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Los contenciosos y diferendos diplomáticos españoles, 2025, o Metternich no frecuenta Santa Cruz

Hasta que España no resuelva su complicado expediente de litigios territoriales, no volverá a ocupar en el concierto de las naciones el puesto que le corresponde
Ángel Manuel Ballesteros
martes, 1 de octubre de 2024, 09:57 h (CET)

Con la vista profesional, y humana, puestas ya en el 2025, proseguimos con un creciente/decreciente ánimo, nuestros balances sobre las controversias territoriales españolas, el tema histórico, clásico, recurrente e irresuelto, aunque no irresoluble de nuestra política exterior. Resulta perfectamente inteligible que un país como el nuestro, vistos actores y circunstancias, dada la realidad, donde la armonía, hasta con h, se muestra mediatizada por una crisis de valores profunda y semi galopante; tipificable por un confusionismo in crescendo; con acentuadas tendencias centrífugas en su complicada construcción nacional en una visible teórica escala reduccionista; donde existe una tónica inercial a dejar deteriorarse las situaciones hasta extremos de problemática reconducción; en la que las partidas en los procelosos tableros se juegan con las negras, a la defensiva, en lugar de llevar la iniciativa con las blancas; y cuyos déficits y responsabilidad son imputables a los sucesivos gobiernos, por supuesto a unos más y a otros menos, el actual, cotiza con otros baremos, pero que resulta predicable casi genéricamente de todos, resulta comprensible decíamos, que a la política internacional no se le preste la debida atención. Ciertamente no parece fácil felicitar a sus ejecutores.


Como venimos repitiendo, pretendiendo elevarlo a máxima diplomática, “hasta que España no resuelva o al menos encauce adecuadamente, su en verdad harto complicado expediente de litigios territoriales, no volverá a ocupar en el concierto de las naciones el puesto que corresponde a la que fue primera potencia planetaria y cofundadora del derecho internacional al más noble de los títulos, la introducción del humanismo en el derecho de gentes”, lo que unido a otra de nuestras máximas, “a pesar de contar con unas credenciales impresionantes o quizá por eso mismo, España parece tener más dificultades que otros países similares no ya para para gestionar el interés nacional sino hasta para identificarlo e incluso para localizarlo”, constituyen la diarquía operativa del accionar español.

Por otro lado, para vertebrar el menguante desánimo mencionado al principio, volvemos a citar a David Eade, que en el 2013, en el Gibraltar News, dejó escrito, “Angel Manuel Ballesteros, a former diplomat, ambassador, academic, writer and so on and so forth, and his words are listened to in his native Spain…”. Pues bien, no parece que el aserto del ilustre periodista haya resultado exacto en cuanto a que mis palabras son escuchadas por estos pagos. Y eso, tras habérselo pedido a Moncloa y Santa Cruz desde más de una instancia cualificada.


En los diferendos, unas recientes manifestaciones desde Portugal han vuelto a lanzar a la palestra la cuestión de Olivenza, reclamando la villa que fue portuguesa desde el tratado de Alcañices de 1297, y tras varios cambios de soberanía, hoy es española, apoyándose en el Congreso de Viena en 1815: ante las especiales circunstancias que concurrieron y por tanto la justeza de la reclamación lusitana, España debe devolverla a Portugal. Mientras que para Madrid, tras la guerra de las Naranjas, Lisboa cedió la villa a los españoles por el tratado de Badajoz, de 1801, resultando incuestionable que Olivenza jurídicamente es española y como precisa el colegio de abogados de Badajoz, ningún tribunal concluiría en contrario.


A fin de solventar la por lo menos incómoda situación, hasta cartográficamente Portugal elimina en sus mapas la frontera de la zona con el país vecino, el diferendo debería de incluirse en su ámbito natural, en las relaciones de (buena) vecindad, que con Portugal como con Iberoamérica, tienen que ser las mejores, y que además permitiría aspirar al gran tema internacional pendiente, un poderoso lobby iberoamericano en Naciones Unidas, nosotros hemos propuesto, aunque muy sotto voce, la celebración de un referéndum que según están las cosas, parece que arrojaría color español.


