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Esperanza Aguirre, esa mujer

Esperanza Aguirre, presidente de la Comunidad de Madrid, desea la pena de muerte para los arquitectos
Ángel Ruiz Cediel
martes, 11 de septiembre de 2012, 06:52 h (CET)
Así, como quien no quiere la cosa, entre risas y soberbia fue la provecta Esperanza Aguirre y se arrancó en un alarde de endiosamiento con la gracia de desear la muerte de todos los arquitectos, incluso solicitando para ellos la reposición de la pena de capital porque, en el delirante decir de su lengua diz que bífida, “sus obras sobreviven a las defunciones de los arquitectos. ”Y se rio de su propio infame chiste, naturalmente coreada a carcajadas por los infames indeseables de su gobierno que estaban besando por donde pisaba y lamiendo cuanto les era permitido. Naturalmente, el que ella pronunciara tan odiosas palabras, captadas por una cámara de un canal de televisión que no es el que ella maneja para lucimiento exclusivo de su propio palmito, ha levantado un poderoso revuelo entre los profesionales del sector y entre los mismos ciudadanos, especialmente por cuanto ella misma se quejaba días atrás de que hubo algunos ciudadanos por ahí que le desearon la muerte en un foro, con frases hechas del tipo “¡Muérete ya!” La cosa, en fin, ha sido tan lamentable que se ha visto forzada a aparecer ante las cámaras y, pagando un tributo de cinismo y soberbia (el perdón, si es verdadero el arrepentimiento, no se solicita como un trámite administrativo), se ha disculpado con tirios, troyanos y, de paso, con “todo el que se haya sentido ofendido.”

Por mi parte, estoy entre los ofendidos, doblemente. Por una parte, porque me avergüenzo hasta el rubor de tener personajes así dirigiendo la política de mi país y porque haya gentes con la falta de talento suficiente como para votar sin castigo a tan execrables personajes; y por otra, porque una de mis hijas es arquitecta, y no me gusta que nadie la desee ningún mal, mucho menos que aboguen impunemente por su muerte y aún por el establecimiento de esa pena capital contra quienes han cometido el delito de haberse titulado como arquitectos. Ya supongo que para ella, la anciana presidenta (quién sabe si tendrá algún problema de salud o así, quizás), debe ser terrible que haya gentes cuya cultura y formación desborden su ignorancia supina, pero debe comprender que son esos mismos chicuelos a los que ayer animó falsamente y con mentiras a esforzarse en terminar sus estudios superiores, para hoy dejarlos en la estacada y empujarlos a la inmigración.

Es posible que mi hija, una buena arquitecta con una capacidad intelectual tan alta como para pasar de largo su vista sobre estos enanos morales, la perdone –si es que llega a enterarse de la miseria moral de esta infausta señora-, cosa que yo haré también en ese mismo preciso instante. Que por generosidad que no sea. Ítem más, lejos de desearla en justa reciprocidad ninguna clase de mal como ella tantos nos regala a los madrileños –incluso trayendo a las mafias internacionales del juego a casa para que conviertan Madrid en un insoportable putiferio, y quién sabe si para darnos salida laboral a los ciudadanos como tahúres o putas, entretanto ajusta a las leyes a los deseos de esos otros indeseables-, le deseo a esta señora, en la edad menos dorada y gloriosa de su existencia, toda suerte de parabienes. Por ejemplo, que sus días no terminen sin que la ilumine la luz de alguna bondad, tan ajena a su corazón; que caiga de su pedestal de barro para que pueda besar el suelo de la humildad; que alguna clase de inteligencia la proporcione capacidad como para saberse morder la lengua en ciertas ocasiones, aún a riesgo de morir envenenada; y aún que la vida la regale algunos años más, ojalá que muchos porque los va a necesitar, para que pueda cultivar algo de lo carece, según se ve, como alguna humanidad, aunque sea poca.

Sin embargo, quiero dejarlo claro: no tiene la culpa el indio, sino quien lo hace compadre. Y es que el voto, en algunas manos, aunque no tengan rayas son más peligrosos que un tigre. Ya ven, ya no sólo nos mintió preocupándose por nuestra salud con eso de la prohibición de fumar (ahora se podrá en todas partes para dar satisfacción a los de cosa ésa del juego y las cartas), sino que ha podido pasar como si tal cosa –para eso tiene una televisión dedicada a darse pisto- de querer poner un ordenador personal a cada niño en cada escuela a empujarlos al hambre con la cuestión de los tapperware. Y, por si fuera poco, habla. ¡Y qué boquita tiene la madama!

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