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La humanidad se destruye a sí misma

La irradiación cósmica de los planetas alcanza otras partes del campo magnético de la Tierra
Vida Universal
martes, 7 de noviembre de 2017, 07:26 h (CET)
Las irradiaciones de los armamentos nucleares almacenados y de las centrales nucleares, así como al enorme nivel de sonoridad de esta Tierra, en el mar y el aire, desquebrajan y dislocan los campos magnéticos de la Tierra. Por ello, la irradiación cósmica de los planetas alcanza otras partes del campo magnético de la Tierra. Este acontecimiento contribuye a la transformación de la humanidad, de los reinos animal y vegetal así como de todo el planeta Tierra, ya que todas las formas de vida son traspasadas por las corrientes magnéticas.

La culpa de esta paulatina destrucción, tanto del hombre como de toda la Tierra, la tiene al fin y al cabo la ciencia orientada solo a lo material, así como las autoridades eclesiásticas muy desviadas hacia lo mundano. Las Iglesias cristianas y también la ciencia han llevado y llevan a la humanidad hacia el sendero de la ignorancia espiritual. Por su pretensión de autoridad, la masa ahora ciega para las leyes divinas, se fija cada vez más en su modo de actuar y hablar. Así se está abriendo cada vez más la fosa de ignorancia, necedad y arrogancia humana. Pronto muchos de estos ciegos caerán en ella, es decir todos aquellos que creen en estas sabidurías terrenales y que solo se han atado y atan a la materia.

Si todos los esfuerzos y afanes del hombre están solo basados en la vida externa, frecuentemente ya no es capaz de aplicar las leyes del Señor. Con esta constante actitud errónea y su forma de actuar contraria a las leyes del Señor, el hombre reduce las fuerzas etéreas que fluyen por su cuerpo, por lo que depende de mayores cantidades de alimento para poder tomar las energías, sustancias minerales, hidratos de carbono, etc. que necesita.

El hombre ha perdido la justa medida para con todas las cosas de la vida. Por ello la Tierra, el planeta de la humanidad, es saqueada y explotada. El causante, el hombre, recibe la cuenta por ello y cree que Dios, el Señor, la debería pagar. Oh no, la factura la recibe el hombre, y él mismo tiene que pagarla.

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