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Un código moral en la política

Francisco Muro de Iscar
jueves, 6 de marzo de 2025, 08:00 h (CET)

MADRID, 5 (OTR/PRESS) Decía Chesterton que “nadie puede usar la palabra progreso si no tiene un credo definido y un férreo código moral. Porque la misma palabra ‘progreso’ indica una dirección y en el mismo momento en que, por poco que sea, dudamos respecto a la dirección, pasamos a dudar en el mismo grado del progreso”. Es evidente que en polìtica debería ser exigible a todos los actores el respeto a un código moral, un sistema de normas y valores sólidamente fundamentados de acuerdo con un marco ético que garantice la transparencia, la justicia, el respeto a los ciudadanos y a los adversarios, la responsabilidad, la honradez, la imparcialidad y la profesionalidad. Eso no garantiza necesariamente que las cosas vayan a funcionar bien, pero marca un horizonte de fondo que tranquilizaría la vida polìtica. Claro que como decía el catedrático de Filosofía, José Luis López Aranguren “la moral se esgrime cuando se está en la oposición; la política cuando se está en el poder”.

Con Trump al frente de la nación más poderosa del mundo, la moral pasa por su peor momento y eso se va a sentir en Estados Unidos y en todo el mundo. Y si encima se pone de acuerdo con Putin, no deberíamos repetir eso de “peor, imposible”. Puede pasar cualquier cosa.

En lo que nos pilla más cerca, ese código moral -que casi todos los partidos tienen, pero que casi ninguno respeta- debería hacer que las fuerzas políticas más representativas, a la izquierda y a la derecha, fueran ejemplares en sus comportamientos y capaces de hacer posible una gobernanza sin los extremos. Ni la ultraderecha ni la ultraizquierda. Pero también sin aquellos que no quieren el bien común sino su bien particular, como es el caso de Junts o el de Bildu. Pero también el de Sumar o el de Podemos, una izquierda viejuna, con la aquiescencia o el empuje del PSOE en muchos casos, que quiere controlar y manipular la Justicia, los medios de comunicación, las empresas públicas y privadas del IBEX, el patrimonio de la Iglesia o acabar con la enseñanza y la sanidad privadas. Y es, sin duda, el caso del propio presidente del Gobierno, cuyo credo y cuyo código moral cambian cada día, dispuesto a ceder lo que sea -políticas de asilo e inmigración, vigilancia en las fronteras, control de los CIEs, indultar y amnistiar a delincuentes o condonar la deuda de Cataluña, etc.- para seguir en el poder. Si fuéramos capaces de hacer lo que hace Alemania, que el partido ganador tenga el apoyo del segundo para no tener que gobernar con la ultraderecha, otro gallo nos cantaría. Frente a la descalificación y la humillación del contrario, el frentismo o la confrontación, la única medicina posible es el consenso y las políticas de unidad. Europa parece que lo está entendiendo -no le queda otra si quiere seguir manteniendo su estatus-, pero entre nosotros cunde lo contrario. SI un partido como Junts, xenófobo, de ultraderecha, radical, minoritario incluso en Cataluña, es capaz de imponer su chantaje permanente al Gobierno de España y éste lo acepta, hablar de progreso es un insulto.

Esa destrucción del Estado abarca todos los frentes y a casi todos los responsables políticos. A Interior, donde el ministro Grande Marlaska, que rechazaba la cesión del control de fronteras por inconstitucional, ahora traga. A Hacienda, donde la ministra Montero, que antes rechazaba las quitas, ahora las promueve y defiende. A Justicia, donde el ministro Bolaños impulsa el ingreso de jueces sin las suficientes garantías y donde la ley de eficiencia procesal, sin respaldo económico suficiente, va a crear graves conflictos en los juzgados de violencia contra la mujer y no va a solucionar casi ninguno de los problemas de fondo. A Educación o Sanidad donde se quieren imponer Estatutos a los docentes y a los médicos sin contar con ellos. Descubrir cada día una nueva corruptela que afecta a un buen número de Ministerios o de empresas públicas, es una constatación de la degradación de las instituciones. La lista es tan larga como la falta de diálogo con la oposición. Me parece razonable que se pida la dimisión del presidente de la Generalitat valenciana. Pero no puede ser el único que se tiene que ir por su incompetencia. Decía Maquiavelo que “los hombres son tan simples y se someten de tal modo a las necesidades que quien engaña con arte encuentra siempre gentes que se dejen engañar”. No deberíamos dejar que nos engañen.

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