| Portada de Tangram
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Pensé comenzar diciendo que “Tangram” es un libro ameno que deja en herencia una sabrosa sonrisa. Pero, aunque eso sea completamente cierto, quedaría demasiado simplón y podría inducir a error. Este no es sólo un libro para pasar un buen rato. No es literatura de entretiempo. Así que corregiré para evitar posibles malentendidos. Márquez es formal y gamberro, soez, ácido y discretamente dulce, ingenioso, mutante, descarado, imaginativo y absolutamente brillante. Me ganó para su causa citando en la primera página a Uri Geller y al profesor Jiménez del Oso. Los mitos de la infancia televisiva unen mucho y crean afinidades automáticas. Pero en el caso de Márquez no necesito mentir porque los dos seamos hinchas del mismo equipo de fútbol, vayamos a las mismas manifestaciones o nos emborrachemos en los mismos bares. Con él no tengo deudas. Para recomendarle me basta con ser sincero en ayunas y sin una gota de alcohol en sangre.
“Tangram” es una novela con la misma estructura que “Concesiones al demonio” de Óscar Sipán. En realidad una no-novela formada por varios relatos independientes pero entrelazados entre sí a través de unos personajes que se dan el relevo en una carrera sin tregua hasta que al final todo encaja. El pasado te persigue, se quedó con tu cara, sabe donde vives y viene a buscarte. El debate formalista de lo que es y no es una novela es lo de menos cuando hay calidad y talento de sobra.
“Tangram” son siete historias encadenadas por el azar y sus planes. Unas veces el azar resulta irracional y cruel, otras benefactor, caprichoso o tragicómico, y otras excitante, hijoputa o traicionero. Relatos en los que siempre la narración toma un giro imprevisto. Márquez podría ser como el conductor de un autobús urbano que, de repente, en un cruce, pega un volantazo y se desvía de la ruta prevista. El viaje toma un nuevo camino inesperado y él sonríe desde su asiento viendo nuestra cara de asombro. Márquez acelera y frena, maneja el viaje, te lleva por donde quiere y nunca resulta aburrido. Tiene la virtud y la capacidad de los buenos narradores: es versátil. Cada relato es distinto, redondo y nutritivo. Distintos escenarios y distintas tramas y en todos sobrevuela el humor negro o el sobre sorpresa de la tómbola.
Márquez es directo y sincero, moderadamente tierno y crudamente realista, dinámico y ocurrente. Y en las obsesiones, frustraciones, tonterías de juventud y edad del pavo, enamoramientos, rendiciones, cordura, locura y revanchas de sus personajes consigue que nos identifiquemos con ellos. Un disparatado y jugoso camino muy bien urdido.
Márquez es un peliculero, un hábil y exquisito contador de historias. Secuestros, canibalismo, equívocos, atracos y tiroteos, mapas que marcan tesoros enterrados, tipos excéntricos y vulgares, amores imposibles, mafiosos y vendettas, cotilleos de modistas. Sus historias enganchan, una vez que has comenzado no puedes dejarlo. Mientras algunos hacen cinexin o estereogramas con los relatos, Márquez hace una road-movie con siete cortos sencillamente cojonudos.
Juan Carlos Márquez. “Tangram”. 166 páginas. Editorial Salto de Página. Madrid, 2011.
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