También con Portugal el diferendo de Las Salvajes, un pequeño archipiélago de 2,73 kms², más cercano a las Canarias, 165 kms, que a Madeira, 280, región autónoma de la que dependen, descubierto en 1438 por Diogo Gomes de Sintra y en el que un ágil y calculador servicio exterior lusitano y menos condicionado que el nuestro, primero cuando en 1938 la Comisión Permanente de Derecho Marítimo Internacional emitió un dictamen favorable a Portugal con España inmersa en la Guerra Civil, esto es, sin poder defenderse adecuadamente, y definitivamente como han señalado Lacleta et alii, al parecer como peaje ante la tradicional alianza Reino Unido-Portugal y a fin de la integración total española en la estructura militar de la OTAN, consiguió en 1997 la renuncia de Madrid a los derechos en superficie. Queda así la controversia circunscrita a la naturaleza de las islas, habitables según Portugal o no, tesis española más aceptable por su impracticable habitabilidad, y por ende, aunque por supuesto reconociendo el derecho a su mar territorial, cuestionando la extensión y de manera previa la propia existencia de la Zona Económica Exclusiva en las ricas aguas circundantes, que han vuelto a la arena diplomática por la incidencia de terceros, a causa de las disposiciones unilaterales de Rabat sobre aguas jurisdiccionales, que tocan las canarias y las saharauis.


Se impone, pues, sentar a la mesa de negociaciones a la diplomacia lisboeta, habitualmente capaz sin acudir a la comparativa, desde el histórico tratado de Tordesillas, en el que más impuestos en la materia ganaron Brasil y antes incluso, si dogmáticos en su cientificismo no hubieran minusvalorado la tesis errónea, sólo en la denominación, de que a la Indias se iba por el Atlántico y por ende, quién sabe si no habrían llegado a América antes que Colón. España no debe demorar más la negociación sobre todas nuestras aguas territoriales, mediterráneas y atlánticas, lo que está sin hacer, y ahí naturalmente abordar las de Las Salvajes.


Las relaciones hispano-marroquíes, son las más delicadas que presenta y seguirá representando nuestra diplomacia, donde profesionales, tratadistas y hasta aficionados asignan casi némine discrepante el papel de mayor riesgo al vecino del sur. Ahí está el contencioso de Ceuta y Melilla. Allí está el Sáhara. Rabat cuenta con una hábil y continuista diplomacia, lo que deviene clave en tan hipersensible materia. Y con ellos practicamos la diplomacia secreta, lo que yo propugno para temas ad hoc, formidable instrumento con el que cuenta Madrid, aplicado ya desde Hassan II y Don Juan, cuyo entendimiento se acentuaba por el humo cómplice de dos empedernidos fumadores o en la modalidad Franco/Hassan II la única vez que se encontraron, en el aeropuerto de Barajas, donde el nivel de locuacidad no fue precisamente alto desde el lado español, y el barón de las Torres, el mismo intérprete de la entrevista de Hendaya con Hitler, dijo que “había sido fácil traducir a Franco porque en varias ocasiones se limitó a responder con monosílabos”. El hecho es que ambos jefes de estado y luego los dos tronos, se han entendido perfectamente bien, desde que, aunque “con cara de pocos amigos”, Mohamed V vino a Madrid en 1956 para llevarse la independencia de Marruecos ya conseguida de Francia.


