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Fernando Lugo humilló a la mujer paraguaya

Nunca un gobierno denigró tanto la dignidad de la mujer como el del actual cura presidente del Paraguay
Luis Agüero Wagner
jueves, 2 de febrero de 2012, 07:35 h (CET)
Si bien uno de los signos de lo mucho que ha cambiado el mundo en las últimas décadas lo constituye  el tono de la piel del actual presidente de los Estados Unidos, no pueden omitirse los avances logrados por las mujeres en Argentina y Brasil.

La ex guerrillera Dilma Rousseff,  y la ex simpatizante de montoneros Cristina Fernández, hoy en la máxima dignidad política de las principales potencias sudamericanas, confirman la distancia abismal que separa en materia de cultura política a los países del Mercosur.

En el cercano y vecino Paraguay, desesperados ante su impotencia para vencer a un partido hegemónico, la entonces oposición al ex presidente Nicanor Duarte Frutos apelaron al viejo y perjudicial expediente de contaminar la política con la simbología religiosa.  El resultado no pudo ser más nefasto, dado que además de representar lo más funesto del pasado genocida de la espada unida a la cruz en Latinoamérica, el cura Fernando Lugo también resultó ser un abusador de su investidura y deshonra para su dignidad religiosa.

Mujeres que lo acompañan en su administración como Gloria Rubin, Lilian Soto o Mercedes Canese deberían agachar la cabeza y asumir la deshonra de haber humillado y traicionado a su género colaborando con un referente de la más machista de las instituciones, sacrificando ante la historia su propio orgullo y dignidad de género.  Nunca el sometimiento de género contó con un paradigma más expreso que durante el actual gobierno arzobispal del cual estas colaboracionistas de un polígamo forman parte.

Lo peor de todo es que tras haber devaluado a la investidura presidencial del Paraguay con sus bochornos, que llegaron a figurar entre los cinco más grandes de la historia en un ranking de la misma BBC de Londres, ha sometido al país al aislamiento con su misoginia y libertinaje expresos, en momentos en que las mujeres se posicionan en el máximo poder en Argentina y Brasil.

Decía la poetisa Carmen Soler que la dignidad de la mujer en el Paraguay se respeta sólo en los discursos y en el papel, y el gobierno del cura Fernando Lugo, quien ahora habla de dignificar a la mujer, es el más categórico ejemplo.

Da la razón a Soler el hecho que una mujer, la Residenta, figura mítica del nacionalismo paraguayo que se invoca cuando se quiere exaltar la propia historia, fue por mucho tiempo tema de discursos y actos políticos sin acción consecuente detrás del gesto y la palabra.

Ellas fueron las granjeras que labraron la tierra con sus manos para abastecer las trincheras, enfermeras que curaron las heridas de los combatientes, soportando la agonía de los moribundos y el horror del degüello sin piedad, y hasta se convirtieron en soldados cuando fue necesario empuñar las armas, cayendo en el frente de batalla como si fueran oficiales del ejército nacional.

También fueron esas mujeres las que en el periodo inmediato posterior al desarrollo bélico, asumieron la cabeza de sus hogares, y pasaron a constituirse en lo único que quedó en el país de poder y autoridad.

Quedaron en esas posiciones por ser viudas, con niños a criar, y con la enorme responsabilidad de hacer resucitar a una nación moral y materialmente devastada. El episodio histórico de las Residentas es apenas una ratificación de que el Paraguay es un país que debe su misma existencia a las mujeres, aunque hoy como nunca sean hollados los derechos de las mismas de manera cotidiana e inmisericorde.

Los casos de Viviana Carrillo, con quien Lugo reconoció una relación que se inició siendo ella menor de edad y encontrándose en una situación de dependencia laboral, Benigna Leguizamón, la limpiadora del obispado a la que acosó cuando trabajaba para él, u Hortensia Morán, quien denuncia que hasta en Internet siguen hostigándola los esbirros del régimen arzobispal, son un claro ejemplo de lo mucho que las mujeres del gobierno arzobispal son capaces de olvidar y hacer callar.

Es evidente que lo más decoroso sería el silencio si se tuvieran en cuenta estas consideraciones, pero definitivamente estamos hablando que gente que desconoce el sentido y significado de la palabra dignidad.

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