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El cazador cazado

¿Por que cuestionar la caza tendría que equivaler a cuestionar la monarquía?
Luis del Palacio
miércoles, 18 de abril de 2012, 07:02 h (CET)
Comparto la repugnancia que muchos sienten hacia la llamada "caza deportiva"; el sacrificio absurdo de un animal noble en aras de un extraño atavismo que se me antoja más próximo a un vicio que a un instinto; porque si se tratara de los segundo, todos los miembros de la especie humana lo compartiríamos, y no es así.

Esa repugnancia, en mi caso, creo que sí es instintiva y anda pareja a la que siento por la mal llamada "fiesta nacional". La caza sólo me parece justificable en un caso: cuando se produce el crecimiento excesivo de una determinada especie, una superpoblación, y es preciso regular el número de ejemplares para mantener el equilibrio ecológico.

Mi aversión por la caza y los toros no significa que muchos cazadores célebres -Delibes, Hemingway- y toreros de alcurnia -Sánchez Mejías, Manolete, Curro Romero- no sean objeto de mi admiración y respeto como artistas y seres humanos muy especiales. Otro cazador, Jim Corbett, figura entre mis escritores de aventuras favoritos: nació y vivió en la India colonial y fue un inveterado cazador desde casi la infancia hasta muy entrada la edad adulta. Sin embargo, sufrió una transformación, una verdadera catarsis, que le llevó a renunciar a la caza. Trocó el rifle por la cámara fotográfica y, desde aquel momento hasta su muerte en Kenia en 1953, sólo mató a aquellos animales que habían desviado su instinto depredador natural, de los venados y búfalos, hacia la desvalida y enclenque criatura humana. De vez en cuando lo reclamaban de una u otra aldea para que los liberara de algún tigre o leopardo que acechaba en las sombras de la jungla en busca de víctimas que venían de recoger leña o de la escuela o de realizar algún trueque de ganado. De estas experiencias salieron varios soberbios libros de aventura y naturaleza; el más conocido: "Los devoradores de hombres de Kumaon".

La caza siempre ha sido una de las actividades preferidas de los reyes y los nobles en cualquier época y lugar. Parece que, lamentablemente, lo sigue siendo. Es triste. Resulta mucho más atractiva la figura de un monarca loco, como Luis II de Baviera, construyendo el Teatro de Bayreuth, arruinándose y arruinando a su país en el empeño, que la de un rey constitucional cazando osos en Rumania o elefantes en Botswana, y haciéndolo como de tapadillo, procurando (¡Oh, paradoja!) no levantar la liebre.

Y sin embargo, a pesar de todo lo que acabo de afirmar, creo que voy a decepcionar a los que esperan que diga que el hecho de que hayan detectado al Rey de España, a raíz de su accidente, cazando elefantes en África, es motivo para que abdique o para que se cuestione algo tan trascendente como el modelo de Estado.

Don Juan Carlos, a pesar de sus debilidades cinegéticas, ha sido y es nuestro mejor embajador y ha conseguido, a lo largo de los años, cosas que muchos gobernantes incompetentes jamás habrían soñado: acuerdos bilaterales, pactos al más alto nivel, que han beneficiado a la industria española o, simplemente, el establecimiento de relaciones óptimas con la mayoría de los líderes mundiales.

No colaboro con los que quieren a toda costa desembarazarse de la monarquía; no porque la idea republicana me disguste en sí misma, sino por dos motivos prácticos: 1º Las dos experiencias republicanas en nuestro país han sido un estrepitoso fracaso 2º Un rey constitucional me parece igual de válido que el presidente de una república. La función de este -en caso de elegirse el modelo no presidencialista, que es el preferible- es equivalente en casi todo a la de un rey que reina pero no gobierna. Y, por otro lado -como ha podido verse recientemente en Alemania con la dimisión de su presidente, cuando estaba a punto de ser acusado de corrupción- el sistema republicano no garantiza pureza alguna.

Todo lo demás -transparencia en las cuentas de la Casa del Rey, abolir cualquier privilegio que aún pudiera existir etc.- me parece estupendo.

Soy de los que prefieren ver cómo Don Juan Carlos envejece con dignidad al frente del Estado, a que un ambicioso dinosaurio de nuestra política, asesor de millonarios mexicanos, pudiera encaramarse a la presidencia de una futura república.

Con todo, amigo lector, me parece fatal que nuestro rey se entretenga cargándose a uno de los animales más inteligentes, nobles y sensibles de Reino Animal... Pero también recuerdo que hacía lo propio un "héroe del pueblo" (para muchos): ¿Se acuerdan del juez Garzón y su masacre de muflones, junto al inefable ministro Bermejo?

Nadie está libre de culpa.

Puede haber presidentes cazadores, créanme.

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