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Reforma educativa: no es esto

“La destrucción en los años ochenta de manos de un tal Alfredo Pérez Rubalcaba de la enseñanza pública ha sido una de las mayores barbaridades cometidas por el sistema contra los españoles“
Almudena Negro
viernes, 3 de febrero de 2012, 07:33 h (CET)
Decepcionante la comparecencia la del ministro de Educación, José Ignacio Wert. Al cambio de denominación de la controvertida asignatura de Educación para la Ciudadanía, de EpC a ECC se suma la inexplicable renuncia del PP a acabar con un sistema educativo nefasto, basado en las comprehensive school que dictan que todos los alumnos, sean cuales quiera que sean sus capacidades, deben llegar al mismo nivel. Bajo nivel.

La destrucción en los años ochenta de manos de un tal Alfredo Pérez Rubalcaba de la enseñanza ha sido una de las mayores barbaridades cometidas por el sistema contra los españoles. Con la más que manida excusa de la igualdad se desterró de las aulas la cultura del esfuerzo, de la disciplina. Confundieron autoridad con autoritarismo. Se fomentaron la irresponsabilidad y la pereza. Cualquier intento de destacar debía ser inmediatamente abortado. El igualitarismo se hizo dueño de las aulas condenando a los alumnos brillantes, curiosos e inquietos a la mediocridad. El bachillerato de excelencia y su estupendo cuerpo de catedráticos desaparecieron. Por si acaso el profesorado se rebelaba aparecieron los pedagogos, comisarios políticos de la enseñanza, que pronto obligaron a los maestros a utilizar una jerga ininteligible para justificar lo injustificable. La violencia en las aulas es la consecuencia lógica de todo el sistema. El nivel de las universidades, que además han proliferado como hongos cual aparcamiento de parados, cayó en picado. Ni una sola universidad española se encuentra entre las trescientas mejores del mundo. Una tragedia. Pero eso al PP parece no importarle.

Una de las claves del fracaso es la nefasta enseñanza primaria, que ha desterrado la memoria, tan necesaria para el aprendizaje, para cualquier aprendizaje. En primaria no existe el estudio. Todo son talleres, truquitos y demás zarandajas. Se trata de que los niños se diviertan. Nada de esforzarse, que ya se sabe que eso del esfuerzo es duro. Las Humanidades han desaparecido y los chicos apenas aprenden a leer y escribir. El sistema no quiere que los niños aprendan a pensar por sí mismos, a tener espíritu crítico. Todo lo contrario, que el crítico no puede ser socialista en pleno siglo XXI. Se trata de enseñar a los niños qué deben de pensar. Así, surgen las asignaturas transversales, adoctrinamiento en estado puro desde los seis años de edad. Algo muy conveniente para un proyecto totalitario de ingeniería social. El analfabetismo funcional, por supuesto, se ha disparado. Ronda el 30%.

El resultado ha sido devastador: sólo aquellos que pueden huir hacia la educación privada, y cada vez son menos, pueden ofrecer un futuro a sus hijos. La realidad es que tenemos un sistema educativo fábrica de perfectos alumnos de Paul Lafargue, aquél yerno de Marx que reivindicaba la sustitución del derecho al trabajo por el derecho a la pereza. Cuando el fracaso escolar se hizo algo más que patente y los exámenes PISA pusieron negro sobre blanco el atropello, la solución de los socialistas fue prohibir el fracaso escolar. Promoción automática lo llaman. Para disimular el desastre se obliga a muchachos de 16 años a estudiar. Así, aparecen lo que los pedagogos llaman “objetores”, que son los chicos de entre 14 y 16 años que han decidido colgar los libros y que suelen dedicarse a fastidiar a los que sí quieren seguir. El PP ya ha anunciado que, por supuesto, esto seguirá igual. Lo del inglés es un detalle. Fracaso escolar en dos idiomas.

El PP no ha anunciado una reforma educativa. Ha anunciado un maquillaje educativo. Una tomadura de pelo. Que pagarán los hijos de los trabajadores, que para eso los hijos de los políticos van a caros y elitistas colegios privados.

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