| ||||||||||||||||||||||
|
|
¡Basta ya! | |||
La humanidad se está despeñando por el abismo de la estupidez, y no parece haber nadie capaz de detenerla | |||
| |||
Informarse de lo que está sucediendo en el mundo, más que en un ejercicio intelectual se está convirtiendo en una tarea suicida por las depresiones que comporta para quien lo intenta. Un periódico o un telediario, por ejemplo, nos transmiten tal cantidad de aberraciones sobre lo que está acaeciendo en las cuatro esquinas de la Tierra, que parecen arracimadas por un loco. No importa que sea en el bloque de Información Nacional o Internacional, en el de Cultura o en el de Ocio: nos estamos volviendo locos y/o estamos dirigidos por estúpidos profundos sin solución clínica, pero, lo que es peor, las poblaciones parecen aceptarlo como un signo de los tiempos y/o como si también hubieran perdido el juicio. Hoy, por lo que se ve, todo vale y nada indigna lo suficiente como para detener este suicidio moral, cultural y social colectivo. No hace muchos días nos desayunamos con que ciertos “científicos”, parece ser que italianos pero ejerciendo en una universidad de Australia, proponían, como conclusión a sus "sesudos estudios", que el aborto podía y debía extenderse hasta que los niños tuvieran cierta edad, porque –no se lo pierdan- “no tienen conciencia”. Ellos sí, por supuesto, pero que da un asco que para qué cuento. En fin, así de loca estaba la cosa, con las sociedades no sólo sufragando los “sesudos estudios” de estas repugnantes criaturas que no merecen la consideración de humanos, cuando nos asalta ayer la noticia de que en Canadá se propone en el congreso la legalización de la pedofilia porque –tampoco se lo pierdan- “es una tendencia sexual”. Y lo es, qué duda cabe, si bien de seres tan pervertidos y animalescos que tampoco merecen la consideración de seres humanos. También es una “tendencia natural” el asesinato en los asesinos, y la tortura en los torturadores, y el robo en los ladrones, y el tener muchos padres en esos seres que proponen tales perversiones, y no por ello vamos a legalizar el asesinato, la tortura, el robo o la estupidez, digo yo. Todo muy natural, como es lógico. Nada es más natural que el mal en los malvados, y nada más natural que la estupidez en los estúpidos, y en este último grupo debemos figurar todos porque no agarramos a estos tipos por los pelos y los ponemos donde deberían estar, que no es entre los seres humanos civilizados, por supuesto. Los límites de la inmoralidad y la perversión se han roto, y ya ni lo más sagrado, como la infancia, es respetado ni siquiera de una manera formal. La carrera hacia la destrucción –no sólo moral, sino también social- del orden contemporáneo no creo que tenga parangón en ninguna otra sociedad que en aquéllas que desean con todas su fuerzas extinguirse. La humanidad como conjunto, en base a estas cosas, somos como un gigantesco suicida que está apuntándose a la sien con el revólver de todos estos idiotas sin conciencia: no nos extrañemos, pues, de las consecuencias. Es, ni más ni menos, el resultado de lo que eufemísticamente se llama tolerancia, y, lo que es aún más triste, de que hasta los imbéciles voten. No es una deriva que haya comenzado esta semana o la pasada, sin embargo, porque ya viene de lejos, aunque no tanto. Cuando los tontos pueden hacer chistes hasta del mismo Dios, y todos los demás tontos se ríen; cuando el aborto deja de ser un crimen y se convierte en un derecho, sacrificando de forma extremadamente cruel y horrenda por los motivos más nimios la semilla más pura del género, y son tantos los que lo corean y aplauden; cuando la cultura se degrada hasta los niveles de asnificación global que nos concierne, y las mismas masas lo jalean; cuando los hombres, individualmente, son capaces de presenciar cómo su condición moral y la de su sociedad se degradan miserablemente al mismo ritmo que la naturaleza que le sostiene, sin que haga nada por evitarlo; y cuando los ciudadanos consienten sin acción y rebeldía estar gobernados por esta suerte de atracadores de masas, adoradores de lo perverso y legisladores de la corrupción a todos los niveles de la condición humana, no puede sino pasar lo que está sucediendo. Ni más, ni