MADRID, 18 (OTR/PRESS) Hay prisas para hablar catalán en el Parlamento Europeo. El Gobierno Sánchez emplea recursos y promueve actividades lobistas en Bruselas para conseguirlo, pero en Cataluña los niños castellano hablantes no pueden cursar el ciclo escolar íntegramente en español porque, pese a ser el idioma oficial de España, en los planes de estudio aparece relegado como una asignatura más. Es el resultado de la política de inmersión lingüística cuyo objetivo es imponer el catalán como lengua en todos los ámbitos de la administración relegando el español a posiciones ancilares. Los recurrentes episodios de denuncias de padres de alumnos castellano hablantes que han acudido a los tribunales para reclamar que fuera atendido el derecho de sus hijos a recibir la enseñanza en español- un mandato constitucional-, por decirlo claramente han obtenido un respaldo limitado, incluso decepcionante. El Tribunal Supremo ratificó en su día la sentencia que impuso el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña de aplicar un mínimo de un 25% de clases en castellano en todos los centros escolares de la región. "Mínimo" que en la práctica los docentes, con el apoyo de la consejería de Educación, no traducen en clases transversales en castellano de todas las asignaturas y lo relegan a una única materia impartida en nuestro idioma. El anterior gobierno de la Generalidad recurrió las sentencias ante el Tribunal Constitucional y desde ERC y Junts presionan al actual presidente, el socialista Salvador Illa, para que ante una eventual sentencia del Alto Tribunal en contra de la normativa catalana para la inmersión lingüística no acate el fallo. En paralelo con la batalla en el ámbito de la enseñanza, los inquisidores del idioma han trasladado su obsesión al ámbito de la sanidad. En el último año dos centeneras de médicos han sido denunciados por no atender en catalán a sus pacientes. Su pecado: hablarles en castellano. Según una estadística reciente, el 71% de los médicos que viven y trabajan en Cataluña han estudiado la carrera fuera de la región. Parece de sentido común que, cuando un paciente acude a una consulta, lo urgente, incluso lo importante, es saber qué le duele y qué hacer para curar su mal. Pero no todos lo entienden. El fanatismo es una enfermedad de fácil pronóstico y difícil cura. Qué tiempos estos en los que hay que recordar hasta lo que debería ser evidente.
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