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Con ustedes, el Rey Luka Doncic (Real Madrid – Barcelona: 87-75)

El ‘siete’ es la estrella de un vital triunfo europeo blanco cimentado en un tercer cuarto de los de antes, a base de una notable defensa y alto porcentaje desde el perímetro; así como una mención para el gran aporte anotador en los momentos cumbres, del director Campazzo (10 puntos), Reyes (14) y Thompkins (12), secundarios de lujo del esloveno (16).
Rafael Merino
jueves, 14 de diciembre de 2017, 22:30 h (CET)

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Los finales sonrientes siempre encuentran su razón de ser en cómo enganchan sus protagonistas. Si el comienzo es bueno, el epílogo lo será más. Así sucedió con el clásico europeo que se apuntó el Real Madrid. Campazzo, el travieso argentino, encendió la mecha; Carroll aceleró la misma y Doncic decidió enmarcarse en otro encuentro para el recuerdo. ¡Y eso que tenía gripe! El esloveno, magnífico en la dirección y anotación, apretó al Barcelona en el segundo cuarto y lo ejecutó (junto al acierto colectivo desde el perímetro) en un tercer acto que lo coronó con una canasta antológica. De canasta a canasta. De esas que perviven en la memoria. Pero antes de ese mágico momento, detallemos la crónica de la coronación de Doncic, arrancando la mecha del comienzo. Así fue enganchando el Madrid.

La esencia siempre en frasco pequeño. Eso también es aplicable al baloncesto. Campazzo, el jugador más menudo, ejerció de agitador de un clásico que arrancó con más desaciertos y tensión que juego. Era normal. Era un envite de futuro. El argentino se hizo el dueño del balón. No sólo ejerció de director, sino que anotó 8 puntos, hizo 2 rebotes, recibió 3 faltas (hizo 2) y lo redondeó con una asistencia y un robo. Todo ello en menos de 8 minutos. Así el Madrid disfrutó de sus primeras rentas. Nada importantes. En parte porque Seraphin sobrevivía (6 puntos) al marcaje de Tavares y porque en defensa, el Madrid estaba blanco. Nada agresivo.

Fue irse el argentino e irse la alegría en pista; apareció el fango y se acabó en un empate técnico y táctico (15-15). Fue entonces cuando Carroll tomó el testigo. Está más entonado. Más en forma. Y se constata en su capacidad anotadora: 8 puntos en un visto y no visto. Poco se elevó el Madrid (23-22). Fue necesario apretar en defensa para que los azulgranas empezaran a notar miedo. Más temor en cuanto apareció Doncic. El esloveno, al que no le frena ni la gripe, repartió dos asistencias de dibujos animados para Reyes. Y cinco puntos más al casillero. (28-22). No fue suficiente para Doncic (espiado desde la grada por varios ojeadores NBA). Lo remató con sendos triples (más otro de Thompkins) y un rectificado, que caldearon a gradas y marcador del Palacio. Máxima distancia (37-28).

Certero perímetro blanco


No se amilanó el Barcelona. Encontró otro flotador al que agarrarse. Heurtel asumió responsabilidades (7 puntos) y sostuvo el golpe. Y, cómo no, el aliado defensivo blanco. Ciertos desajustes que hicieron que el descanso se alcanzara con caminos cercanos en el marcador (40-38), aunque a los puntos, el Madrid era vencedor: por protagonistas (Campazzo, Carroll, Doncic) y por ganas. ¿Y juego? A ratos. Era un clásico de esporádicos momentos de lucidez en cuanto a calidad. Más blanca que azulgrana.

Y se constató a la reanudación. La salida fue de parcial: 8-0 (Campazzo y Thompkins como faros) y el Madrid hizo la distancia psicológica (48-38). No sólo era ataque (vinieron después triples de Rudy, Taylor -por dos ocasiones- y Doncic), sino el buen hacer defensivo. Había más fuerza. Si el Barcelona anotaba que fuera porque lo había luchado hasta la extenuación. La vida ya no era tan cómoda. Y tampoco había flotadores en el horizonte. Y sus porcentajes, obviamente, cotizaban a la baja. Era el momento del Madrid, era su segundo momento de encauzar el clásico (61-48).

Era el Real Madrid de antaño: sólido como una roca en defensa, alegre en sus pasos y certero en el tiro, en especial desde el perímetro. Y, sí, también en el tercer cuarto. Para enmarcar. Como la canasta de Doncic desde su casa: 68-52. Antológica. Fue la guinda. El cuarto acto careció de historia, por mucho que Tomic y Oriola buscaran el imposible. Ni Doncic (con rotura de cintura incluida a Claver) ni Reyes lo permitieron. El Madrid recuperó la alegría y el juego vivaz a costa del Barcelona (preocupante imagen y un triunfo de 16 a domicilio); y Doncic se coronó en Rey.

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