Como me gusta compartir en familia momentos tan importantes como preparar la Navidad. No es menos cierto que con el tiempo la perdida de estos momentos nos causa dolor. Pero me niego a vivir poniéndome vendas antes de que me haga la herida. Pero voy más allá¿por qué lo llamo herida? Si al final lo que suma y me permite crecer es compartir felicidad tras momentos como estos. Bueno, pero te sigo contando: como te decía me encantan esos momentos, en torno al puente de la Asunción, donde muchas de las familias nos reunimos un día para hacer el árbol.
Me encanta ver la cara de mis hijas llenas de brillo e inocencia, parece que sus ojos me dicen a gritos: Papá ¿por qué os perdéis los adultos en todo esto?
Es curioso como mi hija pequeña me da lecciones sobre la Navidad, me hacía sentír que cada palabra proyectaba toda su fantasía, esa magia que solo los más pequeños parecen captar.
Intenté comprender como llenan de emociones su mundo, muestran la alegría, contemplar sus sonrisas, pero sobre todo esa ilusión que respiran. Es un sentimiento que sin lugar a dudas parece que los adultos en muchas ocasiones hemos desterrado de nuestras vidas. Son la pura esencia de la vivencia incondicional de las emociones positivas, aquí la esperanza y la ilusión se manifiestan cuando la vida nos sorprende y cada momento lo vivimos como novedosos y únicos.
Te recuerdo el papel espectacular que juegan en nuestras vidas las emociones positivas como fuentes de creación y transformación vital. En ocasiones entendemos que esto no puede ser propio de adultos sino de niños, pensamos que la vivencia de la esperanza escapa a nuestra comprensión y que solo ellos se pueden llenar de esa emoción que les permita transformar su mundo y que nosotros ya ni tan siquiera nos permitimos vivirla en Navidad.
Cuando pienso en mi hija me pregunto ¿qué hacemos para perdernos en el estrés de la Navidad, no nos permitimos ilusionarnos, preferimos diseñar un mundo sin puertas, ni salidas, donde todos nuestros caminos se nos cierren, dando rienda suelta a la frustración, la tristeza y el miedo. Preferimos nadar en nuestra propia realidad llena de malas noticias, desde los medios de comunicación a las redes sociales, todo parece llenarse de crispación y malestar. Sin darnos cuenta ya nos hemos desilusionado, dibujando un paisaje caracterizado por la desilusión.
No podemos caer en eso, debemos de abrir la puerta a la esperanza y sin duda inundarnos de la melancolía pero esa que nos permite transformar el recuerdo de esa Navidad tan hermosa de nuestra niñez, en esa fuerza transformadora de vidas.
Como te he comentado en otras ocasiones dejemos que los buenos sentimientos asuman su papel modulador y potencien nuestras habilidades y competencias, ya que influyen sobre nuestra autoconfianza y nuestra autoeficacia. Es decir activan nuestra capacidad de generar ideas novedosas y sin duda alguna disminuyen la posibilidad de que caigamos derrotados ante la vivencia de situaciones traumáticas y dolorosas. Sin duda refuerzan nuestra alegría de vivir una Navidad en la que debemos de fomentar la capacidad de compartir.
Existe un estudio espectacular de Martin Seligman que nos plantea que uno de los elementos que más felicidad traslada es el realizar una pequeña acción cotidiana altruista, de ayuda a esa persona que tienes en tu entorno. Por ello es necesario hacer de estas fechas la fiesta del compartir.
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