menos: de lo que se siembra, se cosecha. Estos lodos, pues, no son sino la consecuencia de aquellos polvos. Nada de lo que quejarse, en fin. Los ciudadanos, que han aceptado como algo lógico que sus gobiernos jamás digan la verdad, que les endeuden y atraquen tal y como están haciendo con esta falsa crisis, no deben quejarse. Nada hay de extraño en su proceder, toda vez que, a pesar de lo que hicieron, no es que haya alguien que les vote, sino que les siguen votando millones. Pues eso, a no quejarse, y a aceptar el destino, que no es sino un abismo por el que todos, sin excepción, nos precipitaremos, porque ya hemos visto que cada remedio que aplican es peor que la enfermedad. Y es que ya lo he dicho miles, millones de veces: no hay nada peor que un idiota con iniciativa, y éstos que hemos puesto en el poder, tienen iniciativas a paletadas. Mejor estaríamos sin gobiernos, a la vista de los resultados, palabra. ¿Qué hay de raro, pues, en que Grecia alquile policías, patrullas o incluso helicópteros policiales a los ricos?...: por treinta euros la hora (como las monedas de Judas), pues eso, que cualquiera puede tener a un servidor del Estado como esbirro. A la mafia le costaba más comprar a la Policía, pero ahora están a la barata, por lo que se ve. En fin, cosas lógicas de nuestro tiempo, suma y sigue de todo lo anterior, en esta caída del Imperio que nos va a catapultar a todos a la Edad de Piedra, si es que no a la nada más desoladora. Locuras que, si quedara un vestigio de decencia en algún ciudadano, alguien tomaría a estos tipejos que legislan de tal forma o hacen “sesudos estudios” de aquélla otra, y los enviaría a un Molokay o los pondría en urgente tratamiento psiquiátrico o aún a la sombra de algún penal en el que meditar sobre sus desvaríos. Pero no lo hay, claro, porque ya no quedan ciudadanos con la rectitud moral o la cultura suficiente como para gritar “¡Basta ya!” y llevarlo a cabo. Difícil, muy difícil lo tendría hoy Lot si para que no lloviera fuego del cielo tuviera que encontrar media docena de hombres justos. Y lavarse las manos, declararse inocente, incompetente o sin posibilidades de evitar esta deriva autodestructiva, no vale. Todos, por habernos entrometido en el devenir de la Historia con nuestro voto, somos corresponsables de este desmadre, y, en la misma medida, culpables en grado de complicidad: de las mentiras de la crisis, del desempleo, de las guerras coloniales y del petróleo, de las matanzas indiscriminadas, del hambre de cuatro mil millones de personas, de la prostitución, de los millones de criaturas sacrificadas en todo el mundo todos los años en eso llamado aborto, de la degradación de la naturaleza por causa de la angurria de querer tener más y más sin colmo ni tasa, de que nos dirijan tontos de capirote, de las mentiras y el adoctrinamiento borregil a que nos someten, de que en un mundo de ahorcados no dejen de pavonearse de sus espléndidas sogas los ricos, de que cada día seamos más asnos y más mansos…, por no decir “¡Basta ya!” y hacer algo de veras que termine con todo esto. En mi novela “Germen de Dios, semilla del diablo” hay un cuento introductorio de apenas dos páginas que ilustra sobradamente bien todo este asunto. A riesgo de hacerme un poco pesado, tratándose de un artículo, se lo pongo a continuación. Tal vez, aunque escrito en 1986, sea muy pertinente por el momento que estamos viviendo. Aquí lo tienen: Leed el cuento que una tarde me refirió la Abuela: «Dios estaba tan solo al principio y le sobraba tantísimo amor que, no teniendo a quién dárselo, creó al hombre. Fue éste un ser muy, pero muy hermoso y meditado. Sin embargo, el diablo, quien todavía era su ángel predilecto y hasta entonces en todo había podido imitarle, comprendiendo que no podía crear nada por sí propio, puso por envidia de Él su semilla en aquella obra, sin que el Creador lo percibiera. »Una vez terminado el proyecto humano, puso Dios al hombre sobre la Tierra, igualmente creada a su medida, esplendente y abrotoñada de maravillas, y tuvo Él, al fin, sobre quién derramar la infinita ternura que sentía. »—Sed fieles —les dijo—. Mirad que habréis de ponerme en buen lugar, ya que en vosotros está mi germen. »Empero, en el hombre se hallaba