A mi madre. A mis hijos.
En la familia, los hijos son el pensar y la razón fundamental del vivir en esta vida. Lo mejor, lo bello y los momentos felices a ellos los debo. Ahí mi compromiso. Mas nuestra hora va pasando, en cumplimiento de la ley inexorable de la vida. “¡Juventud divino tesoro, te vas para no volver!”. “Hora de ocaso y de discreto beso; / hora crepuscular y de retiro; / hora de madrigal y de embeleso, / de “te adoro”, de “¡ay!” y de suspiro”. Uno trasciende en la memoria de sus hijos, perseverando hacia la superioridad de sus conocimientos para bien de sus obras, pretendiendo sean mejores o superiores a uno. La lucha en búsqueda de florecer, de tener brillo y esplendidez, es para trascender en ellos.
Nuestra conducta y aptitudes de actuar para progresar, hacer el bien, y actuar con la verdad generando luz, es norte del destino a lograr, cuando uno cuando asume consciencia que la gloria y la felicidad llega cuando se trabaja y se lucha en base a méritos. La oscuridad es olvido y vacío perdido, generador de tiniebla, por lo que cabe ser claro, lucido y brillante, sino uno se hunde.
El grande, don Modesto Barrios decía que para seguir viviendo hemos de ser, no solo un hombre superior, sino tratar que no se nos olvide. Por eso Victor Hugo vive y vivirá, porque hizo de su verbo y de su alma esplendorosa, un oasis que es fuente inagotable de vida con arte.
En la familia, a nuestros hijos debemos transmitir conocimientos y experiencias, vía consejos, recomendaciones, alertas, e incluso advertencias que tienen como objeto, la intención de dotarlos de habilidades, aptitudes, talentos o herramientas de filo fino para enfrentarse a la vida y a los complejos seres semejantes, que muchas veces no se comportan como tales. Como padres, pretendemos que esos mensajes y experiencias que llevan sello, y estilo, en el fondo den molde a la personalidad de jóvenes, a fines que asuman valores y normas de conducta, que incidan en la decencia del comportamiento de sus vidas.
En ese proceso, de aparente facilidad por lo obvio, muchas veces se pasan por alto, y se tornan verdaderos difíciles problemas, ante las condiciones y realidades diferentes predominantes, a lo establecido en épocas de nosotros sus padres, y lo nuevo de la nueva época en que hoy viven y se desarrollan los hijos. Cierto es, ahora reinan nuevas circunstancias, que influyen en determinar personalidades diferentes en los hijos. Sus reacciones, sus rebeldías o causas, debemos con serenidad aceptarlas considerando o tomando en cuenta las observaciones siguientes: Que si bien el sentido y el valor que todas esas cosas, vividas por nosotros los padres le pueden contribuir y proporcionar mucho a ellos, como juventud nueva generación, para bien, salirle al paso a situaciones similares tomando todo lo mejor que las mismas pudieran, superando así, circunstancias adversas en la vida actual. Los tiempos mismos han cambiado, y deben respetar.
Lo bueno y las ocasiones felices, breves, y poco frecuentes, por lo que su gozo debe tomarse como una dicha y aspirarla para sacarle todo lo mejor. En la dificultad para lograr la felicidad que proporciona el éxito y la superación, estriba el detalle del asunto. Lo fácil y lo abundante carece de valor. Lo difícil se obtiene con sacrificio, por lo que cabe saber apreciarlo. De ahí el éxtasis que proporciona, su disfrute y deleite.
Muchas veces el gran amor que se les tiene a los hijos, se procura erróneamente que sean asumidos como propios, olvidando que la juventud anhela tener su propia identidad, acorde a su propio carácter. Es pretensión natural de los padres, que sus hijos hereden el patrimonio de su conducta moral y su ética, incluidas la vergüenza, la valentía, la sinceridad, el carácter y la honestidad, máxime cuando en la praxis de su vida es una virtud que les caracteriza. Esa naturaleza, debe ser voluntad y reto a realizar con amor impositivo. El reto del padre debe igualmente ser, con actitudes y cualidades que enaltezcan valores familiares y de patriotismo, que lleguen ser, se tengan presente ser virtudes inherentes.
El hijo debe conducirse como servidor a la patria, donde sus servicios sea como ciudadano o profesional, la patria se engrandezca. “Si la patria es pequeña, uno grande la sueña”. El valor y el reto de nosotros hacia la juventud, a nuestros hijos, es brindar conocimientos hacia el bien saber, y la buena educación; hacer de ellos, los hombres del futuro, con sed de buenos pensamientos, con sensibilidades y sentimientos con espíritu hacia el arte; hombres con ansias y sed insaciable de saber, ávidos de superación en los diferentes aspectos, sea en lo económico, social y lo político así como en el orden religioso con sentido cristiano; todo hacia una superación y progreso bajo el ámbito de la familia, fundamento esencial de la sociedad.
Y para aquellos jóvenes que desestiman esas experiencias que con buena y gran intencionalidad solemos los padres a nuestros hijos proporcionar, en el calor de nuestros hogares, es bueno tener presente, que si bien en el evidente conflicto de generaciones, cuando los viejos son cuestionados, creyendo que estorban, a los que vienen avanzando; no olvidar que estos cargan con una inmensa experiencia y sabiduría, fruto de muchos años de estudios y observación, de sufrimientos y de gozos que la vida misma enseña. La experiencia de los padres es como el árbol, que da semillas para buen fruto, y fruto mas hermoso cuando su inagotable pretensión de actuar y dirigir no frena, el vigor que prevalece en sus hijos que juventud nueva generación ahora se hace presente. Cuando eso se cumple la generación del ayer se parte feliz, al saber que la de hoy, agrandara la esperanza de un mejor porvenir.
Y el otro asunto es el de la generación que viene, la misma que avanza a pasos agigantados, en el mayor de los casos de manera brillante, sobresaliente y responsable, sin que signifique no dar tropezones. Esa juventud que por sus ímpetus y ligerezas no tiene tiempo para meditar, y que avanza, haciendo camino al andar.
Sus ligeras reflexiones se ejercitan fundamentalmente por los golpes recibidos, que le provocan las vicisitudes que le ocasiona, vivir la vida. Se subvalora a los padres, pretendiendo a codazos sacarlos del camino, al considerar ser freno al arrebato e ímpetu juvenil, ebrios de ambición y de esperanza, olvidándose que tanto los mayores como la juventud son eslabones de una misma cadena, por mucho que se vivan nuevos tiempos y nuevas realidades.
Es deseo nuestro, que nuestros hijos sopesen y aprecien la cordura, procedan con prudencia y sensatez, para que con sabiduría lleven en alto la energía que les proporciona la naturaleza de su juventud. Como es deber de la nueva generación, asumir el reto y el compromiso de la perseverancia en el estudio, para ser en un futuro no muy lejos, hombres de pensamiento y hombres de bien. El asumir esa responsabilidad, pero más aun comprenderla con serenidad, facilita a la nueva generación saber que somos, entender de donde venimos y visualizar hacia donde vamos, conocer a sí mismo, sin que se irrespete su fe.
Años, muchos años después, siempre se confirma, que siempre ha vivido Dios, y que nadie lo niega en la presencia de la muerte. Nuestra presencia lejos de ser un estorbo, o un obstáculo a la nueva generación, ser una competencia que perturbe su porvenir, somos su ejemplo, su modelo, un soporte que propugna una energía sana de una juventud pretérita, divino tesoro, hoy presente. ¡El compromiso de nuestros hijos, es ser dignos!
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