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Ángel Ruiz Cediel
Tribuna de opinión
Ángel Ruiz Cediel
Soportar la realidad presente y futura, lo mismo que el éxito en una sociedad como la que vivimos, requiere como condición sine qua non un culo a prueba de bombas (“Sangre Azul (El Club)”)
El PSOE y el PP se han enzarzado en una interesada lucha respecto de los sucesos de Valencia. Para los sociatas, lo que está pasando no tiene nombre –o sí: fascismo en estado puro por parte del PP-, y para los populares lo que está sucediendo no es sino una agitación calculada de la calle por parte de los sociatas para hacer imposible el gobierno.
Es necesario que la policía antidisturbios exhiba una matrícula en su uniforme que les permita a los ciudadanos identificarles individualmente, a fin de evitar abusos de autoridad o violencia gratuita
Es imprescindible, más allá de la impepinablemente inmediata dimisión de la Gobernadora Civil de Valencia y de la destitución fulminante de ese Jefe de Policía que nos considera a los ciudadanos enemigos, que los policías antidisturbios ostenten de forma muy visible una matrícula en el exterior del uniforme.
Da la impresión de que algunos desean con todas sus Fuerzas la helenización de España
España se calienta, y la actuación desmedida de los antidisturbios, lejos de templar los ánimos, los soliviantan a velocidad vertiginosa, acaso empujando a los más jóvenes (y quizás no sólo) a una radicalización de la situación que bien pudiera ser que interesara a algunos poderes.
El toro, sin embargo, desconocía que eran los cabestros quienes en realidad le estaban conduciendo al matadero
“El torito tenía miedo, estaba terriblemente asustado de aquella jauría de seres incomprensibles que les acosaban desde todas partes, golpeándoles, unos, clavándoles objetos, otros, y todos los demás, en un número inimaginable, profiriendo ensordecedores gritos, como una marabunta enloquecida que le entontecía los sentidos
Nada sorprendente lo de que los políticos nieguen las propuestas para que los exmandatarios dejen de vivir a la sopa boba, cobrando cantidades impúdicas por habernos, en la inmensa mayoría de los casos, conducido al desastre.
En la reunión europea de Ministros de Finanzas de la semana pasada, se deslizaba el señor De Guindos –cuyo apellido ya es toda una advertencia, y lo que unido a su pretérito Lehman Brothers es como para echarse a temblar- con la lindeza de que la reforma laboral que estaba por decretarse en España era toda una traca, y tenía razón. ¡Y lo decía tan contento! Pues noragüena nomás, güey.
Todos los noticieros nos abruman continuamente con las algaradas de Grecia, y no dejan de mostrarnos los enfrentamientos entre manifestantes y policía, con el telón de fondo de calles devastadas y edificios ardiendo por los cuatro costados; al tiempo, nos informan con todo detalle de los esfuerzos del gobierno griego y de los delegados de la UE para alcanzar un acuerdo que permita que Grecia reciba el crédito que la salve de la quiebra, o, lo que vale lo mismo, que empobrecerá hasta la miseria al conjunto de griegos y les arrebatará para siempre absolutamente toda su soberanía nacional.
Una de las informaciones inevitables de cualquier telediario es, impepinablemente, cuanto sucede en la campaña electoral norteamericana, tal y como si sucedería si fuéramos el Estado 52 de la Unión, que lo somos, ¡vaya si lo somos!
A Marta no le decían casi nada los datos oficiales de finales de 2011 que leía en el diario, los cuales proclamaban que eran ya casi tres millones de españoles los que residían fuera de España. Su problema era personal, único por sí mismo: un drama extenuante con nombre y apellidos.
Don Benito Pérez Galdós acuñó el término, y yo me sumé a su definición haciéndolo propio, la España de la viceversa. No sólo era un excelente autor, tal vez el mejor novelista que haya tenido España, sino un hombre de una mente preclara que ya constaba en sus días, lo mismo que otros colegas como don Pío Baroja y su esperpento, que nuestras autoridades eran, además de incapaces irrecuperables, una demostración exacta de justamente no lo que no había ser ni de cómo no se había de gobernar.
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