¿Se acuerdan de las abuelas de antes? Vestían bata y alpargatas para alcanzar al nieto, al que le exhortaban “ven aquí, que te voy a dar con la escoba, ya verás si aprendes”, eso era cuando decían una mala palabra, y hasta a veces le decían aquello de “te voy a lavar la boca con lejía”. En el balcón, colgaba el abuelo sus pajaritos, cada uno en su jaula, y era cuando el nieto abría las puertecillas o lanzaba piedrecillas a la jaula... ¡Y claro, otra vez la abuela persiguiendo al nieto con la escoba o con la alpargata en la mano!
Posteriormente y avanzando los años salió una corriente que decía que las buenas o malas palabras eran según cómo se las interpretase o los juicios que cada uno tenía, que el término en sí no era malo.
Fue y es común que existan personas que en su lenguaje habitual tengan incorporados estos términos en su modo particular de expresarse.
Vuelven a transcurrir los años, y todo cambia, hasta las palabras, el modo, el tono que marcan las intenciones... Ya no se trata de hablar, se trata de avergonzar y lastimar, lo que implica una intención adicional.
Hoy día lo que no se tiene en cuenta es que la suma de términos provocan efectos desagradables. ¿Será la pobreza de sus lenguajes? ¿Será la falta de educación? Si fuera así, ésta es la mayor pobreza del país, por el enriquecimiento del odio y la ausencia de empatía. ¡Y yo, por supuesto, me quedo con las frases y los actos de mi abuela!
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