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Censura en Internet

Los Estados están planteando la censura legal, sólo con el objetivo de proteger los intereses de las multinacionales
Ángel Ruiz Cediel
miércoles, 18 de enero de 2012, 09:07 h (CET)
La censura siempre ha sido abominable por ser un atentado contra las libertades individuales, pero está justificada sobradamente en muchos casos, especialmente cuando los actos libres de ciertos individuos atentan contra los principios fundamentales de las personas, como la vida, la libertad o ciertas creencias morales o religiosas en las que se fundamentan sus vidas o la de las sociedades. Sin embargo, lo que leyes como la vomitable Ley Sinde española, o las leyes PIPA y SOPA norteamericanas (éstas de implantación mundial, aunque suene a la clásica bestialidad a que nos tienen acostumbrados estos iluminados), lo que pretenden en realidad es nada más que la protección de los intereses de las todopoderosas multinacionales, fundamentalmente del cine –el mayor y más perverso conglomerado de desinformación y entontecimiento general-, de las discográficas –las productoras universales idiotizantes del ta-ta-chunda- y, cómo no, del software –bastante grano tienen ya en el trasero con Linux y sus implementaciones gratuitas-. El que se beneficien de ello o no ciertos autores, con el artificio falaz de la cosa de los derechos de autor y toda esa mandanga, es lo de menos… o lo de más, porque son la cara pública y sensiblera de lo que se esconde detrás, que son los intereses –repito- de esas multinacionales. Vamos, que la ley se pone al orden de la pasta, como tiene que ser, vaya.

Internet es, según, o la más fresca fuente de información libre e inmediata, o el mayor estercolero imaginable de almas pervertidas y excrecencias humanas. Parecería lógico que los Estados velaran porque este predio ilimitado fuera un espacio limpio de información veraz e intercambio de opiniones, ideas y actividades; pero, lejos de eso, las autoridades se dedican a proteger intereses económicos de los muy poderosos, sin importarles en lo más mínimo todo lo demás. Y lo demás es mucho y muy malo. Me refiero, por ejemplo, a la pornografía, fuente de depravaciones y perversiones inasumibles, y de deformaciones mentales de miles de millones de seres humanos, especialmente niños; o de esas páginas que enseñan paso a paso cómo cualquiera puede convertirse en un temible terrorista, usando sólo productos comunes que se pueden encontrar en cualquier cocina o en cualquier supermercado; o las de timadores, sinvergüenzas y traficantes, si es que no asesinos, pedófilos, comerciantes de órganos o tratantes de blancas; o esas otras de filosofías perversas que promueven el odio y la muerte, ensalzan la violencia o la tortura, o aún coordinan a lo más abominable del género para que perpetren sus animaladas y tráficos inhuanos; o de esas otras que promueven entre los jóvenes la anorexia, la bulimia, el suicidio, la locura o la enfermedad mental o espiritual; y en fin, todas esas que atentan directa y expresamente contra cada individuo normal y contra la sociedad como un ente saludable de loables fines. Pero, curiosamente, contra todo esto contrastadamente perverso, las autoridades no dicen ni una sola palabra, no promueven ni una sola ley y abandonan a los ciudadanos a su suerte, con el resultado que todos conocemos. Resumiendo: el Mal está de perlas y tiene vía libre, y el Bien debe ser restringido. Por sus hechos los conoceréis, ya se sabe.

En los temas llamados sensibles de las sociedades no se trata de qué se hace, sino de quién lo hace y lo implanta. La pena de muerte, la censura, la libertad de expresión y comunicación y mil asuntos más, podrían ser asumibles en mayor o menor medida por la ciudadanía en general, o al menos ser dignos de debate, si quienes los discutieran o implementaran fueran personas de probada capacidad moral y reconocida ascendencia en juicios ecuánimes; pero la cuestión es que lo practican y lo llevan a cabo políticos, y, quienes viajamos mucho por cuestiones laborales, sabemos sobradamente que no hay un solo país en la faz de la Tierra en la que los ciudadanos confíen en sus políticos, teniéndolos en casi la totalidad de los casos, los voten o no, como seres extremadamente corruptos al exclusivo servicio de intereses espurios que nada tienen que ver con ellos y sus necesidades. Y, claro, las leyes como éstas que menciono, en consecuencia, no pueden sino desagradar a los ciudadanos, quienes ven en estas turbias maniobras un paso más de control para que los paganinis, los que sostienen a todo este entramado de pillos con poder, sigan siéndolo.

