JOHNSTON, Iowa -- . Los votantes reunidos en el colegio electoral aquí el martes se decantaron de forma abrumadora por Romney -- abrumadora y reaciamente. Fue un comité formado por gente que se resistía a depositar su voto o que no tenía más remedio que votar como votó.
En la medida en que este sentimiento está extendido, como sugiere la popularidad aparentemente inamovible de Romney en el 25%, plantea un obstáculo, aunque desde luego no un obstáculo insalvable.
No para que Romney se haga con la candidatura -- éso parece prácticamente inevitable. Pero el déficit de entusiasmo no puede ser bueno en el caso de Romney de cara a las esperanzas en las generales. La antipatía del votante Republicano hacia el Presidente Obama podría acabar siendo motivador suficiente, pero la indiferencia al candidato de tu propia formación nunca es buena señal.
Hace cuatro años, en el mismo distrito electoral de este barrio residencial acomodado en rápido crecimiento de Des Moines, Romney perdió por los pelos frente al Gobernador de Arkansas Mike Huckabee, logrando 102 votos frente a los 127 de Huckabee.
La noche del martes, Romney castigó a sus rivales. El ex gobernador de Massachusetts se hizo con 117 votos frente a los 86 de Rick Santorum. El resto del elenco ni siquiera se acercó. Ron Paul contó con 59 apoyos, 46 Rick Perry y 44 Newt Gingrich.
Pero el sano margen de Romney registrado aquí -- muy superior a su ventaja por un pelo de ocho votos a nivel estatal -- enmascara una ambivalencia subyacente, descontento incluso, entre las docenas de votantes que entrevisté mientras esperaban para entrar a votar.
"Romney tiene menos desventajas en mi opinión que todos los demás", decía Jerry Gay, un profesor jubilado de 70 años de edad. ¿Qué le parece eso como apoyo entusiasta?
Al margen de una única pareja que esperaba afuera con parafernalia de Romney adornando sus chaquetas, ninguno de los que habló conmigo expresó algo próximo al entusiasmo con su candidatura. Sus votos estaban movidos por el cálculo intelectual -- Romney como el candidato con más posibilidades de derrotar a Obama -- no por la pasión hacia el candidato ni por su mensaje.
"Me parece que es el que tiene más posibilidades de ganar", decía una tal Krista Ginsberg, de 39 años, que se decantaba por Romney si bien, decía, su corazón "está con Perry". Romney, se temía, "es una especie de solución menos mala", insuficientemente conservador. Aun así, concluía, "quiero un cambio de Obama y lo quiero cuanto antes".
Muchos decían seguir indecisos cuando estaba a punto de comenzar el proceso. "Me gustaría ser entusiasta con cualquiera, para serle honesto", decía Stephen Barnett, de 59 años, que trabaja en la Cruz Roja estadounidense.
Barnett sonaba como si se estuviera convenciendo de votar a Romney mientras discutíamos los candidatos. Se lo estaba pensando, decía, "Simplemente me pregunto si tendré suficiente cambio con Romney".
Una vez más, añadía, Romney "tendrá más posibilidades contra Obama y es el más presidenciable del grupo".
Algunos de los atraídos de otros candidatos suspiraban con resignación y decían votar a regañadientes a Romney si en noviembre es el candidato Republicano. Le describían con fórmulas como "político consumado", "sin gracia", "vacila demasiado" o "no está en línea con aquello en lo que creo".
A continuación decían que sus dudas de las credenciales conservadoras de Romney se veían superadas por su aversión hacia Obama -- su reforma sanitaria salía a colación para particular oprobio -- y su fervor a la hora de negarle una segunda legislatura.
Doug Wirth, un comercial farmacéutico, me decía decantarse hacia Michele Bachmann. Preguntado por Romney, Wirth se mostraba categórico. "Tajantemente no", decía. "Es el último de mi lista".
¿Y si Romney fuera el candidato? Wirth cambiaba el gesto. "Le votaría. Cualquiera menos Obama".
Otros decían que ni siquiera tan tajante imperativo bastaría para superar su rechazo hacia Romney. "Para nada", decía Colleen Grace, una contable de 62 años de edad de una empresa de construcción en las últimas. Llamaba a Romney "demasiado de izquierdas, nos dice lo que queremos escuchar y no lo que es".
Las generales tienen la cualidad de concentrar la mente del candidato de una formación. Todas esas advertencias de decepcionar a los votantes de Hillary Clinton que se iban a quedar en casa en noviembre en lugar de conformarse con Obama se evaporaron después de que la indignación de las primarias aplazadas tuviera oportunidad de amainar.
Y en la medida en que los votantes Demócratas estaban movilizados hace cuatro años por la oportunidad de recuperar la Casa Blanca, los Republicanos de 2012 tienen al menos el mismo fervor por expulsar a Obama. Pero Obama despertó impaciencia simultáneamente entre los Demócratas. Romney tiene problemas para provocar hasta un destello de ese sentimiento.
A la hora de hacer cuentas, los votantes no cuentan en función de la intensidad. El votante que no está convencido cuenta lo mismo que el votante exaltado. Pero ser el candidato con el que se conforman los votantes, no el que jalean con fruición, no es la posición más robusta de la que partir.
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