el germen de Dios y la semilla de su diablo, la cual, por ser mala, creció más y más aprisa, cundiendo por todo el alma y ganándole para su indigna causa. »Los primeros tiempos transcurrieron con desmedida felicidad y grato alborozo, complaciéndose las creaturas en su Creador y el Creador en sus creaturas; pero un día, el Señor percibió con dolor que los seres que había creado eran débiles y cedían con facilidad a la perversión de sus instintos, inficionándose con cuanto de baldón había arraigado en ellos, pues más gustaban de lo fácil y placentero a sus sentidos que de lo laborioso y hermoso a su espíritu. »Comprendiendo el Señor que allí se veía la mano de su ángel, a quien el mucho conocimiento que había adquirido le había tornado suspicaz y envidioso, llamole para pedirle explicaciones, y le dijo: »—¿Por qué hiciste esto, traicionándome? »—Porque tu obra es imperfecta —se justificó—, como imperfectos somos nosotros, incapaces de crear nada, sino la maldad. Pero ve que ésta es más fuerte y arraiga con mayor poder que el bien. »Encolerizado, Dios, expulsó del Cielo al demonio y a cuantos le apoyaron, diciéndole: »—Pues partidario del horror eres, ahí tienes el Infierno, un reino creado a tu medida, como a la medida del hombre creé la Tierra. Y puesto que Yo estoy por encima de ella, pues bueno es cuanto creo, estate tú por debajo, pues malo es lo que haces, y quede el hombre en medio, ya que es su causa la que nos separa. Sea la oscuridad tu imperio y el dolor tu goce; sea el terror tu fuerza y la envidia tu ciencia; sea lo efímero tu disfrute y lo caduco tu riqueza; y sea así por una eternidad. »No obstante, el Creador, quien tantísimo quería a los hombres y quien tanta ternura precisaba derramar, se echó la culpa a sí propio por haberles dejado de su mano siendo aún tan tiernos; de manera que se hizo el propósito de que notaran muy cerquita su presencia amiga, para que cuando llegaran las fuertes desviaciones de su flaqueza Él pudiera ayudarles. »Y el mundo volvió a ser hermoso. Hubo dificultades, porque siendo los hombres creaturas celestes no podían habitar el mundo sin mostrar ciertos desbarajustes y alteraciones; pero todo se coadyuvaba con su firme apoyo. »Rabiando el diablo, porque de veras rabiaba, caviló largamente la forma del desquite. Al cabo de mucho devanarse la sesera, trazó un plan perfecto: puso a un lado un demonio tan horripilante y monstruoso, tan cruel y desalmado, que nada más verle los hombres corrían despavoridos hacia el lado opuesto, cayendo en las redes de otro demonio que fingía ser bueno y apacible y tener remedio a las calamidades que el primero les había infligido, para conseguir lo cual les contaba hermosísimas historias que no eran sino verdades a medias, esto es, las más gordas y peores de todas las mentiras. Y si esto hizo el Maligno en una cosa, lo hizo en todas: inventó la cultura y la anticultura, ideó el radicalismo y la pasividad, instituyó la rivalidad y el servilismo, y, en fin, cuantas cosas contrarias hay, no siendo ninguna de ellas auténtica, de manera que quien no cayera en un lazo pusiera el cuello en el otro. »No es difícil suponer que, cuando Dios tuvo conocimiento de estos dislates corrió en ayuda de sus creaturas amadísimas; pero ¿creéis que se dejaron auxiliar?... ¡Qué disparate! Tan engalladitos estaban con sus locuras, que al mismo que les creó le acusaron de desvariar. »—Si es que no nos dejas vivir nuestra vida, ¡caramba! —protestaron—. Es que así no puede ser. ¿Tienes que andar siempre hocicando en todo?... ¡Ya está bien! ¡Respétanos y te respetaremos! Ahora, que si nos has creado para manejarnos como a títeres..., pues, ¡hala!, a servirte de entretenimiento. »Dios, que es bueno, pensó que tal vez había creado seres más inteligentes de lo que se propuso en un principio, y admitió el no interferir nunca más en sus asuntos, a no ser que así lo pidieran expresamente. Llegó a razonar, incluso, que quizá estuviera resultando empalagosa su conducta y que, por esa causa, se echaban en los brazos del diablo; pero que en cuantito se dieran unos buenos testarazos, ¡hala!, otra vez al redil, y con una buena lección aprendida. Así, pues, no le pareció mal la idea, y tranquilamente, con infinita paciencia, se