Por estos tiempos podríamos decir a grandes rasgos, que América Latina puede representarse como un continuum. Por un lado, encontramos un tímido avance de la centroderecha representado por los gobiernos de Chile (Sebastián Piñera), Colombia (Juan Manuel Santos) o más recientemente Guatemala (Otto Pérez Molina). Por otro, y en un sector del espectro mucho más radicalizado, encontramos una izquierda populista liderada por los gobiernos de Argentina (Cristina Fernández), Ecuador (Rafael Correa), Venezuela (Hugo Chávez) y en menor medida Bolivia (con Evo Morales). En el medio de los dos polos, un poco más lejos del legado de Lula, encontraríamos a Brasil, mucho más moderado y estable políticamente que continúa el proceso de potencia emergente.
En los últimos meses la atención hacia estos países se ha visto incrementada debido a la aparición de una sintomatología que daría indicios de debilidad democrática, cuestión que ha comenzado a preocupar tanto en la región, que algunos analistas y ciertos ámbitos del periodismo empezaron a catalogar a países como Argentina de democraduras. Las democraduras son regímenes que conservan aún rasgos autoritarios y que se encuentran en una fase de transición entre el autoritarismo y la democracia. En líneas generales, no son democracias per se, porque carecen de todos los elementos indispensables que hacen al sistema político democrático como por ejemplo la libertad de expresión, una característica esencial de nuestras poliarquías contemporáneas. Tampoco son autoritarismos sui generis porque entre otras cosas, no tienen movilización autoritaria. En una palabra, las democraduras o dictablandas son los que se denominan híbridos institucionales.
Tratar a los países sudamericanos de democraduras es muy apresurado aunque posible en un futuro cercano si continúa avanzando la injerencia de ciertos gobiernos de la región sobre actores sociales tan importantes para las democracias liberales contemporáneas, como son los medios de comunicación. En este sentido, Argentina es uno de los países que más se ha enfrentado en los últimos meses a la prensa y que ha estado accionando medidas que tocaron el límite de lo inconstitucional. Sobre esto, la propia Sociedad Interamericana de Prensa ha considerado de “aviesas” las acciones del gobierno argentino sobre el control de Papel Prensa, la empresa proveedora de papel de diario que abastece a periódicos como La Nación y Clarín.
Ecuador emulando también a Venezuela y a su ya célebre Ley de Responsabilidad Social de la Radio y la Televisión, más conocida como la Ley Mordaza sancionada en 2010, se volvió radical en lo referente al control de la prensa. Por estos días, las voces en el país gobernado por Rafael Correa teme por la propuesta de reforma electoral que prevé nada más y nada menos que un control sumamente excesivo de la cobertura de prensa en procesos electorales. Esto significaría que de ser aprobado el denominado Código de la Democracia, el presidente podría prohibir la difusión de propaganda proselitista y la cobertura periodística durante la votación.
La amenaza que estos gobiernos dispensan a la labor del periodismo influye directamente en la ciudadanía es un aspecto clave. Prohibir, censurar, reducir o controlar el libre flujo de información que va de los medios a la ciudadanía en un proceso de retroalimentación, es en primer lugar atentar contra un canal de mediación y comunicación entre gobierno y electores.
En nuestras democracias representativas, los medios ejercen un rol fundamental, esto es, informar a la ciudadanía sobre los actos de gobierno y vigilar esas acciones en su papel histórico de “perro guardián”. Si falla, entonces fracasa un principio esencial de la poliarquía.
Por otro lado, se silencia a la opinión pública, elemento indispensable en sociedades democráticas. En este sentido podemos parafrasear con una suerte de espiral de silencio que empieza a asomar sobre una región moldeada por procesos dictatoriales y democracias delegativas.
En estos tiempos, la región latinoamericana está atravesando un desafío crítico en sus bases democráticas. El crecimiento de un populismo escudado detrás de un eslogan progresista y socialista alimentado por el manejo de un sector de la población, está tirando abajo años de transición democrática y fortalecimiento institucional iniciado tras el fin de los regímenes militares que forjaron buena parte de la Historia latinoamericana. Solo el tiempo dirá si un crítico proceso inverso, se está iniciando en el interior de la región.
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