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Soberanía y negocios, dos dimensiones de Malvinas

Cualquier país que pretenda posicionarse en un sitial geoestratégico antimperialista, necesita un anclaje material que le permita el desarrollo y articulación de una política de tal naturaleza
Lucas Paulinovich
domingo, 26 de febrero de 2012, 14:29 h (CET)
Los conflictos en torno a la soberanía deben tener una cercanía para ser asumidos: difícilmente una nación pueda ejecutar un activo programa antimperialista si no sufre en carne propia las perversidades del vejamen. 

La Argentina tiene, en Malvinas, ese gancho de materialidad para asentarse en una posición de antimperialismo práctico: a través del conflicto por las islas, la Argentina asume como propio el problema del imperialismo y se ubica como parte activa y concreta del Tercer Mundo víctima de invasiones y sabotajes. Es una funcionalidad política, que no responde tanto a las justicia de los tribunales sino a la arquitectura estratégica.

Sin Malvinas, la Argentina carecería de ese lazo de pertenencia con la problemática imperialista y sería solo un espectador de los conflictos, cuanto mucho, un mero apoyo diplomático. Acaso las bases militares norteamericanas en suelo sudamericano; la asesina ocupación israelí de los territorios palestinos; el sabotaje a las soberanías de los pueblos libios, sirios, iraquíes y afganos; la amenaza permanente al pueblo iraní; los intentos de golpe de Estado perpetrados en Bolivia, Ecuador y Venezuela; el golpe concretado en Honduras; y demás acciones imperialistas, son verdaderas ignominias, pero no permiten una conexión directa que tienda a la “apropiación” del dilema.

En efecto: la “causa Malvinas” no es solo una necesidad de reivindicación histórica, sino una necesidad política para poder legitimar el posicionamiento en las filas antimperialistas y poder desplegar una estrategia fiable que tienda a la liberación de los pueblos sojuzgados.

Desde este punto de vista, la reserva en el reclamo o la oposición lisa y llana al mismo, tal como muchos intelectuales lo hay promovido, representa un total servilismo al accionar imperialista: negando la unidad material y concreta de la Argentina con la problemática imperialista, resquebrajando su condición de víctima, se limita su campo de acción y se deslegitima su colocación dentro de una estrategia antimperialista, pasándose directamente a las filas adversarias. Es decir: se trata de una posición proimperialista.

Lo que allá es traición, acá es negocio

Viciosos de la pantomima, el Gobierno argentina promueve una reivindicación nacional en torno al “tema Malvinas” que olvida hacia dentro del territorio. Mientras condena la avanzada imperialista del Reino Británico y sus socios de la Otan en las Islas Malvinas, nada dice sobre la intensa actividad expoliadora que los mismos intereses llevan a cabo dentro del territorio nacional.

No es una ocupación clásica: dentro de las fronteras no se burla la soberanía política, como se lo hace –entre otras burlas- en Malvinas. Sin embargo, la perfidia tiene otras dimensiones para expresarse.

Las multinacionales mineras que chupan las riquezas de la cordillera de los Andes pertenecen a los mismos dueños, cuervos universales, que financian las exploraciones de petróleo en las Islas Malvinas. Los mismos actores, diferentes personajes: mientras que en las islas son los malvados que usurpan la soberanía y se aprovechan de las riquezas, en el territorio nacional son generosos inversores que contribuyen al desarrollo económico.

De todos modos, ese desarrollo es el engorde de los patrones y el hambre de los empleados: las empresas se llevan la parte el león y dejan las migajas para los trabajadores.

Minera Alumbrera, que tiende uno de sus tentáculos en la provincia de Catamarca, logró solo en 2010 beneficios por 6390 millones de pesos. Negocio provechoso, en menos de un año recuperó la inversión inicial. Manual para ganar dinero, de esa enorme torta de dinero, los trabajadores reciben solo una tajadita equivalente al 2,5%.

Abusador expandido, uno de los capitales accionista de Minera Alumbrera es el Barclays Bank, que no solo supo limpiar dineros a través de la publicidad en camisetas de la Premier League inglesa, sino que pertenece al grupo inversor propietario de Desire Petroleum y Borders and Southern Petroleum, dos de las principales empresas que succionan los suelos malvinenses en busca de oro negro.

El Barclays Bank participa también en las acciones de otras de las empresas famosas por sus ataques a la cordillera: la Barrick Gold Corp. En esta minera, que tiene concesiones en minas de San Juan y Santa Cruz, y se transformó prácticamente en el emblema de las transnacionales mineras que asechan las riquezas minerales de la Argentina, participan otras grandes instituciones famosas universalmente no precisamente por su generosidad e interés por el desarrollo económico de las naciones subdesarrolladas: capitales como los de Morgan Stanley, el Bank of New York, J.P. Morgan Chase & Co., entre otros timberos globales. El mar de Malvinas guarda aproximadamente 60 mil millones de barriles de alta calidad, según algunas estimaciones, algo más que los 2.600 barriles que almacenan las reservas argentinas. Se comprende la voracidad.

Las hermandades rapaces son como los hilos de una madeja que van y vienen, entrelazándose. Los actores que participan, harían temblar al más inescrupuloso de los criminales.

El fondo de inversión BlackRock Group, que pertenece al Bank of América, también es accionista de la Barrick Gold. Pero como no es cuestión de limitarse en las inversiones, además amasa acciones de Rockhopper Exploration, Desire Petroleum y Falkland Oil. Todo queda entre socios.

Unión y acción de acuerdo al lugar

“La nueva escalada británica sobre el archipiélago no puede tomarse a la ligera, ni siquiera restringirse a una cuestión de demagogia chauvinista del primer ministro Cameron para tapar la crisis profunda por la que atraviesa el Reino Unido”, se entusiasma Federico Bernal en la revista Caras y Caretas, con simpatías hacia el Gobierno nacional. El sentido de la frase es correcto, pero es curioso que ese mismo criterio no se utilice para denunciar la invasión económico-financiera que esos mismos capitales hacen sobre nuestro territorio nacional.

Si fuera una cuestión de rentas, el argumento cobraría vigor. Pero las multinacionales tienen dos movimientos: juntan y se llevan. Mientras los trabajadores de las provincias cordilleranas sudan y van dejando en jirones sus existencias para agrandar las ganancias, los trabajadores del litoral colocan esas ganancias sobre los barcos y los ven partir.

“De la misma manera que luego de las invasiones inglesas de 1833 (Malvinas) y 1845 (Vuelta de Obligado), Malvinas es esgrimido por el gobierno argentino como un elemento geopolítico fundamental y también lo es hoy a la hora de repensar y rediseñar una estrategia de defensa de la soberanía unasureña”, agrega en la nota Bernal.

La legitimidad de las acciones antimperialista y el favor que se le hace a la defensa de la soberanía unasureña se ponen en cuestión en el preciso momento en que uno toma acá como socio a quien es allá su enemigo.

Tal vez esa dicotomía –propia de la condición de clase del Gobierno nacional- sea el principal obstáculo para una recuperación fáctica de la soberanía en Malvinas y una consolidación definitiva de la independencia y soberanía nacional, en toda la extensión de su territorio.

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