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Nietzsche y la voluntad de poder frente a la visión del amor

Su reducción de la persona al binomio inteligencia-voluntad representa, a mi juicio, una simplificación que empobrece nuestra comprensión del ser humano
Llucià Pou Sabaté
viernes, 31 de enero de 2025, 08:54 h (CET)

Friedrich Nietzsche, uno de los filósofos más influyentes del pensamiento contemporáneo, introdujo la distinción entre "hombres superiores" y "hombres inferiores" en el contexto de su crítica al nihilismo y a la moral tradicional. Esta clasificación se basa en su concepto de la "voluntad de poder" y en su rechazo a la igualdad promovida por el cristianismo y otras ideologías.


Nietzsche sostenía que la inteligencia es secundaria respecto a la voluntad, argumentando que la razón surgía de la combinación azarosa de instintos derivados de la voluntad. Esta perspectiva contrasta con la filosofía clásica, que otorga a la inteligencia un papel rector y a la voluntad una función ejecutora. Para Nietzsche, la voluntad no es una facultad interna regida por el intelecto, sino una manifestación de fuerzas universales que cada individuo puede asumir en diferentes grados.


Sin embargo, esta reducción de la persona al binomio inteligencia-voluntad representa, a mi juicio, una simplificación que empobrece nuestra comprensión del ser humano. Prefiero una visión en la que el amor no solo complementa, sino que define la naturaleza de la persona. Somos personas a imagen de las Personas Divinas, y esto se refleja en nuestra psicología. San Agustín, en su tratado sobre la Trinidad, profundizó en esta idea, identificando la memoria con el Padre, la inteligencia con el Hijo y el amor con el Espíritu Santo. Para mí, la memoria está en relación con la libertad: de la autoconsciencia sale nuestra capacidad de elaborar proyectos a partir de los que conocemos y somos. Así, el ser humano no se comprende plenamente sin estas tres potencias espirituales, que constituyen unos “trascendentales personales”, indivisibles, que no van cada uno por su cuenta sino que actúan juntos de manera que un acto humano que no sea a la vez amoroso, libre y verdadero, no es propiamente humano. De manera que la frase evangélica de “la verdad os hará libres” no se opone a “la libertad nos hace verdaderos”, ni tampoco a aquella otra bíblica de “hacer la verdad con el amor”, pues los tres están tan unidos que son inseparables.


Cuando la filosofía moderna redujo la persona a inteligencia y voluntad, dejando de lado la memoria, se empobreció nuestra comprensión de la identidad y la autoconciencia. La memoria nos permite sabernos amados por el Padre, dándonos seguridad en nuestra identidad. La inteligencia nos muestra el Verbo y el amor nos abre al Espíritu. Esta triada es clave para una comprensión integral de la persona.


Desde esta perspectiva, la voluntad de poder nietzscheana queda incompleta, pues olvida el papel esencial del amor en la constitución del ser humano. En un mundo que muchas veces exalta la voluntad y la lucha de fuerzas, es necesario recordar que la plenitud del hombre se encuentra en el amor que nos une a Dios y a los demás.


Desde una visión más laica, la necesidad del amor en Nietzsche también ha sido explorada. En "El día que Nietzsche lloró", Irvin Yalom sugiere que Nietzsche necesitaba amor, que cada persona en el fondo lo que más necesita es el amor, aunque muchos no lo han reconocido. Esta carencia, más que la voluntad de poder, podría ser lo esencial en la búsqueda humana. Así, tanto desde la teología como desde la literatura moderna, el amor emerge como un principio fundamental que trasciende la simple lucha de voluntades.

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