La rememoración del 23F, el enésimo episodio de patología política que manu militari pudo alterar la pax hispánica, incide en la recusable amplitud convencional de un concepto que está perfecta y técnicamente delimitado, provocando que la vertiente académica se desnaturalice en aras de un pretendido y a veces conseguido, interés pseudopolítico.
Y así, la ampliación del concepto, sin que cuenten aquí sus motivaciones, se aprecia con relativa nitidez en dos fenómenos, el 11M y el separatismo catalán. Desde algún que otro sector se pretendería en alguna manera incluir en su maximalismo el 11M, el mayor atentado terrorista en nuestra historia, por sus efectos sobre la consecución del poder, que se tradujo en un vuelco electoral inopinado según todas las previsiones, más alguna divergencia de exégesis, empezando por la inicial versión oficial, y las teorías de la conspiración, frente a la probada autoría árabe. En cuanto a los movimientos catalanes, imperfectas tentativas separatistas, en la escala de las variables reduccionistas del mapa de España, lícitas en principio y en teoría en la línea de escoceses o canadienses -cuando en una comunidad existe un sentimiento compartido con entidad suficiente de identidad y aspiraciones, con los complementarios aditamentos culturales y demás, “la nación es un alma”, “la nación es una misión”, acuñados ya en el XIX por Bergson y Renan- pero desprovistas según ha acaecido el caso catalán de la necesaria ortodoxia constitucional, comenzando por la unilateralidad del movimiento. A incluir también, para un enfoque integral, la denunciada desde algún sector injerencia rusa.
Ello por referirnos a la acuciante y reciente realidad nacional, pero es que desde el pasado se incluiría este punto en nuestra traumatizada historia de democracia incompleta hasta el franquismo -yo mismo he escrito el artículo Los dos golpes de estado del general Franco- cuando lo que prevalece en la globalidad de aquel involucionismo fue una rebelión (no una insurrección, en la que de acuerdo con el inolvidable profesor de Paris, el internacionalista Charles Rousseau, prima el elemento de la marina) que degeneró en guerra civil, si bien en un primer momento, el dictador tomó el poder, dio con su hermano Nicolás que redactó el documento final, un “golpe de Estado”, en la reunión de los generales en el aeropuerto de Matacán en Salamanca.
El golpe de Estado es el cambio anómalo y extraconstitucional en la titularidad del poder. Cuando en España esa figura, a pesar de su ominoso protagonismo que llevó hasta a exportar allende el azul del mar, términos como el pronunciamiento, no se estudiaba en casi ninguna parte, en la ya decadente pero todavía dorada universidad de Salamanca del 60, con más de un catedrático desplazado a su pesar, Tierno Galván, con quien yo era un discípulo distinguido, explicaba la diferencia entre la conspiración y la confabulación, situándose en un terreno aledaño al golpe, que un posterior trabajo mío de filigrana política, permite diferenciarlo de una serie de instituciones próximas pero disímiles.
En efecto, dentro del rem publicam vi mutare, de las acciones tendentes a subvertir el orden constitucional, el golpe de estado se distingue de una veintena de figuras cercanas pero distintas, desde las masivas, reñidas por tanto con su carácter que debe de ser reservado por definición, elitista por naturaleza, oligárquico que se quiere aristocrático en el sentido derivado de pocos, de los menos, como la revolución, la guerra civil, la insurrección, el alzamiento o el levantamiento ( aquí el franquismo faculta para sostener que los obreros, la revolución de Asturias, reprimida por el general, se levantan, mientras que los militares se alzan, el glorioso Alzamiento) pasando por categorías intermedias del tipo de la sublevación, la rebelión, el pronunciamiento, la sedición, el motín, el cuartelazo, el tancazo, la asonada o el putsch, y terminando en su ámbito propio, que se inicia en la intriga, se materializa a través de la confabulación, del contubernio; se vertebra, perfeccionándose, en conspiración o en conjura; y asciende a complot, y origina el golpe.
El ámbito propio del golpe de Estado se inicia, como decimos, en la intriga, institución inexcusablemente minoritaria, comportando el juego heterodoxo e ingrávido de regentes, favoritos y favoritas, validos y camarillas, en una acción contra el poder desde las posibilidades que ofrece el poder mismo por los encargados de defenderlo. Como igualmente conlleva la trama del secreto, consustancial para el éxito. Catilina, como recuerda Malaparte, fracasó en su conjura porque, con el mayor secreto, se la anticipó a todo el mundo.
El golpe de Estado constituye una institución permanente en cuanto concatenada al conflicto y al poder, y hoy inexorablemente a la baja por la creciente cultura política y acercamiento de las condiciones reales a los textos constitucionales. Figura asimismo en evolución, desde el arte palatino de la intriga, pasando por la conspiración elitista, palaciega, con el juego de añagazas y estratagemas de alta escuela, comenzando a declinar como ejercicio sometido a reglas sutiles y deslegitimadas con los espadones del XIX y tras resurgir a manera de táctica compleja en las primeras décadas del XX, degenerando, casi definitivamente, en la institucionalización del burdo cuartelazo.
Concepto también condicionado por elementos exógenos, como el colonialismo antes y después el intervencionismo o por las neotéricas estrategias de la agitación y la desestabilización. Asimismo, la técnica del golpe se ha visto mediatizada por la propia técnica. La radio mal utilizada inhabilitó la reacción de Constantino de Grecia ante los coroneles, ya que como precisa Leguineche, un contragolpe no se puede dar en onda corta, mientras que el uso acertado de la televisión contribuyó a que juan Carlos I desmantelara la intentona del 23F. Es más, como igualmente rememora el mismo Leguineche, ya aquel 81, el golpe de estado polaco se dio por ordenador y vía satélite.
En fin y como ya se ha dicho y por su pertinencia se vuelve a reiterar, su proceso se inicia en la intriga; se materializa a través de la confabulación, del contubernio; se vertebra, perfeccionándose, en conspiración o en conjura, y asciende a complot, y origina el golpe.
Queda, pues, clara la autonomía conceptual de esta figura mayor de la ciencia política, que es el objeto de estas líneas, así como la no procedencia de englobarla en lo que hemos denominado heterodoxias circundantes, cuya privativa entidad exime de ulterior comentario.
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