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Etiquetas | Garzón | Justicia

Contra Garzón por tierra, mar y aire

La carrera del exjuex es la carrera de los excesivo, de lo heterodoxo, de lo peligrosamente desbordado en la interpretación de la ley
Xavier Grau
jueves, 16 de febrero de 2012, 07:47 h (CET)
Al empezar este artículo me he mirado en el espejo y me he visto más sorprendido e indefenso y a pesar del deseo de Garzón, habitante de un mundo con más miedo.

Este es un país de abusones y han tenido que ser siete, los magistrados de la Sala Segunda de lo Penal del Tribunal Supremo, los que apeen a uno, al titular del Juzgado de Instrucción Central número 5 de la Audiencia Nacional. O lo que es lo mismo: Baltasar Garzón contra Joaquín Giménez García, Andrés Martínez Arrieta, Miquel Colmenero Menéndez de Luarca, Francisco Monterde Ferrer, Juan Ramón Berdugo Gómez de la Torre, Luciano Varela y Manuel Marchena Gómez.

Sin perder el merecido respeto al Tribunal Supremo, hay que tener bemoles para intentar hacernos creer en la racionalidad del tridente judicial que ha desbancado a Garzón de su carrera. El ya ahora exjuez lucha contra un ataque político, económico y judicial –por tierra, mar y aire, diríase- curiosamente en un momento clave de estupor en España: por la corrupción política y económica y por el renacimiento del guerracivilismo auspiciado por lo más granado y florido de la caverna hispánica. Y es que yo, cuando oigo a los líderes y las lideresas de la derecha más rancia brindar por el Estado de Derecho es que me acojono directamente y pienso que el Tribunal de Orden Público siguió vigente hasta 1976, cuando mi menda tenia ya diez años. O sea, anteayer.

Hay que escuchar además insignes explicaciones como la de aquel que argumenta que también a las estrellas del futbol se les debe sacar tarjeta roja si patean al contrario; lo mismo que hay que parar y multar al ginecólogo de la madre que nos parió cuando acudió raudo y veloz a nuestro parto saltándose el pago de la zona azul: manda lo que manda, que eran huevos, según estableció Federico Trillo.

La carrera de Baltasar Garzón es la carrera de lo excesivo, de lo heterodoxo, de lo peligrosamente desbordado en la interpretación de la ley. Ha registrado enormes tropiezos y disparates como el episodio contra los independentistas catalanes de 1992 que acabó con la condena del Estado Español por parte del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos y que ha vuelto a zaherir en Catalunya con la descabellada comparación entre el catalán y el mandingo por parte de Jesús Dívar, presidente del Consejo General del Poder Judicial y presidente del… Tribunal Supremo.

En lo político, quizá entre los clamorosos errores de Baltasar Garzón, el hombre que, según Pilar Urbano, veía amanecer, esté la decisión de febrero y marzo de 2009 de autorizar les escuchas a varios detenidos del caso Gürtel con sus abogados de por medio. Pero cabe el importante detalle de recordar que lo hizo de acuerdo con la fiscalía y con la policía y que su sucesor, el juez Antonio Pedreira, mantuvo la decisión.

En lo económico, posiblemente la barbaridad de Garzón es haberse marchado a dar unos cursos a Nueva York cobrando de manera indebida, según los impulsores de la querella ahora archivada por el Supremo, en un caso en el que lo presuntos afectados, el presidente del Banco Santander, Emilio Botín, y el presidente del BBVA, Francisco González, negaron cualquier irregularidad.

Y en lo judicial, tal vez sea que el ya exjuez, considerado “juez estrella” cuando el terrorismo de ETA y del GAL, el narcotráfico, el terror islamista, la corrupción de alto copete y la desfachatez de Pinochet y otros sátrapas nos tenían asqueados, se pasó santamente de frenada al declararse competente para juzgar los crímenes del franquismo en un país que acaba de pasarse tres pueblos en los homenajes laicos, e incluso religiosos, ¡válgame Dios!, a Manuel Fraga Iribarne –que éste sí fue parte activa de un régimen totalitario como el de Franco por mucho que la Transición haya venido a redimirle principalmente por razones de edad-.
En este país donde la heterodoxia cabrea sobremanera, quien no es amigo de nadie acaba siendo enemigo de todos. Baltasar Garzón ha pateado los avisperos más oscuros del mundo político, económico y judicial de España hasta conseguir una sentencia absolutamente injusta e impresentable.

Desconozco si en estos momentos Garzón siente “esa calma, esa fuerza tranquila de otras veces” como la que confesaba el 18 de enero de 1999 en su propio diario personal. Lo que sí tengo claro es que el trabajo de Garzón declarándose competente para investigar los crímenes del franquismo ha atraído sobre él el rayo definitivo de la intransigencia nacional históricamente alineada con los vencedores de la Guerra Civil. Para muchos, demasiados, los vencidos no tienen ni el derecho a considerarse víctimas. Justo lo contrario que ha reclamado Garzón en la tercera y última causa vigente contra él: ¡Cómo osó solicitar el acta de defunción del generalísimo Francisco Franco!

Garzón buscó justicia para las más de 100.000 personas desaparecidas, torturadas y asesinadas desde el Alzamiento Nacional en un país sólo superado por Camboya en el número de fosas comunes clandestinas. Y les dio voz y derechos; y capacidad de testificar en el mismísimo Tribunal Supremo ante todo un país avergonzado.

Y al terminar este artículo vuelvo a mirarme al espejo y recuerdo el testimonio de María Martín de 81 años y de Pino Sosa de 75 años, que perdieron a su madre y a su padre asesinados por los golpistas del 36. Y barrunto que Garzón ha sido apartado del combate a favor de la dignidad de los más débiles. Como él escribe, “sin olvidar cada una de las tragedias y de los horrores que nos han obligado a vivir” en un país donde aún muchos niegan que hayamos sobrevivido a 40 años de dictadura. Pero a estos, María, por mucho que brinden con champán por la inhabilitación de tu padre, ya les ha condenado la historia.

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