La más cobarde de las formas de violencia y el activismo más generoso se tocan en un mismo punto: sus víctimas. Ambos alcanzan su grado máximo siendo ejercidos sobre los seres más incapacitados (que no incapaces) para exigir derechos y para dar las gracias. Hablo de los animales no humanos que, en su caso, no sólo tienen en su contra una fisiología sin cabida en normas tanto legales como éticas hechas por y a la medida de nuestra especie, sino que además la ley no los contempla como seres dignos de ser protegidos en su permanente indefensión —de hecho para la legislación son prácticamente objetos exceptuando, desde hace muy poco y no en todos los casos, los llamados de compañía—, algo que sí ocurre con la temporal o sobrevenida en las personas, como pueden ser un recién nacido o un anciano con demencia.
Y puntualizo ese “no en todos los casos” con dos ejemplos de los numerosos que hay:
Matar a un perro, sea al propio como a menudo ocurre con los cazadores o al de otro como ciertos casos de violencia de género, en ningún caso, ni de muy lejos, comporta una pena equiparable a la que se impondría de ser cometido el crimen sobre una persona. Es que a veces no lleva ninguna. El autor se va de rositas.
Para bastantes personas que carecen de hogar, los llamados “sin techo”, un perro es su único amigo y ninguno de los dos se separaría del otro bajo ninguna circunstancia. Bien, pues el hecho de que uno de ellos tenga cuatro patas es suficiente como para que no sean admitidos en un albergue de transeúntes una noche helada de invierno. E incluso allí donde gracias al trabajo incansable de activistas se ha logrado que esto sea posible, retomando además una promesa de gobierno que dormía el sueño de los (in)justos, se siguen poniendo todas las pegas posibles una vez aprobado, reticencias por parte incluso de sindicatos que presumen de ser luchadores por los derechos y de llevar la igualdad como bandera, aunque todos los protocolos y modificaciones hayan sido entregados, estudiados y dados por buenos. El siguiente paso, que sería admitir esa entrada que ha sido, repito, oficialmente autorizada, no se está produciendo. Tal vez estén aguardando a que el frío se vaya y que con la subida de temperaturas este asunto pierda el carácter de urgente. Si mientras tanto las madrugadas gélidas se llevan la vida de algún humano y de su perro, dirán que el primero pudo dormir allí y que se negó a hacerlo sin su compañero. O lo que es lo mismo: culpa suya. Me estoy refiriendo a Zaragoza.
Así que no, no en todos los casos pierden la consideración de objetos ni los denominados “de compañía”.
El que los animales no dispongan de medios propios ni ajenos para evitar su maltrato es la razón por la que me refiero a la violencia más cobarde y al activismo más generoso, pues en un caso se sabe que no habrá resistencia ni castigo, como mucho y de forma poco frecuente una multa no superior a la de orinar en la calle —aunque hablemos de torturarlos, de matarlos y de escupir sobre sus cadáveres todavía calientes (visto en una corrida) repitiendo esos actos una y otra vez, que deja de ser malo, parece ser, según el recinto donde ocurra: en una plaza de toros sí, hacer lo mismo en una finca particular no, porque ya sería maltrato, con lo que lo determinante no es la acción violenta hacia una criatura, sino el pavimento sobre el que caiga su cuerpo para agonizar y morir— y en el otro no existirá un reconocimiento público y, la gratitud de la víctima, será al final una pura cuestión de interpretaciones, como tantas cosas en este mundo, incluido el que una mujer fuese violada porque iba "provocando", para un juez, digo, no para el otro mierda sin toga que le destrozó la vida en un descampado.
Y no se trata de un silencio que exista realmente porque sus miradas como puñales hacia adentro, su dolor, su miedo, sí, su miedo ¿o es que algún canalla todavía niega que lo sientan? y sus hemorragias, de sangre como la nuestra, de heridas como las nuestras, pero sin antibióticos, transfusiones ni vendajes, no necesitan de gramática alguna para ser comprendidas, sólo de un mínimo de empatía, decencia y generosidad, como tampoco hace falta para entender el significado de verlos vivir en libertad, en su entorno natural y entre los suyos, siendo ellos mismos y no remedos de payasos, presos o reos de muerte.
Somos tan grandes e inteligentes como para descifrar que un bebé humano tiene hambre o sueño sin oírle pronunciar una sola palabra, pero tan mezquinos como para ignorar gritos igual de claros en otras especies.
Se trata de ser abyecto o de no serlo. Se trata de respetar o de despreciar, de usar la ley como rasero de conciencia o de hacer que la conciencia nos haga repudiar una ley cuando es amparo del crimen llamándolo deporte, negocio o tradición.
No he escuchado a un solo toro decirle al torero que no le torture, ni a un ciervo rogarle al cazador que no le mate, tampoco a un ternero pedir no ser sacrificado, a un visón no ser desollado o a un conejo que no le viertan ácido en sus ojos. No he oído a un chimpancé en un zoológico suplicar a su cuidador que le saque de allí o a un elefante a su domador que no le pegue más. Ni a los erizos implorar que no les atropellen, ni a los caballos que les quiten el bocado que se clava en sus encías o a un caracol decir: “¡No, por favor, no lo hagas!” antes de ser pisado a propósito. Y sin embargo he visto como todos ellos lo expresaban, a su modo, con su lenguaje, cómo gritaban que no querían sufrir y que deseaban vivir. Ese lenguaje, además de percepción a través de los sentidos en el caso de un cerdo, de un perro o de un chimpancé, bebe del conocimiento científico cuando los ojos o los oídos no son suficientes; la ciencia hace que el sufrimiento de una mariposa deje de ser invisible e inaudible.
