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Opinión
Etiquetas | Antes muerto que en silencio

Pesadilla en Spain Street

Aún no sé si he despertado o no
Tomás Salinas
lunes, 17 de septiembre de 2012, 06:46 h (CET)
Menuda noche he pasado. Horrorosa. He tenido una pesadilla de premio Planeta. La firmarían, pero ya, Lovecraft, por lo delirante más que nada, o el mismo Poe, dado el trasfondo psicológico del delirio nocturno que no me ha dejado descansar. Aunque, puestos a buscarle un parecido, Erzsebét Bathory, la protagonista de “La Condesa Sangrienta”, de Alejandra Pizarnik, se asemeja bastante más a los monstruos que me han visitado hoy que los noctívagos de Lovecraft o los personajes góticos y surrealistas del escritor de Boston. Para el que no lo sepa,  el libro en cuestión narra la vida de una noble húngara acusada y condenada por el asesinato de seiscientas cincuenta jóvenes. Según parece, esta perla de la humanidad, apoltronada en su castillo, caía sobre sus víctimas para desangrarlas y cumplir así con su obsesión de conservar la juventud. Un fichaje de primera la linajuda homicida.

Pero voy al grano, que me pierdo en los detalles y aquí se trata de contar lo que aún me tiene acongojado (he decidido no escribir acojonado, que resulta vulgar). Vamos, que todavía tengo los congones (no buscarlo, son los cojones de la familia semántica de acongojado) a la altura de la nuez. Pues eso. Estaba yo encadenado de pies y manos a dos postes, suspendido en el aire y formando con mi cuerpo una cruz. Una equis en la quiniela. Y encima, para que la fiesta fuera completa, en pelotas totales y con una bola de papel en la boca, a modo de tapón. Un humillante atentado estético no apto para menores ni para los que no tengan el gusto atrofiado.

Sigo con el suceso. De esta guisa, miro a un lado y al otro y me encuentro con que no estoy solo en la desgracia. Soy un punto más en una interminable fila de desdichados y desdichadas que sufren idéntica situación a la mía. A mi izquierda, una octogenaria señora llora desconsolada, piel sobre huesos. A mi derecha, un chaval de veintitantos se retuerce en un vano intento de librarse de los grilletes. Millones somos, no tiene ni principio ni final la cuerda de penados. Pasan las horas, sollozos y quejidos, la tortura es larga. Mi anciana vecina yace muerta, creo yo, mientras el joven cautivo ha cesado ya en su lucha, tiene las muñecas descarnadas y la sangre cae a borbotones sobre el suelo.

No sé cuando, de la distancia escucho un rumor que se acerca por la siniestra, un sonido que, a medida que se halla más próximo a mí, pasa de un murmullo suave, a un susurro sin sentido para transformarse por fin en unas frases musitadas por los que supongo son los carceleros. Estoy aterrorizado, los siento ya inmediatos, percibo su fétido aroma, intuyo que son varios los verdugos…Ya están aquí, se detienen tras la pobre mujer que me acompaña, muerta hace horas. La zarandean, liberan su boca y uno de ellos concluye con frialdad: “Lástima. Otra que se nos ha escapado sin que le hayamos arrebatado toda la sangre. Otra que ha vivido por encima de sus posibilidades y que se muere sin recibir su castigo. De seguir así, no lograremos el objetivo, no alcanzaremos la eternidad, no cumpliremos los compromisos adquiridos. Esto no funciona. Pasemos al siguiente, a ver cuánta vida le podemos robar”.

El pánico me domina. Se han detenido, les ofrezco mi espalda indefensa. Ahora les oigo con claridad. No les veo pero noto su insoportable presencia, su aliento pútrido se clava en mi nuca. No puedo más. Uno de ellos se aproxima a mí, apoya una mano en uno de mis hombros, acerca su boca a un oído y me dice, con su voz de rueda de prensa: “Tranquilo, no te resistas que te dolerá más. Un par de pinchazos, unos ligeros cortes, y tu vida ya nos pertenecerá del todo. Necesitamos tu sangre, tu sacrificio es indispensable. Eres tú o nosotros. El Estado te lo agradecerá, el sistema te lo agradecerá, los dioses te lo agradecerán, no llores que de nada te va a servir, estás en nuestras manos, vas a morir…”

Joder. Menos mal. Las ganas de orinar y el pitido horario de una emisora de radio me han rescatado del drama. Son las cinco de la mañana. Me he vuelto a dormir con los cascos puestos. Escucho las noticias mientras recupero el resuello.  Primero, Luis de Guindos hablando de futuros ajustes. Después, Soraya justificando las medidas. Son las mismas voces que las del sueño. Las mismas. Y también es idéntico el mensaje. La pesadilla no ha terminado. Recién comienza…

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