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Eurovegas, la vergüenza en Madrid

Lejos estamos de ofrecer una imagen de país digno, serio, laborioso, industrioso y capaz. Antes al contrario seguimos embadurnándonos en la basura, envolviéndonos en cuanto tiene que ver con el juego, la prostitución y el alcoholismo
Pedro de Hoyos
sábado, 8 de septiembre de 2012, 08:10 h (CET)

Si la sonrisa sardónica de Esperanza Aguirre no se equivoca el lupanar más grande de todo el continente se va a instalar en Madrid. Claro que Cataluña también ha luchado por él, pero a pesar de sus dirigentes los catalanes tienen la fortuna de no tener que avergonzarse por haber sido derrotados en esta singular batalla por acoger esta gran casa de lenocinio.

Nos avergonzamos los españoles de no inventar, de no fabricar productos punteros, de no tener una industria vigorosa sino miles de pequeñas industrias que afortunadamente son el sostén de buena parte de España… mientras la crisis, Zapa en el pasado y Rajoy en el presente no terminen de eliminar a la industria familiar.

Somos un país conocido en todo el mundo por ser los primeros productores de sol, playa y haraganería. Los niñatos alemanes vienen a España a emborracharse hasta perder el conocimiento, pues las leyes de su país son mucho más restrictivas; vienen los pálidos y rubios ingleses a desfogar su cuerpo porque el respeto social les impide hacerlo en las proximidades de Trafalgar Square. Todos ellos se juntan para beber y copular como animales salvajes y en el colmo de la diversión arrojarse desde los balcones de sus hoteles de tres estrellas.

Ésa es la España que tenemos, todos conocemos el triste caso de Lloret de Mar donde el Ayuntamiento, avergonzado tras décadas de permisividad con las borracheras y las orgías, quiere ahora rectificar y ofrecer una imagen de seriedad y ajena a los escándalos, voces y riñas callejeras que con tanta frecuencia protagonizan aquellos que vienen a España buscando… precisamente eso que no encuentran en sus países.

Lejos estamos de ofrecer una imagen de país digno, serio, laborioso, industrioso y capaz. Antes al contrario seguimos embadurnándonos en la basura, envolviéndonos en cuanto tiene que ver con el juego, la prostitución y el alcoholismo. Aún partiendo de que estamos en tiempo de crisis habrá que reconocer que nos hemos vendido por un plato de lentejas, que nuestra honestidad tiene un precio y no nos ha importado con tal de llenar los bolsillos. Al final seguiremos siendo tan pobres como siempre pero absolutamente indignos, ya no son estos los tiempos de barcos sin honra o barcos con honra. Decididamente hemos preferido deshonrarnos vendiéndonos al mejor postor.

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¿Se acuerdan de las abuelas de antes? Vestían bata y alpargatas para alcanzar al nieto, al que le exhortaban “ven aquí, que te voy a dar con la escoba, ya verás si aprendes”, eso era cuando decían una mala palabra, y hasta a veces le decían aquello de “te voy a lavar la boca con lejía”.

La realidad de la vida es muy parecida al funcionamiento de las grandes superficies comerciales: “tres por dos”. Cada tres años de calendario tu vida pierde uno. Es una realidad “propia del buen Sancho Panza”. Soy servidor de “caballero andante” y mi tiempo es parte de mi pernada.

Hoy quiero invitarlos a reflexionar una vez más sobre nuestro tiempo, también conocido como “postmodernidad”, un período caracterizado por la fragmentación de las narrativas, la desconfianza en los metarrelatos y la proliferación de los simulacros, logrando así reconfigurar radicalmente nuestra relación con la estética.

 
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