Se ha insistido en que Madrid y Rabat estuvieron al borde de las hostilidades, cuando el islote Perejil, en julio del 2002, en plenos esponsales de Mohamed VI, los primeros con simbología democrática, de lo que disentimos con tranquilidad de conciencia profesional y en todo caso, el riesgo de escalada sería más atribuible al un tanto exaltado Madrid de la época, con un espectacular y desproporcionado despliegue reconquistador para desalojar a media docena de uniformados marroquíes, ante la atónita mirada de las cabras que allí pululan: “querían probar nuestra capacidad de reacción”, aseveran en ciertos círculos. Diríamos que errado, con el cautelar casi del todo este punto, porque en Perejil, amén de que nadie sabe a ciencia cierta lo que pasó y aunque en Marruecos no se mueve una hoja sin que lo controle el Majzén, parece verosímil que en más de una ocasión algún jefecillo haya podido ir por semi libre, como en el robo del brazo del conquistador de Melilla Pedro de Estopiñán, ocho meses después, recuperado, Porque bien conocen los marroquíes nuestra capacidad de reacción, en directo, a través de muchos años, donde se ubica cual indeleble frontispicio de referencia histórica si se tercia, incluso alguna cuisante, muy lacerante derrota colonial o la Marcha Verde (y sobre papel oficial y privado, a efectos de rendimiento de nuestra policía en el tema incluible y clave, categoría que mantenemos visto su devastador impacto, de la droga, yo puse en Rabat, ya en 1977, la urgente necesidad de que reunieran los ministros de Interior de ambos países ante el creciente tráfico del hachís) y en indirecto, con sus numerosos y efectivos espías.


En este punto del espionaje, tres veces más miembros tiene la agencia, que se dice que va a reformarse, que la carrera diplomática, el ministro de Defensa en Perejil fue el mismo del Yak 42, con un CNI dirigido por primera vez por un civil. No hubo dimisiones cuando seis valerosos agentes, cayeron en una emboscada tras agotar sus armas, cortas. Honor a ellos en el recuerdo y mi agradecimiento al que, sin ser de ese grupo y en otro momento, quiso ayudarme en el Sáhara.

La disección de Perejil, insistimos, comporta ante todo que existe un mejor derecho de España, no un único, pero sí un mejor derecho, lo que faculta para sostener que no se debieron de aceptar las tablas, la vuelta al statu quo ante, es decir, la desmilitarización, la tierra de nadie. “España posee argumentos históricos y jurídicos para reclamar la soberanía española sobre la isla”, asimismo mantiene Dionisio García Flórez, el primero que alertó de que podía ocurrir un incidente ante la ausencia de ejercicio de soberanía. Y por otra parte, opinamos que se debió de acudir a la diplomacia regia, en lugar de a mediaciones ajenas por efectivas que fueran, que lo fueron, envueltas en el despectivo “islote estúpido”, de Alexander Haig.


En el Sáhara, en el cambio de postura, donde reiteramos que la vuelta a la tradicional posición de neutralidad activa anterior resulta insuficiente, que España tiene que hacer algo más que ser uno del Grupo de los 5, que tiene que adquirir mayor visibilidad derivada de su responsabilidad histórica, que nosotros hemos propuesto que se nos asigne para colaborar con el bueno de De Mistura, que lleva camino similar al de sus ilustres predecesores en la ya no corta lista de mediadores onusianos que no parece contar ciertamente con el blessing del olimpo diplomático, ha sido denunciado como un ejercicio de diplomacia secreta, dada la ausencia de explicaciones sanchistas, en la línea formal del maestro del secretismo Castlereagh, uno de los integrantes de la triada clásica de los grandes maestros de la diplomacia del convenio de Viena con o mejor, tras Metternich y Talleyrand, que llevó el secretismo al extremo de que el tratado de Chaumont, decisivo contra Napoleón, lo redactó en buena parte él mismo de su puño y letra. Aquí, cierto que traído por los pelos, surge lord Byron, con su, “stop, traveller and piss”, sobre la tumba del estadista británico, que en verdad murió con escasa popularidad.


