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15-M. Una revisión orteguiana

Meses atrás publiqué en otro medio un artículo titulado Los indignados, esos cínicos. Como era de esperar, pronto llegaron las críticas y las descalificaciones
Carlos Salas González
lunes, 14 de mayo de 2012, 07:12 h (CET)
Lo triste es que hoy, un año después de que la mecha indignada prendiese en plena Puerta del Sol, sigo pensando lo mismo. Apoyaba entonces mi tesis, y hoy lo sigo haciendo, en ciertas ideas expuestas por Ortega y Gasset en La rebelión de las masas. “El cínico, parásito de la civilización, vive de negarla, por lo mismo que está convencido de que no faltará” afirmaba el filósofo en su célebre obra. Me preguntaba entonces, y hoy me sigo preguntando, si no podrían aplicarse tales palabras a esos que ahora se proclaman indignados.

Veía entonces en el campista urbano y primaveral ,y hoy sigo viendo, al cínico y al niño mimado que señalaba Ortega. Un farsante que escandaliza y vocifera para llamar la atención, pero que se sabe protegido por ese mismo sistema al que simula atacar. Idéntica actitud a la del niño que grita y patalea ante unos padres sobreprotectores.

“¿Qué haría el cínico en un pueblo salvaje donde todos, naturalmente y en serio, hacen lo que él, en farsa, considera como su papel personal?” se preguntaba el filósofo. Y yo respondía entonces, y hoy sigo respondiendo, que huiría despavorido porque no está realmente indignado; quien de verdad lo está no sale a la calle a mover las manitas y a corear cancioncillas. Por eso afirmaba entonces, y hoy sigo afirmando, que lo del chico del 15-M es pura pose, fuego de artificio, burda impostura. Astracanada de un niño mimado por ese mismo sistema que tanto dice detestar.

Y me temo que hoy lo es más que nunca. Hace un año todavía existía la excusa de la espontaneidad de una lícita protesta. Pero pronto se vio que aquello degeneraba en un asambleismo tan molesto como improductivo. Un movimiento que transitaba, con alegría y torpeza, entre los mensajes bobalicones y los brotes de violencia. Tristemente, después de todo un año, la pertinencia y el sentido común de algunas de sus reivindicaciones languidecen entre tanto exabrupto y tanta majadería. El sistema hiede, en efecto, pero sospecho que no es ésta la forma de sanearlo. Ochenta años después el lamento del filósofo sigue por desgracia vigente: ¡No es esto, no es esto!

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