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Ángel Manuel Ballesteros
Ángel Manuel Ballesteros ha cumplido todas las categorías de la carrera diplomática, desde secretario de embajada a embajador, pasando por consejero, cónsul general y ministro plenipotenciario. También ha sido vicepresidente del Consejo Superior de Asuntos Exteriores, primer director de Cooperación con África, Asia y Oceanía. Vocal asesor para Asia Continental y consejero cultural en Egipto. Conferenciante y escritor, ha publicado numerosos libros, entre los que destacan: Estudio diplomático sobre Ceuta y Melilla o Los contenciosos de la política exterior de España, este último traducido también al inglés y ambos editados por el Instituto de Estudios Ceutíes. |
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El representante del secretario general de Naciones Unidas, Stefan de Mistura, termina de anunciar en el Consejo de Seguridad a puerta cerrada, la partición del Sáhara como posible solución al conflicto que el próximo año alcanzará los 50, medio siglo, así como suena.
Con la vista profesional, y humana, puestas ya en el 2025, proseguimos con un creciente/decreciente ánimo, nuestros balances sobre las controversias territoriales españolas, el tema histórico, clásico, recurrente e irresuelto, aunque no irresoluble de nuestra política exterior.
Al inclinarme a besar la mano de la camarada que me recibía en el Kremlin, al estilo de Catalina la Grande que exigía que los representantes extranjeros le besaran la mano y le hablaran en francés – parecería más apropiado que el léxico diplomático hubiera adoptado el término legado.
No hay que ser un Metternich para concluir en la inconveniencia de las discusiones históricas en política exterior. Y ello es tan evidente que podría constituir una ley si no matemática, desde luego que sí diplomática. La carta del todavía presidente del añorado México, que cesará en octubre, reclamando hace un lustro que el rey de España (y el Papa) reconozca y pida perdón por los abusos cometidos durante la conquista, forma parte consustancial del ser imperial de España.
Es perfectamente inteligible, vistos actores y circunstancias, dada la realidad, que un país como el nuestro, donde la armonía, hasta con h, nacional se muestra mediatizada por una crisis de valores profunda y creciente; tipificable posiblemente por un confusionismo in crescendo más un conformismo en línea, no preste la debida atención a la política exterior.
Constituye ya un tópico, mil veces manido, la catalogación que némine discrepante se hace desde España de que la principal amenaza exterior se sitúa en Marruecos, afirmación correcta en principio, aunque incompleta en cuanto adolece de la correspondiente graduación.
La rememoración del 23F, el enésimo episodio de patología política que manu militari pudo alterar la pax hispánica, incide en la recusable amplitud convencional de un concepto que está perfecta y técnicamente delimitado, provocando que la vertiente académica se desnaturalice en aras de un pretendido y a veces conseguido, interés pseudopolítico.
Escribo este artículo desde Caracas, cuna de buena parte de los próceres americanos, donde quizá haya más ilustres hijos por metro cuadrado que en ninguna otra, como Bolívar, cuya estatua ecuestre veo a diario, paseando con mis perros, en el próximo a Ferraz, mi calle.
En la madrugada del 7 de abril de 1956, se firmaba en Madrid la Declaración de Independencia de Marruecos y el 11 de febrero de 1957 tenía lugar la firma del convenio diplomático entre España y Marruecos, cuyo artículo 5 dice que "las misiones diplomáticas respectivas en Madrid y Rabat tendrán categoría de Embajada".
Desde que publiqué mis primeros libros de ciencia política y diplomacia hace varias décadas, siempre tuve la impresión de que intentar desbloquear nuestros contenciosos diplomáticos, el tema recurrente e irresuelto que no irresoluble de política exterior, se presentaba como tarea harto complicada, donde a la búsqueda de la deseable, necesaria armonía (hasta con h) se requiere compatibilizar la ortodoxia con la ‘realpotikik’. Y naturalmente, con el derecho.
Una de las manifestaciones tradicionales de la insuficiente técnica en política exterior de Madrid, consiste en dejar deteriorarse determinadas cuestiones hasta extremos de muy difícil o al menos, complicada reconducción, cuya virtualidad constituye un dato antes que un subdato y no requiere exégesis profundas para su constatación.
Sin perjuicio de elaborar algo más adelante, con la política postelectoral ya asentada, mi balance 2023, en la serie sobre nuestros contenciosos y diferendos diplomáticos, sobre los seis, los contenciosos de Gibraltar, el Sáhara Occidental, y Ceuta y Melilla, y los diferendos de Las Salvajes, Olivenza y Perejil, procedería ahora una síntesis sobre el Sáhara.
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