MADRID, 13 (OTR/PRESS) La democracia que yo quiero es una en la que, ante una catástrofe nacional, vemos juntos al jefe del Gobierno y al líder de la oposición buscando soluciones. La democracia que yo quiero es una en la que la oposición no torpedea los nombramientos internacionales del Gobierno, y menos cuando se trata de comisarías de la Unión Europea. La democracia que yo quiero no tolera que gente, por muy indignada que esté, llame 'asesino' al presidente de la Comunidad Autónoma que se mostró algo negligente ante la mentada catástrofe, y mucho menos al jefe del Estado que acude a cumplir con su deber. La democracia que yo quiero es una en la que el Parlamento juega un papel constructivo, y no se convierte en una batalla permanente e inútil. ¿Es esa la democracia que tenemos? Sigo: La democracia que a mí me gustaría es una en la que las principales fuerzas políticas puedan llegar a acuerdos para, incluso, modificar aspectos obsoletos de la Constitución, hacer respetar al máximo el papel de la Jefatura del Estado y de las instancias judiciales, que, al tiempo, se hacen respetar a sí mismas. La democracia que anhelo respeta las banderas, todas las banderas, las leyes, todas las leyes, y no tolera que mandatario alguno se salte estos respetos, porque exige un rigor exhaustivo en el cumplimiento de la letra y el espíritu de la ley. La democracia a la que aspiro repudia los chanchullos de negocios en los palacios presidenciales y los sobres no declarados en las sedes de los partidos, que tienen absolutamente vetado fisgonear sin permiso judicial en los teléfonos y en las vidas de jueces y periodistas, por ejemplo. Pero también, en mi democracia ideal, los periodistas saben cuál es su papel, no tratan de crear la realidad sino de contarla y se abstienen de participar en las luchas cainitas de la política patria. En esa quizá utópica democracia, nadie tiene miedo a dar su opinión, respeta el principio de veracidad y no se siente escuchado por oídos no autorizados para hacerlo. En mi democracia ideal se atiende y respeta al ciudadano uno a uno, se aprecian sus quejas, que nunca van a la papelera, y se comparten sus sufrimientos. Se legisla para él y para sus intereses, no los del partido de turno; se cumplen las promesas electorales y, si se dice que tras las elecciones se va a encarcelar a un prófugo o forajido, pongamos por caso, se hace, en lugar de privilegiar al prófugo como socio de gobierno. No sigo porque este comentario se haría excesivamente largo y de poco serviría agotar una casuística que se va haciendo agobiante en estos tiempos de duelo, desconcierto, descoordinación e ineficacia. Hemos tenido ocasión de reflexionar sobre lo que no nos gusta, y hora es ya de irlo diciendo, sin exageraciones ni alharacas innecesarias. Nunca diré que estamos en un Estado fallido, porque este es un gran país, aunque no siempre bien esté representado. Pero sí diré que esta no es la democracia que yo quiero, y menos aún cuando alguna autoridad incompetente me coloque en alguna fachosfera por decirlo. No.
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