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Costa Concordia: Cien años del Titanic

¿Qué director será el primero en mandarle un cheque a Schettino?
Xavier Grau
martes, 24 de enero de 2012, 07:36 h (CET)
Primero, vaya mi recuerdo a las trece víctimas mortales y veinte desaparecidos del naufragio del Costa Concordia. Muertos con los que el capitán Francesco Schettino ya ha confesado que deberá vivir toda su vida por razones que sólo él sabe. Porque conoce que este mismo mar de Tirreno está lleno de fantasmas que no le abandonan a uno hasta el fin de la eternidad. Menos aún en este año del centenario del naufragio del Titanic.

La pregunta al revés podría ser: ¿ha salvado el capitán a la mayoría larga de los 4.200 pasajeros y tripulantes de la nave o estaba haciendo el golfo mientras el buque se estampó contra las rocas de la costa de Giglio?

Y la clave: No sabemos qué hundió el Costa Concordia pero sí sabemos cómo.

Esta tragedia es la última comprobación de la fragilidad del hombre en tierra y en el mar, de la voracidad del turismo de masas y de la idiotez globalizada en la que nos hemos metido a lo tonto a lo tonto en busca de un nuevo gran negocio. El de los cruceros low-cost donde tripulaciones de mil lenguas, procedencias y experiencias se hacinan lejos de la vista de los cruceristas sin haber visto jamás un salvavidas salvo en los dibujos animados.

Schettino se va a comer el marrón del naufragio más mediático de los últimos naufragios sin darle tiempo a explicar si su mala noche permitió también salvar un inmenso barco de 292 metros de largo por 36 de ancho con miles de pasajeros bailando la conga en el salón principal mientras el agua entraba por una vía de setenta metros largos en un buque de 112.000 toneladas a 15 nudos y con la costa a toque de bichero.
Cuentan los veteranos navegantes que el mar está lleno de piratas, tiburones y sirenas y eso exige su respeto. Y a Schettino se la apareció, quizá, una sirena moldava que en el mar es delicada pero a bordo puede ser letal a menos que uno tenga oídos de pescador.

Los altos directivos y de emergencias de Costa Cruceros con los que el capitán admite haber hablado en el momento aciago confesando el alcance de su fanfarronada por dar gusto al excapitán Palombo y al maître Tievoli siguen dando ruedas de prensa de condolencias y exprimiendo el mar como un limón.
Son millones de euros los que están en juego en toda esta tragedia a bordo de una nave donde los pasajeros quieren realizar el sueño de su vida olvidando que el mar está para lo que está. Y no está para lanzarle a miles de turistas despistados, jubilados ávidos de buffet libre y familias con querubines hiperactivos sin un mínimo de seguridad y de sentido común.

Sorprende hoy ver en el Calendario de Cruceros 2012 que edita el IMTUR en Palma de Mallorca la parada semanal del Costa Concordia como uno más de los cerca de 600 cruceros que sólo en 2011 llevaron a la isla a 1,8 millones de pasajeros y encontrar en el Dream World Cruise Destination que Barcelona es, con sus siete terminales, el primer puerto de cruceros de Europa y del Mediterráneo y el cuarto del mundo. Un negocio que mueve a más de 18 millones de pasajeros al año en España y que dejó en 2011, sólo en la Ciudad Condal, unos 260 millones de euros salidos de los bolsillos de los cruceristas.

El Costa Concordia, en este momento de zozobra de lo europeo, es también el enésimo recuerdo a nuestra tontería y a nuestra soberbia. La demostración repetida de que cuando todo falla los primeros en palmar somos siempre los más débiles: turistas, jubilados y  padres de querubines en este caso, amén de la susodicha tripulación menos que mileurista.

Cuatro mil doscientas personas a la brava a bordo a un crucero modernísimo, que traza una ruta conocida a pesar de que incluso la United Kingdom Hydrographic Office advierte que existen peligros sin localizar en esa costa, es una aventura propia de nuestro siglo XXI en el que nos seguimos creyendo invulnerables.
El crucero turístico de lujo y de hojalata tiene algo de falsa epopeya versión dos por uno, de romance bajo la luna todo a cien y de pirata sin pata de palo que siempre besa a la hija del capitán con un glamour que ni Valentino echaría de menos.

Nuestro inconsciente persigue por unos pocos euros al Errol Flynn que rasga la mayor para rescatar a su chica. O a ese Di Caprio que encarna nuestro deseo de que el barco no se hunda a pesar de los icebergs que cada día nos atenazan. Con el naufragio del Costa Concordia pagamos de nuevo el tributo a este mundo infantil, idiota y frivolón que es un titanic a la deriva con muchos di caprios a la vista pero sin ninguna Kate Winslet a bordo.

Lo mejor será seguir como Milvina Dean, la última superviviente del Titanic que murió con 97 años sin ningún recuerdo claro de la tragedia que marcó su vida un 15 de abril de 1912 en aguas de Terranova. Bueno, sólo uno: Cameron, el director, le mandó un cheque con 22.000 dólares para pagarse el geriátrico y el resto a tanto por autógrafo. Lo mismo que Costa Cruceros, que ya ha contactado con los pasajeros del Concordia para confirmarles que recibirán un “reembolso por el precio del crucero y por todos los gastos materiales relacionados”.

Mientras, ¿qué director será el primero en mandarle un cheque a Schettino? O un abogado, porque como reza el refrán: en el mar se navega y en tierra se juzga.

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