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Fernando Lugo no es Salvador Allende

Resulta lamentable la propaganda de los desinformadotes que buscan convertir a Fernando Lugo en una especie de Salvador Allende del Siglo XXI
Luis Agüero Wagner
jueves, 9 de agosto de 2012, 07:34 h (CET)
Un chileno me escribió hace unos días a través de una red social que sentía que los seguidores del ex presidente paraguayo Fernando Lugo insultaban la memoria de Salvador Allende, al querer presentar a su líder como una víctima similar al jefe de estado derrocado por el golpe de Pinochet.

Efectivamente, las circunstancias de las caídas de uno y otro fueron por demás disímiles. Uno que resiste con la determinación hasta entregar su vida, y otro que se retira por cobardía e irresponsabilidad, sin atinar una mínima defensa, sin recibir tan siquiera un empujón.

En el último día de su vida, Salvador Allende ingresó a La Moneda a las 7 y 30 de la mañana del 11 de septiembre de 1973. A las 2 de la tarde de ese día en que lo sacaron muerto. Al mediodía se había iniciado lo más devastador, cuando aviones Hawker Hunter británicos iniciaron su ataque sobre La Moneda, llegando a disparar cuatro cohetes Sura 3 sobre la Casa de Gobierno. En el último día de su gobierno, Fernando Lugo se retiró sin un rasguño, sonriente y cumpliendo su promesa de acatar la votación del senado.

Durante siete horas, todo el ejército de Chile asedió el palacio de gobierno donde se encontraba Allende. Tanques, aviones, artillería y expertos tiradores acribillaron a las familias que vivían cerca, lanzaron cohetes, granadas y artefactos incendiarios e hicieron una guerra infame contra un grupo de valientes que solamente podía responder con algo más que unas cuantas pistolas. Sin embargo, no lograron que el mandatario se rindiera. Para que Fernando Lugo claudique bastaron, según su propio testimonio, los gritos histéricos de unos cuantos narcos y golpistas reunidos en asamblea.

Una fotografía de los últimos momentos de Allende, lo muestra con una chaqueta y un pantalón marengo, cubre su cabeza un casco de soldado y carga con un fusil AK 47 Kalashnikov, regalo de Fidel Castro. Además de sus armas personales, todo lo que tenían el puñado de valientes que lo rodeaba eran dos ametralladoras y tres RPG-7.

Fernando Lugo, en contrapartida, se encontraba rodeado por toda la plana mayor de las Fuerzas Militares que se mantenía leal a él, y respaldado por los cancilleres de las principales potencias de la región, comprometidos con su causa. Todos comprometidos con un gobierno y una causa, menos el gobernante.

La caída era el producto de una matanza de campesinos perpetrada por el gobierno del mismo Lugo, en defensa de un latifundista enriquecido con la dictadura de Stroessner, pero eso al parecer no dice nada a los seguidores del cura papá que siguen desinformando. En un folleto que publicaron recientemente, reconocen que Fernando Lugo intentó apaciguar los ánimos de la derecha nombrando Ministro del Interior a Rubén Candia Amarilla.

El mismo Lugo y sus seguidores habían acusado a Candia de haber promovido la represión a dirigentes campesinos y movimientos populares, de haber sido bendecido en el 2005 por el embajador yanqui John F. keen, y de haber aumentado el control de USAID sobre el Ministerio Público paraguayo. Sin embargo, Fernando Lugo lo nombró ministro y los luguistas que hoy lo defienden no dan una línea de explicación en su folleto.

Uno de los últimos actos de gobierno de Lugo fue visitar la embajada norteamericana, para solicitar clemencia al embajador James H. Thessin. Es que todo estaba perdido, inclusive el honor.

Sin embargo, el luguismo que toleró el nombramiento de Candia Amarilla y solicitó clemencia en la embajada yanqui, todavía pretende indignarse contra los golpistas apoyados por el imperio. Ya lo advirtió Herbert Marshal Mcluhan, la indignación moral es la estrategia tipo para dotar al idiota de dignidad.

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Censura. No la juzgo como una práctica muy denostada en estos días. Por el contrario, se me antoja que tiene más adeptos de los que, a priori, pudiéramos presumir. Como muestra de ello, hay un sector de usuarios que están abandonando cierta red social para migrar a otra más homogénea, y no con el fin de huir de la censura, sino por la ausencia o supresión de la misma en la primera de ellas.

Vivimos agazapados sobre los detalles mínimos a nuestro alcance y llegamos a convencernos de que esa es la auténtica realidad. Convencidos o resignados, estamos instalados en esta polémica de manera permanente; no aparece el tono resolutivo por ninguna parte. Aunque miremos las mismas cosas, cada quien ve cosas con matices diferentes y la disyuntiva permanece abierta.

El nombramiento de Teresa Ribera huele que apesta, aunque el Partido Popular y el Gobierno han escenificado perfectamente su falso enfrentamiento. Dicen en mi tierra que entre hienas no se muerden cuando no conviene o, si lo prefieren, entre bomberos no se pisan la manguera. El caso es que el Gobierno y sus socios ya celebran por todo lo alto ese inútil e inesperado nombramiento.

 
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