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Etiquetas | Toros

Un caballo destripado, eso es cultura

Las visceras de Xelín colgando en la Maestranza
Julio Ortega Fraile
lunes, 30 de abril de 2012, 06:46 h (CET)
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¿Es esto lo que queréis blindar? Ved las imágenes, que las contemplen todos los ciudadanos, niños incluidos por supuesto, que sepan qué es lo que os empeñáis con tortuoso y patológico afán en proclamar Bien de Interés Cultural: la dantesca estampa de un caballo destripado trotando en la Maestranza de Sevilla hacia su muerte por un camino de sufrimiento atroz, inimaginable para vosotros caterva despiadada. Sus vísceras colgando no sólo no os perturban, taurinos enfermos, sino que a algunos os divierten. Esta vez no podréis mentir como soléis hacer, pues hay fotografías que recogen a espectadores, aunque tal vez debería calificarlos de engendros, sonriendo con ganas mientras el toro escarba con sus cuernos en la barriga del desdichado caballo.

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Y sí, digo niños, claro que lo hago, porque es preferible que de una vez por todas contemplen la feroz realidad de la tauromaquia para así rechazarla el resto de su vida, a que se vean sometidos a vuestros continuos intentos de acceder a las escuelas para con degeneradas charlas en ellas o llevándolos de excursión a los infames ruedos, imbuir en sus mentes las bondades de un espectáculo tan miserable e inmundo como aquellos que lo defienden. Como vosotros.

Yo sé que nada os importa la suerte de ese caballo llamado Xelin, como tampoco lo hace la del toro y, en no pocas ocasiones, incluso esperáis que vuestra entrada os brinde alguna grave cogida que después recordar y comentar con vuestros depravados colegas de afición, que probablemente sentirán envidia al saber que fuisteis testigos de la menos habitual, pero también factible, escena abundante en sangre con el matador como protagonista. El desajuste mental y el extravío ético del que hacéis gala os convierte en seres profundamente nocivos para la sociedad. No me pidáis comprensión ni respeto, no cuando vuestra perversión es la que provoca y perpetúa la agonía continua de seres vivos. Hoy la de un caballo, a veces la de hombres y siempre la de los toros.

Hace pocos días veía en una página taurina los resultados de una encuesta en la que se preguntaba si los caballos debían o no llevar funda. Casi un 80% de los que habían votado decían que no. Supongo que alimenta vuestro morbo, vuestra insaciable necesidad de sufrimiento en el cuerpo de otros, la sola idea de regresar a aquellos tiempos en los que por no disponer de protecciones, en casi todas las corridas de toros moría algún caballo tras derramar sus entrañas en el albero. Hay que ser sádicos para añorar algo así. Hay que ser como vosotros sois.

Que las terribles imágenes de ese animal, que las palabras dichas por taurófilos al respecto como que "es un espectáculo de vida y muerte por mucho que los antitaurinos no lo entiendan y al caballo le había llegado su hora", que las risas de los testigos y que la absoluta certeza de que la tauromaquia es, además de una exhibición de violencia y dolor, uno de los modos más abyectos de emplear el dinero público, sirvan para que de una vez por todas se ponga desde la administración fin a esta diversión y negocio propio de psicópatas. Si ellos hablan de arte, cultura o tradición yo quiero, Señores Políticos, hacerlo de valor: el que les pido que tengan para contemplar con detenimiento las imágenes de Xelin con el contenido de su abdomen fuera y después decidan. Ya está bien de transigir con la crueldad de este crimen injustificable contra animales y humanos.

Hoy mi angustia y mi rabia son muy difíciles de describir. Es tal la repulsión que siento por quienes perpetran, permiten, alientan y subvencionan algo así, tan desgarradora mi tristeza ante la visión de ese caballo cuyo padecimiento apenas puedo concebir, me golpean con tanta fuerza en el cerebro y en el estómago la aversión y el aborrecimiento, y es de tal intensidad el desprecio que siento por los canallas que hacen esto posible, que sólo insultos que al fin no serían más que descripciones y aún escasas saldrían de mi boca. En cualquier caso, ni todas las palabras que yo pueda pronunciar, cargadas de animadversión y hasta de odio por esa gentuza, serían una parte infinitesimal de todo el daño que ellos causan en solo minuto de una corrida.

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