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Los políticos: el problema | |||
La política podría será honrada cuando no sean los hombres los que la ejerzan | |||
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Confieso no sólo que no creo en los políticos –en ninguno, absolutamente-, sino también que siento una enorme tristeza cuando alguien que considero inteligente tiene alguna clase de fe en ellos. Les veo hablar, emperifollando una torpe oratoria con palabrejas que consideran rimbombantes o eruditas, sin serlo, y me parece uno de los espectáculos más patéticos que se pueden presenciar; sus lagunas entre palabras –del tamaño de la Estigia-, me parecen recursos infantiloides para pensar qué estupidez seguirá a la que ya han liberado desde su ignorancia para que el discurso tenga algún sentido, que finalmente no tendrá; y la carrerilla que toman cuando agarran el hilo de la consigna impartida desde el partido, me trae a mientes la exultación del alumno que, repitiendo como un lorito la lección del dómine, espera al final de la misma la palmadita que bien valga un “buen chico” o el aprobadillo que le sirva para seguir enganchado a la teta del peculio por un tiempito más. Así como el periodista recién salido de la Facultad abraza con cuerpo y alma la ideología del medio que lo contrata, aunque sea de becario, el político es capaz de proclamar como verdad absoluta una verdad… y su contraria, si es que en ello le va su supervivencia política. Más allá de quien entra en esta profesión tan excelentemente remunerada y con tantísimas prebendas y beneficios jamás conoce la pobreza y sí que intimará con un bienestar burgués y sin responsabilidades, si es que no con una enjundiosa fortuna que apagará sus temores al futuro, los políticos siempre me han parecido servidores de otros poderes que, con oratorias de postín y argumentos rebuscados y torcidos, entontecen a las masas para que se crean que son ellas las que gobiernan, cuando son las timadas. No; no creo en absoluto en los políticos, de ninguna tendencia y de ningún partido, sino como una especie contrahumana que dirige a las masas como los pastores al rebaño, dando la impresión de que les cuidan y velan por ellos, cuando en realidad están preservándolas juntitas para un porvenir de cuchillo en el matadero. Me conmueve la credibilidad de algunos periodistas o analistas políticos que, cuando se refieren a esta nefanda clase del género de los vertebrados, proclaman su convencimiento de que, habiendo algunos corruptos, la mayoría de ellos les merece toda su fe. Quiero suponer que poca fe han de tener, como poca fe tiene el huevo para salir de la sartén. Debe estar asentada esta fe, sin embargo, en cómo y con qué encomiable heroísmo son capaces los políticos de cada partido de limpiarse y desprenderse de los infectos metemanos que figuran entre sus correligionarios, siendo que es natural que los límpidos y puros abominen de los contaminados; pero no, no es así, porque lo que con furibunda y teatrera rasgadura de vestiduras vituperan en el adversario, lo miman y ocultan y apoyan si se trata de uno de los suyos, y esto sucede desde los más radicales de las gloriosas izquierdas a lo más cerril de las heroicas derechas. Entre bueyes, ya se sabe, no hay cornadas. Abominan de cara al respetable de los “otros” cuando están en la oposición, pero cuando se empachan con las mieles del poder, a los “otros” les invisten con bandas y medallas de honor, les otorgan puestos vitalicios de mucha pasta y bienestar por secula seculorum y les pensionan de por vida con un pastón mensual para que prosigan con su vida de regalo, aunque hayan conducido al país al más irremediable de los descalabros. Después de todo, es una consideración que esperan recibir también cuando les llegue la hora, y cuando los que hoy abominan de ellos de cara al respetable, mañana se bañen en las opulentas mieles del poder. Quid pro quo. Ustedes me perdonarán por mi descreimiento, pero considero a los políticos tan humanos como a cualquiera en cuanto a defectos, y nada más. El sistema es perverso porque lo son los políticos, y punto. En la ecuación vital, ellos pertenecer a la parte del problema, jamás a la de la solución. No se puede ni se debe, por lo tanto, esperar nada bueno de ellos, más allá de que abran las calles dos docenas de veces al año para que alguien cobre comisiones, que se trucheen los concursos-oposición, que se repartan gastos, que se blinden beneficios, que trabajen poco, que cobren mucho, que vivan de espaldas a la realidad pero con verbo combativo que aliente a las masas a los mayores sacrificios en su propio beneficio o el de sus representados –ésos que no votan pero que se benefician de las leyes-, y que hagan filigranas de digo digo donde dije Diego, y cosas por el estilo. Un buen político, como todo el mundo sabe, es como la lógica difusa, alguien que es algo sin ser nada y que sirve para todo, lo mismo para izquierdas que para derechas. De ahí, precisamente, su itinerancia, esa trashumancia que lo mismo hoy les instala en los vergeles de la derecha que en los arenales de la izquierda, como si tal cosa, o que les faculta para que los pijos más pijos quieran hacerse con su partidito particular y conducir a las masas descamisadas a las praderas del bienestar, siquiera sea de cara a los amiguetes progres de la urbanización de lujo en que moran, porque mola, mola mucho. Con respeto lo digo, pues que sin él quién sabe de qué sería uno reo: los políticos son, a mi entender, una enorme náusea intelectual, un vómito de la inteligencia, un asco de la estética y de la plástica, y una arcada de la esperanza. Son la menos-nada del todo, el salto involutivo de la evolución, el problema de la solución y aun el problema del problema. Son políticos, en fin. Impunes a todo mal. Puedes conocer toda la obra de Ángel Ruiz Cediel: Un autor que no escribe para todos (Sólo para los muy entendidos) |
La subida de los precios de la vivienda sigue disparada. Un estudio de la Unión Europea (UE) ha calculado que se necesitarían -dedicando el 40% de los ingresos- de 25 a 35 años para adquirir una vivienda mediana. Respecto al alquiler, el mismo estudio calcula que, dedicando un 40% de los ingresos solo sería posible alquilar un inmueble de entre 30 y 50 metros cuadrados.
Permítanme, apreciados lectores, hacer un repaso de Europa desde los inicios del pasado siglo XX después de observar en lo que se ha convertido esta maligna Unión Europea que nos gobierna a todos. A principios del siglo XX los mapas de Europa no se parecían a los de hoy, ya que destacaban cuatro imperios: el alemán, el austro-húngaro, el ruso y el otomano.
Como historiador, mucho me alienta hacerlo con alta responsabilidad; no solo indicando el dato, sino por contribuir a elevar el nivel de conciencia histórica en búsqueda de crear ciudadanía, y así lograr cambios y mejores valores acordes a los legados valiosos de las actividades y actitudes por los personajes que con sus glorias han hecho historia.
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