No obstante esto, conviene poner en tela de juicio también a quienes organizan los movimientos de protesta contra estas leyes coercitivas. Una de las mayores capacidades que se le debe suponer al Mal es la inteligencia, que no es sino la capacidad de elaborar una estrategia compleja para triunfar en lo que se pretende. Contra estas leyes de censura, son muchos y muy poderosos sitios de Internet los que se han rasgado las vestiduras, como Google, Facebook, Twiter, tec., y, al menos que yo sepa, ellos se benefician de que algunos desaprensivos sisen productos de forma inmoral (descargas de bienes ajenos, como programas, por ejemplo), a la vez que se benefician de que todos esos perversos que mencionaba antes (pornógrafos, traficantes, criminales en potencia, locos, terroristas, etc.) usen sus medios, porque a ellos lo que les interesa es la masa de usuarios, esté conformada ésta por la clase de seres que sea, pues es por el número de usuarios y no por su calidad por los que sus sitios o marcas tienen valor directo (publicidad) o indirecto (valor de mercado). La moralidad de estos otros magnates del otro lado que promueven y organizan las protestas contra “sus” intereses, y tanto más cuando ellos mismos jamás han puesto freno alguno a las aberraciones de sus usuarios implantando la autocensura, es cuando menos tan repugnante como la de aquellos que hacen las leyes para proteger los intereses de “sus” monstruos. Malo lo uno, malo lo otro.

Que nadie se deje engañar por estas posturas artificiosas, y que por huir de un lazo no ponga su cuello en otro, porque nada hay de honesto en la Ley Sinde, en la PIPA o en la SOPA, pero tampoco lo hay en Google, Twiter, Facebook o cualquiera de todos estos que se han rasgado las vestiduras en este teatrero arranque de falsa moralidad, porque los unos protegen los intereses de quienes sirven y los otros defienden los suyos propios movilizando a los ingenuos. Nadie tiene derecho a apropiarse de lo que no es suyo, y en ese sentido los legisladores tienen toda la razón del mundo, sean los propietarios particulares o multinacionales; pero sólo defienden con estas leyes tramposas los intereses de las multinacionales y no los de los ciudadanos (pequeñas empresas o particulares, que también tienen sus derechos), dando la impresión de que sólo hay que defender la industria del cine, la de la música ta-ta-chunda o la de los grandes emporios informáticos. Pero tampoco nadie tiene derecho a irrumpir en los hogares con informaciones falaces o falsas, alucinaciones, perversiones que vulneran los derechos ciudadanos y de la infancia, abominaciones de todo género, etc. Y no hay ninguna duda de que las llamadas redes sociales encierran muchos más peligros –muchísimos más- que beneficios, comenzando porque están aislando a niños, jóvenes y no tan jóvenes de la realidad, si es que no exponiéndolos a depredadores expertos en estos manejos que, de otro modo, jamás tendrían acceso a ellos.

No me creo, pues, ni una palabra de las supuestas bondades de estas leyes que considero interesadas y espurias, porque los gobiernos deben legislar para y a favor de los ciudadanos y no para que éstos estén el redil de intereses particulares (las grandes empresas lo son); pero tampoco me creo una palabra de todas estas protestas de postín que tuercen la realidad para llevarse el gato de la población a su abrevadero. Ni los unos, ni los otros. Y sí, estoy a favor de la autocensura, por una parte, y de la censura social, por otra, cuando lo que se debe censurar es lo manifiestamente perverso o aberrante. La cuestión para que esto fuera aplicable, ya lo he dicho, es que quien la pusiera en planta fueran personas de probada moralidad y una honestidad fuera de toda duda, y eso, ¡ay!, por ahora no es posible porque parece que no existe. Todos sirven a intereses económicos, sean propios o ajenos, y en medio este sándwich de carne que es el pueblo, listo para ser devorado por los unos, los otros o por ambos.<br><br><a href="http://www.angelruizcediel.es" target="_blank"><b>Puedes conocer toda la obra de Ángel Ruiz Cediel: </b><font color=#336699><b><u>Un autor que no escribe para todos (Sólo para los muy entendidos)</b></u></font></a>

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