Resulta sorprendente lo rápido que se lee esta novela. Y eso, me temo, que es tanto para lo bueno como para lo malo. Lo bueno, pues que si se busca puro entretenimiento, distracción, acción; una novela de esas que –como dice el maldito tópico- enganchan y se leen de un tirón no le pondré ningún pero. Lo malo, pues que si además de ficción se busca calidad literaria, en ese aspecto se queda escasa.
Podría decirse que en los relatos el concepto: “no perder el tiempo” es un axioma; una norma de obligado cumplimiento. Y que sin embargo en la novela ese “merodear”, ese “paso lento”, enriquece la narración. Y de esa aparente incompatibilidad éste “Triángulo” de Antonio Blázquez me parece un ejemplo perfecto.
Creo que Antonio -quizás dejándose llevar por la inercia de su experiencia como cuentista- ha escrito una novela con técnica y método de relato breve. Y creo que eso le perjudica porque una trama tan compleja y de largo recorrido como es la de su “Triángulo” aparece de esa forma desaprovechada. Le faltan páginas; le falta chicha. Y es curioso porque normalmente lo que suelo encontrarme es el defecto por exceso y no al revés. Y la justa medida, el metraje adecuado es fundamental en el desarrollo de una historia. Si te pasas puedes aburrir y si te quedas corto puede que nadie te lo recrimine, que consideren la concentración, la acción, la agilidad y la velocidad de la lectura como virtudes; pero yo creo que renunciar a lo que parece accesorio, un adorno; en algunos casos puede empobrecer, quitarle riqueza a la narración. En la novela se requieren unos personajes y una ambientación no necesariamente excesivos, pero nunca simplistas.
Pienso en un tren de alta velocidad. El paisaje pasa tan rápido que no nos da tiempo a fijarnos en los detalles y lo vemos todo de forma general. Y precisamente esa rapidez puede ser la mejor virtud de esta novela, una historia que se lee sin parar, sin tiempo para pensar, sin tiempo para respirar, sin tiempo para arrepentirse y sin ganas de abandonar porque estás deseando saber cómo termina, qué pasa al final. Y puede que muchos lo consideren así, que lo bueno, lo mejor de esta historia es que no da respiro ni rodeos. Pero reduciendo el largometraje a un relato corto “El triángulo” resulta el esquema de una novela, un resumen amplio y sobrio. Comida deshidratada, alimento espacial que no se puede comer con cuchara. Una novela teatral en donde los diálogos llevan el peso de la trama en una escenografía de bajo presupuesto, un escenario minimalista con unos personajes esbozados en dos dimensiones. Dos personajes principales que son caricaturas, bocetos rápidos, y personajes secundarios como “Perro fiel”,“El Gran Wertop” y “El Gato” que hubieran podido dar mucho más juego.
Pero el mejor ejemplo que ilustra que este “Triángulo” es una novela escrita -¿incapacidad o premeditación?- con técnica de relato es la información hurtada, robada a la trama. Porque en una novela no puede tirarse la piedra y esconder la mano, no puede dejarse un hecho fundamental enunciado y no desarrollarse, no se puede citar un secreto y no narrarlo: “Solamente quedaban dos de los protagonistas de aquella lamentable y trágica noche, en la que ocurrió aquel suceso que pretendía olvidar sin llegar a conseguirlo nunca”. Y más cuando ese hecho resulta trascendente, decisivo para un chantaje recíproco entre los dos protagonistas que por omisión se convierte para el lector en un reconocimiento de deuda en blanco.
Y aunque no termine de creérmelo, de convencerme del todo la omnipotencia de uno de los personajes, no le niego el interés y le agradezco al autor su independencia con la que se ha enfrentado y trata todos los asuntos que incluye en la trama: el poder del dinero y la información, el precio de las personas, la vanidad, el juego (sucio) de la política, la manipulación interesada, las comisiones ilegales, las subvenciones, el trato de favor. Y le reconozco el asco, la repugnancia que sentí ante el asesinato, el terrorismo y la negociación, la guerra sucia, las cloacas del Estado. Y aunque el capítulo final no acabo de verlo claro, me quedo con el acierto previo del cambio de papeles entre los dos protagonistas que produce la crisis económica. El –y perdón por la expresión- darle la vuelta a la novela como se le da la vuelta a una tortilla. Simple y jugosa ironía, omelet nutritiva y de fácil digestión, aunque para mi gusto falta de relleno y guarnición.
Quien venga por vez primera, a esta ciudad de embeleso, debe tener su alma abierta sin trabas o impedimentos. Porque Córdoba es ciudad, para verla con empeño, gozando de sus callejas, jardines y monumentos. Para aspirar sus perfumes, y disfrutar del misterio, que proporcionan sus patios con mil flores de ornamento.
Dijo en cierta ocasión Albert Camus que «la tragedia de la vejez no es que seamos viejos, sino que seamos jóvenes. Dentro de este cuerpo envejecido hay un corazón curioso, hambriento, lleno de deseo como en la juventud». Quizá, esta frase del escritor, de origen argelino, sea una estupenda expresión para vislumbrar el enfoque de la novela de Domenico Starnone, El viejo en el mar.