decidió a esperar a que le pidieran ayuda sus queridísimos hijos. Tenía la seguridad, por otra parte, de que en los momentos de mayor peligro aquel germen celestial que había en ellos florecería, dándoles el valor preciso y la templanza suficiente para salir airosos del paso. »—Bien está —aceptó—; pero recordad: cuanto es bueno y cuanto no lo es ya está escrito en vosotros, pues resultado sois de mi germen. Así, si dudáis, buscad en vosotros, y si aun buscando no encontráis, llamadme, que Yo os mostraré el camino. »El tiempo pasó y pasó, y nadie reclamaba su amparo. Los niños eran buenos, tanto como Él les había creado al principio; pero en cuantito crecían, los mayores les hacían más y más malos, y una generación era siempre mejor que la siguiente, y ésta mejor que la otra. Cada vez era más corta la infancia, porque antes los adultos hacían florecer en la niñez la semilla del diablo, pues todos eran esclavos de la Bestia y ya carecían de voluntad para negarla nada, ni a sus propios hijos. El germen de Dios moría dentro del pecho sin arraigar, ahogado por la maldad de las gentes, la cual llegó a ser tan abrumante que incluso encontraron filósofos que argumentaran poderosísimas razones para que tan grandísimas bajezas parecieran bienaventuranzas. Y como la mentira es más fácil de creer que la verdad..., pues la creyeron enseguidita. Tanto, tanto alcanzó el mal, que la propia sabiduría y comodidad de que los hombres se habían rodeado, todo aquel hermoso mundo en que habían asentado sus reales, era pura inquietud, belicosidad y pesadumbre. Tal vez por eso, a quienes no eran como ellos les eliminaban, aunque bien es cierto que no fueron más que los dedos de mi mano. Y si hicieron esto por sufrimiento, lo hicieron también con su bello mundo, infestándolo, como a su alma, de su maldad; de modo que, en un loco afán por adquirir bienes que les hicieran olvidar su dolor, contendieron entre sí esquilmando ríos y mares, destruyendo bosques y aires, exterminando bestias y hasta corrompiendo el agua que bebían y el aire que respiraban. La soberbia y la fuerza, hijo, son tapadera del sufrimiento y la ignorancia. »Y así fue hasta que un día, tan hastiados ya de aquella debilidad que era más fuerte que ellos, tan hartos de su lucha sin sentido, de sus dolores para nada, llamaron a Dios, y le dijeron: »—Compadécete de nosotros, Señor, y olvida lo que dijimos un día. ¿No ves que esto no es vida?... ¿Es para esto que nos creaste?... »Pero Dios no dijo nada, porque un gran nudo en la garganta le impedía hablar. De sus ojos cayeron copiosas y mudas lágrimas, las cuales bebió con amargura infinita, porque tenía mucha ternura para derramar y un grandísimo amor por repartir. »—Ayúdanos, Señor —le apremiaron con irritación sus creaturas—. Apresúrate, que sufrimos grandes agobios. »Y como Dios les quería tanto, y porque de veras quería ayudarles, les destruyó.» Puedes conocer toda la obra de Ángel Ruiz Cediel: Un autor que no escribe para todos (Sólo para los muy entendidos) |
Empiezas a escribir, y unas líneas después, tras uno de esos espacios blancos y silenciosos, entras como en un pequeño paseo por la imaginación, por la unión con la memoria, por el tránsito de la poesía a la novela pasando por el teatro. ¡Es como una conjunción de estrellas! A veces, al escribir se nos pueden presentar dos dramas: uno, la imposibilidad de parar el tiempo porque escribes más y más, y dos, la imposibilidad alguna vez de decir lo que realmente queremos expresar.
Actualmente, frente al relativismo y el escepticismo parece que cada vez es más necesario, un enfoque o planteamiento universalista de los problemas económicos y sociales. El neoliberalismo individualista no reconoce los Derechos Humanos en su integridad, lo que impide el logro de la justicia social y también la consolidación de políticas solidarias, que apoyen suficientemente a las capas desfavorecidas, de las sociedades de los diversos países.
Sophie Barut transforma el bronce en historias de resiliencia. Esta arquitecta de interiores, escultora y escritora francesa ha convertido su propia experiencia vital en un testimonio sobre el poder transformador de la fragilidad y la belleza que emerge de las circunstancias más adversas.
|