razonables de interés. Si el mercado se niega, las políticas Keynesianas no funcionan.

Los países pierden entonces el control de sus economías. Faltan a la amortización de la deuda pública dentro del plazo establecido o tienen que ser rescatados con préstamos de países dispuestos, del Fondo Monetario Internacional (FMI), de los bancos centrales (la Reserva Federal, el Banco Central Europeo) o de alguien. Hay más motivos para que las políticas Keynesianas fracasen o se vean atenuadas. Pero palidecen en comparación con el veto potencial planteado ahora por el mercado de deuda soberana. Irónicamente, el anterior recurso intensivo al déficit compromete su actual utilidad a la hora de combatir el elevado paro.

No existe ningún extremo automático más allá del cual la deuda soberana de un país -- la suma de los déficits de los ejercicios anteriores -- hace que el mercado de deuda deje de absorber la oferta. Pero Grecia, Portugal e Irlanda ya superaron ese extremo, con una deuda bruta en el ejercicio 2011 del 166 por ciento, el 106 por ciento y el 109 por ciento de su renta nacional (producto interior bruto), según cifras del FMI. Las economías de Italia y España fuertemente endeudadas podrían perder el acceso al mercado de deuda soberana.

Afortunadamente, Estados Unidos no se encuentra hoy en esa tesitura. Los tipos de interés de las obligaciones del Tesoro a 10 años oscilan en torno al 2%; los inversores parecen dispuestos a prestar frente a un déficit estadounidense masivo. La razón exacta no está clara. No es que la disciplina fiscal estadounidense sea notablemente superior. Los economistas de la Reserva Federal de Cleveland Pedro Amaral y Margaret Jacobson comparaban hace poco el comportamiento presupuestario estadounidense con el de los socios europeos débiles.

En 2012, el déficit presupuestario estadounidense se calcula en el 7,9% del PIB; el de Grecia es del 6,9 por ciento; el de Italia del 2,4%. En 2012, la deuda pública norteamericana -- déficit mas letra de la deuda con vencimiento en el ejercicio -- se calcula que será del 27 por ciento del PIB; la de Grecia es del 24 por ciento; la de Irlanda es del 19 por ciento. Ignorando lo malo, la relación entre deuda estadounidense y PIB es menor que la peor de Europa. Asimismo, el efecto "refugio" -- reflejo del volumen de la economía estadounidense y de la estabilidad política anterior -- contribuye a la buena suerte de América.

Teniendo presente esto, ciertos economistas instan a "estimular" más. En un estudio, Christina Romer -- antigua responsable del Consejo de Asesores Económicos del Presidente Obama -- aduce que las tesis académicas apoyan la opinión de la administración de que su estímulo de 787.000 millones de dólares amortiguó en 2009 la recesión. Otro gran estímulo "sería muy provechoso… a la hora de crear realmente un montón de puestos de trabajo".

Yo no estoy tan seguro. Que conste, apoyé el estímulo de Obama -- aun rechazando ciertos detalles concretos -- y en circunstancias parecidas, lo apoyaría de nuevo. La economía entraba en barrena; el estímulo dio un empujón psicológico y consumidor. Pero la medida está menos clara. Como destaca Romer, calcular la repercusión es "increíblemente difícil". Por ejemplo, el cálculo del empleo creado fruto del estímulo que hace la Oficina Presupuestaria del Congreso oscila entre 700.000 y 3,3 millones de empleos.

Supongamos que un estímulo nuevo -- más allá de la renovación de la rebaja de las retenciones en las nóminas -- sí logra una creación de empleo significativa. Al añadir más deuda al montón, se seguiría corriendo el riesgo de agravar una crisis mayor más tarde. No hay ningún plan a largo plazo para contener el déficit. Los estadounidenses parecen creer que son invulnerables al cambio súbito de tendencia en el mercado de deuda soberana. El economista Barry Eichengreen, destacado erudito de la Gran Depresión, no está seguro:

"Teniendo en cuenta los bajos tipos y la economía estadounidense todavía débil, será tentador para el gobierno estadounidense seguir incurriendo en déficit y subastando deuda. En algún momento, no obstante, los inversores reconocerán este comportamiento como el fraude piramidal que es... Si nos fiamos de la historia, este escenario no se va a presentar de forma gradual sino súbita. Los inversores antes ingenuos despertarán una mañana y llegarán a la conclusión de que la situación está más allá de lo remediable. Lucharán por salir de ella. Los tipos de interés en Estados Unidos se dispararán de golpe. El dólar irá en caída libre. Estados Unidos sufrirá la clase de crisis que experimentó Europa en 2010, pero aumentada".

Los gobiernos han cedido competencias al mercado de deuda soberana a través de décadas de comportamiento cortoplacista. La tendencia política favorece el estímulo a corto plazo (bajar impuestos y elevar el gasto público), cosa que es popular, e ignora el déficit a largo plazo (bajar el gasto público y subir los impuestos), que es impopular La deuda ha alcanzado niveles peligrosos, minando la teoría económica Keynesiana impartida en los textos convencionales.

Si Keynes estuviera vivo, reconocería casi seguro los límites de las políticas Keynesianas. El elevado endeudamiento complica el análisis y corrompe las soluciones. Lo que habría funcionado en los años 30 no brinda ninguna panacea hoy.

 

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