Y quien diga no saberlo miente tanto como el que lo niega. No somos nada innovadores en eso y la Historia está llena de ejemplos con víctimas humanas y con animales, la Historia y el presente. La diferencia es que para sociedades que presumen de avanzadas como la nuestra la situación de los primeros ha cambiado a mejor, pero para sociedades tan hipócritas, egoístas y crueles, también como la nuestra, los segundos continúan sometidos a una ética medieval que no les ahorra explotación, miedo y muerte. Y dolor poco, muy poco. Las leyes implantadas para su supuesto bienestar lo son más para ocultar a nuestra vista su sufrimiento y no dañar así nuestras conciencias poniendo filtros de buen gusto, que para ahorrarles un minuto o un grado de tormento.
Cabría puntualizar una excepción en quienes sienten indiferencia absoluta por la suerte de esos seres: su perro, que sí lo defienden en un alarde de cariño nacido de la “propiedad”, pero que ni siquiera es extensible a iguales y por eso no se detienen a recoger al que ven atropellado y todavía vivo en un arcén, porque en este caso son antes que nada propietarios del coche que no les apetece manchar. Y si ya hablamos de otros también suyos, pero pertenecientes a otras especies como cerdos, gallinas, ovejas, etc., la defensa es temporal y de naturaleza exclusivamente económica, sin que exista el menor vínculo emocional hacia su padecimiento.
El activismo es y crece cada día, se deja el tiempo y el dinero, se deja la piel y las lágrimas, se van consiguiendo avances, siendo probablemente el más importante transmitir la verdad de lo que está ocurriendo a la sociedad, pues en el mundo del maltrato legal de animales siempre ha habido mucho oscurantismo para esconder realidades que sobrecogen y, también, para disimular ilegalidades que se cometen entre bambalinas. Pero ese arrancar cortinas y ese vencer la ignorancia, con significar mucho y constituir el origen de más personas comprometidas con esta causa, no son suficientes, porque los violentos siguen gozando de una laxitud legal aberrante cuando sus actos son ilícitos, y de una connivencia política estremecedora cuando están amparados por la ley.
Esto no es fabricar un nuevo modelo de vehículo, es impedir que se siga torturando y matando a seres con plena capacidad para sentir, seres que nada han hecho más que nacer de un vientre no humano, de un huevo o cualesquiera que sea su forma de venir al mundo. Aquí, el tiempo, significa más muerte, más muerte de inocentes, por eso no ha lugar para el descanso, ni para el cansancio, ni mucho menos para la derrota. Aquí sólo cabe el seguir y sumar, de forma pacífica porque luchamos por acabar con el dolor evitable, pero con firmeza inquebrantable, plantando cara a los violentos y cara a los políticos que los permiten, porque los que matan por acción o como cómplices necesarios son ellos, y ellos los que deberían sentir un arrepentimiento o una vergüenza de las que carecen, así que con los actos de ese tipo de gente, ni un titubeo ni un paso atrás. Nos temen, lo están demostrando continuamente en sus foros, en las redes, con sus iniciativas muchas a la desesperada, porque saben que poco a poco les vamos ganando terreno y que ellos retroceden, acercándose al mismo vertedero conductual donde se pudren defensas morales y leyes que daban por buenas la superioridad del hombre sobre la mujer o la del blanco sobre el negro, que permitían experimentos con personas con discapacidad o las encerraba, o donde se castigaban la libertad sexual o religiosa.
Recordar, para terminar, que puede que a muchos les resulte indiferente la suerte de otras especie s porque saben que ellos, como humanos, están a salvo, pero esto no es siempre así. El maltrato de animales debería conmover y provocar rechazo por sí mismo, pues ponerse en el lugar de la víctima indica una inteligencia y sensibilidad irrenunciables; sin embargo, si en nuestro pancismo letal no somos capaces de establecer esa relación de empatía hacia los no humanos, tendríamos que hacerlo por pertenecer a la nuestra.
—¿Y eso?, ¿si yo nunca seré toro, o corzo, o perro?
Ya, pero si tu expareja tira a tu cocker por la ventana como forma de aterrorizarte y presionarte y no le pasa nada, tienes bastantes probabilidades de que el próximo cadáver que yazga sobre esa acera sea el tuyo.
Ya, pero si educas a tus hijos haciéndoles creer que torturar o matar por matar es algo divertido que no se debe perder, piensa que estarás normalizando la violencia en sus mentes infantiles y que esa tara la llevarán consigo.
Ya, pero no olvides que muchos asesinos, en serie o no, mostraron antecedentes de crueldad con los animales.
Ya, pero recuerda que en las plazas, además de los toros, mueren por culpa de ese espectáculo cruento Barrios o Fandiños. Y en las calles o plazas lo hacen mujeres, niños y hombres corneados durante los encierros.
Ya, pero ten presente que hace sólo unas horas un cazador ha matado a otro durante una montería en Hornachos, y que cada año son docenas los cadáveres de nuestra especie que deja la cobarde actividad cinegética donde se ponen armas en manos de personas a las que les gusta usarlas, con prisas (muy peligrosas) por cobrar una pieza.
¿De verdad te crees a salvo porque eres humano? No, no lo estás, no lo estamos, y aunque la probabilidad de formar parte de las víctimas en uno de los supuestos anteriores u otros similares sea baja, nada te salvará del hecho de que los violentos, contigo, están encantados, pues necesitan de personas como tú: que les dejen hacer, sin protestar, sin intervenir. Al fin es el sueño de todo el que descarga su agresividad con seres más débiles y desprotegidos: no ser molestados.
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