MADRID, 1 (OTR/PRESS) Mazón sabe que no puede aguantar al frente de la Generalitat valenciana, encerrado en su despacho y sin poder pisar la calle para no recibir insultos y peticiones de dimisión. Porque la ira, ante sus continuas contradicciones, no cesa. No ha visitado los pueblos arrasados porque no es bien recibido. Las doscientas veintisiete muertes no se pueden olvidar, y así es difícil imaginar que se pueda hacer una buena gestión en la reconstrucción de las zonas arrasadas por la riada. El sábado una nueva manifestación volvía a exigirle que se fuera. No hay cargo ni función que merezca la pena si se tiene que vivir con esta animadversión ciudadana. Verlo entrar y salir del Palau con la cabeza gacha y contestando con evasivas a los periodistas, mientras la jueza sigue investigando las circunstancias del retraso en lanzar las llamadas de alarma, no lo desearía nadie. No puede ser que, como se rumorea, su apego al cargo se deba a la posibilidad de tener otro cargo, con un sueldo de setenta y cinco mil euros anuales, en el Consejo Consultivo, si logra acabar la legislatura. También en el PP, desde Feijóo a Tellado, de Bendodo a Ayuso, saben que la situación es insostenible. De hecho, las manifestaciones de apoyo son cada vez más tenues y se centran en defender la necesidad de llevar adelante la reconstrucción. Mirando por encima la contradicción de cómo un político que no fue capaz de evitar la tragedia puede ahora ser el gestor de lo arruinado. La candidata socialista, la ministra Diana Morant, amenaza con una moción de censura a sabiendas de que no va a salir. Le faltan votos en el Parlament y VOX no quiere sacar al PP del Consell. Entre otras cosas porque la polémica está haciendo subir sus expectativas electorales. La posibilidad de que Mazón sea sustituido por la alcaldesa de Valencia no termina de calar en la sede de Génova. Por eso, la pregunta es cuánto van a aguantar los unos y el otro aferrado al sillón. Aunque sólo fuera por dignidad hace muchos meses que Mazón debería haber dejado el cargo. Ya no le quedan más mentiras que contar.
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