Tampoco hubo riesgo de hostilidades, aunque si diplomacia secreta, en el 2014, cuando policías costeros españoles sobrevolaron el yate del monarca alauita, y para colmo, perdidos los papeles, un general pretendió pedir disculpas a la dinastía alauita. Mohamed VI, a quien vimos por primera vez en España cuando los funerales de Franco y la coronación de Juan Carlos I, en representación de su augusto padre que no podía venir en plena Marcha Verde, ya daba muestras, a los doce años, de su carácter resuelto. He escrito y conferenciado sobre el golpe de Estado -que se inicia en la intriga, se materializa a través de la confabulación, del contubernio, se vertebra, perfeccionándose, en conjuración o en conjura, y asciende a complot y origina el golpe- sobre los movimientos involucionistas del mundo árabe, y mantenemos de manera invariable que su autoridad, a diferencia de su predecesor que sufrió dos graves tentativas, una el único golpe que registra la historia de la aviación sobre objetivo aéreo, está garantizada, sin fisuras de ningún tipo y que el único riesgo para la estabilidad del trono vendría por el Sáhara, que le está llevando a una diplomacia audaz aunque tal vez acelerada, en la comparativa con el gran dosificador de los tempos con España, Hassan II, a quien recuerdo sus palabras y escritos en aquellos crepúsculos azules del añorado Rabat. Insisto en adherirme a la partición que en tercer lugar de cuatro propuso Kofi Annan, como reitero mi convicción, con fundamento, de que no habrá guerra con Marruecos.


Rabat nunca va a ceder en su reivindicación histórica sobre Ceuta y Melilla e islas y peñones para la consecución de la Madre Patria. Pero este contencioso, el más delicado y complicado que tiene España, que bien conozco por ser miembro senior del Instituto de Estudios Ceutíes, en primera y sufrida línea desde el Estrecho de nuestras controversias territoriales, lo mueve el vecino del sur por otras vías, que en más de una ocasión rozan la heterodoxia híbrida, ante la hipostenia de la posición y el animus hispánicos. Aquí vamos a señalar que tampoco -va de sí que en horizontes contemplables- contarán las ciudades españolas con la cobertura formal de la OTAN. Calvo Sotelo, a quien acompañé en la argentina Córdoba varias horas tras un percance suyo de aviación comercial ya siendo ex presidente, ha dejado escrito, cito de memoria, “que me dí cuenta de que para España era más urgente ingresar en la OTAN antes que en la CEE que se presentaba como un tema económico”. No, estimado amigo, lo que los españoles querían y además necesitaban prioritariamente, con carácter casi rayano con lo perentorio, era solventar ante todo, de ahí el duro peregrinaje desde la carta, como trabajo de vacaciones, que encargó Castiella a Marcelino Oreja, en 1962, la cuestión económica, por lo que su aseveración no resultaba correcta fuera de en algún que otro corpúsculo militar. Pero además de la falta de cobertura formal y a pesar de las doctrinas de las intervenciones fuera de zona, la alianza Rabat/Washington, la más antigua y más firme estratégica en el mundo árabe, podría atenuar en su caso los efectos en grado indeterminado, pero con entidad propia, de las intervenciones fuera de zona.


Ya he repetido que la salida, mejor que la solución, de futuro, no próximo, igual que no vimos a Hassan II entrando como soberano en las ciudades, tampoco parece que veremos a Mohamed VI al mismo título, vendrá en el Estatuto de Territorios Autónomos por la autodeterminación de sus habitantes, principio fundamental de cualquier derecho internacional que se proclame moderno.

En el Sáhara Occidental, hay que partir, de manera vinculante, del acuerdo entre las partes, sin el cual no existe solución, así de sencillo. Y después, la materialización de esa entente, en la que hay que dejar a la bien probada imaginación árabe, tantas veces patentada, la conclusión, en la que ya poco factible, en el obligado eufemismo, el referéndum preceptuado por Naciones Unidas, nosotros nos adherimos de manera preferente aunque no exclusiva, a la partición que formuló Kofi Annan en tercer lugar de cuatro. Ni Rabat va a ceder más, porque implicaría un golpe de Estado, esta vez definitivo contra el trono, el final de la dinastía alauita, ni el Polisario puede aceptar menos, ya que se podría diluir en la gran autonomía que ofrece Rabat, la entidad saharaui, se podría difuminar la memoria de los hijos de la nube, se extinguiría la RASD.


Desde la técnica diplomática, desde su asepsia, la salida mejor que la solución, como en Ceuta y Melilla, radica en la realpolitik, variable cuestionable pero resolutiva, que obedece a dos servidumbres en diplomacia, las imperfecciones de la política exterior y las insuficiencias del derecho internacional, al tiempo de responder a la lógica diplomática, otro concepto clave y evidente.


Como cuento siempre, hace casi medio siglo que fui el primer y único diplomático allí desplazado para ocuparme de los 339 españoles que tras nuestra salida quedaron en el territorio, a los que censé, en lo que quizá fue una de las más relevantes operaciones de protección de compatriotas del siglo XX. Mientras Rabat, a través de su cónsul en Las Palmas, no se recataba en inquirir que por qué viajaba al Sáhara. Hay un refrán del desierto, siempre invocable: “habla a quien comprenda tus palabras”.


Y Gibraltar. Ya hemos reiterado ad nauseam administrativa, que el desarrollo de los acuerdos de la Nochevieja del 2020, hacia la prosperidad compartida -que el 10 de noviembre se encontrarán con la entrada en vigor de las nuevas disposiciones para el control del espacio Schengen pero que esa circunstancia así como la potencial conclusión de las actuales negociaciones, no alteran ni un ápice nuestras consideraciones- desvía el iter ya de por sí sinuoso, con demasiadas curvas, recovecos y recodos, que conduce a la llave que pende de la puerta del castillo del pabellón gibraltareño, a la descolonización, acuñada por Naciones Unidas y refrendada por la Unión Europea. Gibraltar es un territorio no autónomo pendiente de descolonización, que rompe la integridad territorial de un país, aliado y socio, la última colonia en Europa y tierras aledañas, nótese que el más próximo territorio a descolonizar es el Sáhara, y se requiere actuar en consecuencia.


Dado el proceder británico, en la línea de la diplomacia mercantil, de tendero, con la que sir Harold Nicolson califica el proceder de sus compatriotas, se impone, tras el aval bastante de tres centurias, una obligada acción más enérgica, más incisiva, siempre pivotando como corresponde sobre la legalidad, bien y de obvia preferencia, inmediata, tal que preceptuada por Naciones Unidas o en su línea; bien, mediata, con el cumplimiento sin ambages ni fisuras, hasta donde proceda, hasta donde se pueda, del tratado de Utrecht, además, por supuesto, de impulsar el desarrollo del todavía preterido Campo de Gibraltar. Ya sentenció Gondomar, el embajador más positivamente activo que hemos tenido ante la corte de San Jaime, y eso que Albion todavía no había tomado el Peñón, A Ynglaterra, metralla que pueda descalabrarles…


El 13 de julio del 2013 se celebró el tercer centenario del tratado de Utrecht, “maravillosa obra del Señor”, en la conceptuación de su artífice el vizconde de Bolingbroke, por el que Inglaterra cimentaba las bases de su futuro imperio colonial con el dominio de las rutas marítimas. Para conmemorarlo, resonó en la catedral londinense de San Pablo, el Grand te Deum for the Peace of Utrecht, de Haendel, junto con su no menos espléndido Jubilate, para coros, solos y orquesta. Todos queremos creer que cuando vuelva a sonar, sus notas envolverán la buena voluntad que permita comenzar a trazar la senda hacia el mejor entendimiento entre las partes.

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Como Castiella, en su discurso de ingreso a Morales y Políticas, en 1976, “porque sé que las batallas diplomáticas de España internacionalmente por un motivo u otro, nunca resultan fáciles, me atrevería a proponer a nuestra Diplomacia que adopte las palabras del gran santo español Juan de Ribera, “la meta muy alta, el camino muy duro, la manera de andar sin que se note”, igual nosotros nos sentimos muy honrados formulando idéntica, tan sublime petición, máxima cardenal en diplomacia, junto con su tal vez más sentida definición, la de Foxá, “con la brújula loca pero fija la fe”.

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